«Ad rimandum et videndum» y otros poemas de Iris Mónica Vargas

Iris Mónica Vargas (Caguas, Puerto Rico). Obsesionada desde que era una niña con cómo contar una historia, comenzó a admirar la pasión por la poesía por primera vez en Julia de Burgos; el amor hacia otros seres humanos como el origen del poema lo descubrió en Walt Whitman.

Tiene estudios graduados en física y escritura de ciencias de la Universidad de Puerto Rico, y el Massachussets Institute of Technology (MIT). Realizó investigaciones en astrofísica en el Centro de Astrofísica de Harvard. Actualmente termina su doctorado en medicina en Saint James School of Medicine.

Su trabajo ha sido publicado en múltiples antologías y revistas literarias incluyendo Latin American Literature Today y Sibila.

Anteriormente, publicó dos volúmenes de poesía: La última caricia (Terranova, 2014) y El libro azul (Snow Fountain Press, 2018), un libro por el cual obtuvo un premio del PEN Puerto Rico International. Su más reciente poemario es El día en que dejamos la tierra (Valparaíso Ediciones, 2025), el cual se publicó hace pocas semanas en España.

Cierta libertad

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El día en que dejamos
y abandonamos las plazas,
moríamos en silencio.
Sismógrafos en todo el mundo
mostraban que habían disminuido
nuestros pesados pasos.
Se habían hecho pequeñas
las reverberaciones de todas
nuestras fiestas. En algunos lugares,
corrían las ovejas por praderas de asfalto,
y todas nuestras voces hacían eco
en las casas. Ya nadie observaría
nuestra partida.
Los últimos te quieros
llegaban desde lejos
abriéndose en pantallas protegidas
por escudos de plástico.
Crecía el motín afuera.
Se agrupaban protestas,
regando por doquier la muerte
que llevaban en las manos.
Rogaban por la libertad
de morir como antes.
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De El día en que dejamos la tierra (2024)

Una excepción

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Yo no sé rezar. Nunca lo he hecho
—dios te salve María—,
excepto en la ocasión, luctuosa,
en que te vi
postrada ya, inerte, con un traje rosado
—llena eres de gracia—
y no te parecías.
Lloré, eso también confieso
—el señor es contigo—.
Una mujer se acercó.
Me dijo que debía mantener la calma,
y la he mirado mal con ojos malos.
(Eso jamás se pide a quien está llorando.)
—bendita eres entre todas las mujeres—
Si alguna vez rezara
buscaría una planicie de grama abundante
donde siquiera los grillos,
debajo de sus rocas
o dentro de sus cuevas,
puedan escapar la luna.
Quedaría allí, con la piel abierta
y los ojos bien cerrados.

Las mariposas no vuelan en la noche,
ya lo sé, pero aquí sí. Y también cantan.
—bendito es el fruto de tu vientre—
Francisca.
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De El día en que dejamos la tierra (2024)

Una especie de umbo

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Hay niñas que se esconden
detrás de su sonrisa;
otras habitan siempre
entre textos de lluvia.
Y puede ser lo mismo,
o bien, puede que no.

Algunas niñas duermen
y aún tienen pesadillas
de cuartos por donde corre el miedo
que no puede gritar,
y asechan criaturas de metal
que no producen lágrimas.

Hay niñas que juntan oraciones
para sobrevivir.
Trenzados del mimbre de las letras
fabrican sus escudos:

No habrán de confesarlo, pero es mágico

Sujetan el escudo con la izquierda
para que quede un lápiz disponible.

En este poema tú existes
y nadie puede hacerte daño
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De El día en que dejamos la tierra (2024)

Amuletos y nombres

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Denny vivió en la cueva Denisova.
Había quedado intacto un hueso de su mano.
Venía de Melanesia, concluyeron.
No era Neanderthal. Denny era otra cosa.
Shunkov lo bautizó: un Denisovan.
No siempre habría ocupado
aquella cueva, Denny,
pero aquellas paredes
susurraban ahora los ecos de su vida.

Caballos y venados,
leopardos, osos, hienas:
los grandes dientes, ¿pistas de su historia?
Cinceles. Fuego. Lanzas
sobre la roca antigua.
También, cuentas de hueso.
Algún anillo en mármol.
Una pulsera pulida de roca verde oscuro.
Objectos ocre rojo.

[¿Será correcto, acaso
que el arte es prioridad tan solo
para distinguirnos de los Otros?].
Las banderas. Las gorras, y amuletos.
Eslóganes. Anillos y pulseras.
Los bates. Los partidos.
Las lápidas. Los nombres.
Los grandes mausoleos.

¿La música, también?
¿Y los poemas?
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De El día en que dejamos la tierra (2024)

De cómo practicar a ser poeta

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Levántate. Camina mucho.
Y más que libaciones, procura
hablar con alguien. Tener
conversaciones es siempre saludable
—al menos eso dicen—.
Que sea gente extraña
a quienes no conozcas.
Anota lo que observas. Escucha
todo aquello que hace que tus alas
eleven tu mirada, y se levanten
los vellos de tus brazos.
No tienes que decir o formular
decenas de opiniones. Más fácil
compartir la propaganda
que observar, notar complicaciones
en la vida, el modo en que
se mezclan amigos y supuestos
enemigos, progresos y obsesiones
al azar. Saberse de colores es difícil.
Saber que nada es puro, mucho más.

