«Azulinaciones»: ¿transgresión y literatura menor?

Escribe | Gabriel Galarza


Azulinaciones de Natasha Salguero

Editorial: Casa de la Cultura Ecuatoriana (2022)
Nº de páginas: 189
ISBN: 978-9942-340849
Autora: Natasha Salguero
Idioma original: Castellano

Hace dos años que la Casa de la Cultura Ecuatoriana reeditó la novela Azulinaciones de la escritora Natasha Salguero (Quito, 1948), originalmente publicada en 1990, y durante el anterior aparecieron en Ecuador algunas reseñas y estudios sobre la obra que ponen de relieve su calidad en forma y fondo, que la recuperan desde el punto de vista de la técnica y la innovación. Se trata de una lectura compleja, exigente como las mejores, que transgrede el canon literario desde la primera página hasta la última y que apuesta por una literatura menor, hecha desde el argot citadino del Quito de los años 70, pero dirigida a todo el mundo, especialmente a quienes más incomoda.

Detrás de la intención de escritura transgresora y subversiva hay una historia concreta, lineal, sobre una adolescente (Graciela) y su grupo social al iniciar la universidad, en una ciudad inestable y caótica económica y políticamente. Kitgua (Quito), sin embargo, no es un escenario, sino una forma de ser, una especie de tara encantadora que teje la idiosincrasia de un pueblo temeroso, mojigato y rebelde a la vez, que parece ignorar completamente lo que está en sus narices. En sus calles, en sus callejones y en sus parques se desarrolla una y mil veces la misma historia entre poesía, vasos de cerveza, policías, rock, estudiantes universitarios, farra y amanecidas alucinadas. Graciela despierta y un flujo de consciencia abre el primer capítulo, «Incontro», en el que conocemos también al Maestro (el Tícher), pero solo como una referencia, como un mal sueño.

Hasta ahí. La novela, escrita desde la jerga quiteña, hace incomprensible el inicio del segundo capítulo, «La pálida», que introduce el tema de las drogas y la ciudad, la universidad y las calles oscuras. Hacen falta apenas dos páginas y lo que al inicio era un mal viaje se convierte en una tragedia. Pasa como si no pasara, con tanta rapidez e indiferencia que no alcanzamos a confirmarlo y queremos saber si pasó realmente. Graciela misma lo ignora, o hace como que lo ignora, pero en el fondo hay algo que ya no será igual. Hábilmente la escritura oculta el crimen en la consciencia de su víctima, de la que somos ya parte, y, como ella, negamos lo evidente: el Maestro —ese ser aún desconocido, para el personaje y para los lectores— la ha violado.

Corte. En el siguiente capítulo conocemos al grupo de amigos: el Carepalo, la Maclovia, la Lucila, el Pablus. Así, con el artículo, como acostumbramos en esta capital de Sudamérica. No hay otra mención al crimen ya perpetrado, pero la tensión aumenta en el grupo de amigos. Llegamos al cuarto capítulo y es una pequeña escena de teatro que abre en una habitación cualquiera en la que se encuentran todos. Conocemos a dos más: el Enano, el Welinton, y por fin también al Maestro (el Tícher), que acostumbra reunirse con sus estudiantes.

Leen a Vallejo, discuten, se diferencian: el Welinton (google me corrige por Wellington) es el poeta de la lleca (la calle), que les recrimina, les advierte que solo leen a autores ganadores del Nobel o consagrados, Neruda, Baudelaire, Pound… pero de nuevos, como él, nada. Que la bayer (yerba) y otras drogas han reemplazado el goce de la poesía, etc., mientras discuten de pasada si la poesía debería ser social, si está bien quedarse como inédito, si hay o no hay editores en la ciudad, en el país.

El lenguaje callejero y juvenil, del que se conservan hoy pocas palabras, funciona como una lengua secundaria, marginal, que opera dentro de la lengua principal. Como el alemán de Kafka en el estudio de Deleuze y Gauttari, Kafka. Por una literatura menor (1975), el argot aparece en esta novela como lengua secundaria, pese a ser solo una adaptación de la lengua dominante. Más tarde, el Negro, otro de los personajes importantes que orbitan cerca a la principal, Graciela, mediante misivas que provienen de otra ciudad ecuatoriana, discute con la protagonista sobre el sentido de hacer una obra usando el argot: «ser maestros en la narración de lo cotidiano», «captar el espíritu de un pueblo». Pero ese autor tendrá que enfrentar un desenlace aún más cruel, olvidado, a la larga, por sus amigos y sus contemporáneos.

Entre escenas de inspiración urbana que se abordan desde el flujo de consciencia, pasando por la prosa poética, la poesía, la lista, el guion, el teatro, la canción, la epístola, esta novela (texto, escritura) se construye de a poco y por fragmentos, como hoy es usual en la literatura no solo latinoamericana, sino mundial. ¿Existe todavía, realmente, una literatura nacional? De ser así, esta novela se debería leer sin tener eso en cuenta, pues como K. en El Proceso, Graciela se convierte en un enunciador colectivo, cuyo discurso es fuertemente político. Si bien de otra manera, en otro tiempo, Azulinaciones es en germen lo que hoy otras obras de autoras latinoamericanas, que continúan hablando de violencia sexual, injusticia, diversidad, aborto y suicidio.

El hilo que conecta toda la novela pasa del primero al último, y aunque el prejuicio es menor hoy y, quizás, la encriptación de algunos fragmentos fue necesaria, hoy puede salir a la luz en toda su calidad experimental y narrativa. No por nada recibió, en su momento (1989), uno de los premios nacionales de narrativa más importantes en Ecuador. Eso sí, claro, bajo un seudónimo masculino.

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