 

 

 

Repito: no tienes que ofrecer explicaciones.
Ni es un requisito que ofrezcas opiniones.
Que sabes más que el mundo no es verdad.
Lo que sabes, esto sí es cierto, es observar,
serle tan fiel a tus múltiples ojos
que sirvas de testigo al mundo
de quién es.
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De El libro azul (2018)

Despacio, el universo

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Despacio,
el universo se escribe despacio.
Así como las estrellas le trazan
los dibujos
al cielo, punto a punto,
conforme va durmiéndose el ópalo
de fuego, se alzan inseparables
los mundos ante las distancias,
los agujeros negros se llenan,
y se ensanchan,
y un cúmulo de luz recién nacido
le va arropando un nuevo brazo
a la galaxia.
¿Sientes miedo?
Yo también siento miedo muchas veces.
Cómo no abrumarse
con tanto espacio incontenible
expandiéndote consigo y,
sin embargo, mira la mariposa.

 

 

Se
.   deja
.        caer,
planeando entre pequeños espirales,
las escaleras del aire
que la hacen parecer que es todo alas.
La dulce mariposa asciende
en el vapor. Su último cuerpo:
una modesta esponja.
El universo
.    se escribe
.        en fragmentos.
Aquí donde me encuentro
abre su ojo, y mira al firmamento
la magnolia, solo una vez.
No importa ya que el frío, o el calor,
llegue a quemar sus párpados
y obligue a devolverlos
a la tierra.
Mañana mirará de nuevo
sin dudarlo un instante.

 

 

El tiempo dilata cuando lloras,
—es verdad—
pero sigue contando los segundos.
Llora,
pero sigue adelante, despacio,
escribiéndote poquito a poco
como el universo.

Tienes su fragilidad, es cierto,
y como el sol,
su fuerza,
su magnánima altura.
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De El libro azul (2018)

Desnudo

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Tu mano espera quedamente.
La tomo entre mis dedos.
No es tu destino lo que busco
― eso está claro.
La piel de tu palma se resiste.
Pauso.
Aprieto los dientes y giro la cabeza
hacia otro lado. (Suspiro sin mirarte.)
No puedo soportar tanta ironía.
Aguanto la respiración.
Vuelvo a mirar tu mano,
la desvisto en parsimonia,
y aflora el latín de sus entrañas:

Flexor pollicis longus,
Flexor pollicis brevis.
Abductor pollicis.
Flexor digitorum profundus.

Es la última caricia que recibes.
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De La última caricia (2014)

El robo

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El esternón abierto como libro
exige luz sobre la cavidad
que ha quedado al descubierto,
vacía ya de inhalos y de exhalos.
Es demasiado grande.

Alguien se ha llevado el corazón.

Apuesto a que jamás imaginaste
que aquel vacío
era cierto.
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De La última caricia (2014)

Materia gris

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Sin evidencia de color,
estirpe o procedencia
sobre la mesa de metal
descansaba
rodeado de los trapos de su piel.
― Y no era un condenado;
.       tampoco un criminal:
Le había donado el peso de su vida
a la posteridad.

Tenía el prepucio intacto,
y sólo la mitad de lo que alguna vez

habría sido su rostro.
Desconocidos su historia,
su nombre, la más reciente cifra
que le dictó su edad.

Sostuve entre mis manos su cofre de memorias;
aquel repositorio de imágenes, palabras,
de fábulas y cuentos, y quien sabe qué más;
aquella caja negra de segundos donde ha vivido
¿el Alma?

Jamás he comprendido a dónde fue a parar
tanto de aquello, o cómo entre mis dedos
nunca le vi escapar.
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De La última caricia (2014)

Ad rimandum et videndum

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No quedará el ombligo que te uniera
con tu madre. No quedará ni rastro
de la pena que llevabas, ni los mitos
con que osabas inventarte.
No quedará el suspiro
que dieras al amante – habrá huído en el viento.
Se habrá desvanecido aquella cicatriz
calcada por la acera en la rodilla
aquella tarde. No queda la tormenta
que derribó al almendro
un buen agosto. No quedan las palabras
brincando los balcones.
¿Habráles dicho el viento, en el suspiro,
‘aquí termina el camino’?
Si hallara tu memoria un recoveco
en esa que un día hubiera acompañarte,
nadie podría siquiera sugerir su existencia.
De ti sabrá los músculos,
lo terso o duro de su esencia,
la tela de tus huesos, lo denso
de sus huecos. El paso
de tus nervios. La imagen
de tus sedas cual lucen en los libros.

Después del corte exacto,
de ti, la ausencia queda.
Ese es el pacto.
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De La última caricia (2014)

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