Luz y oscuridad en « Lázaro », un poema de Luis Cernuda

Escribe| David Marroquí Newell


Luis Cernuda (Sevilla, 1902 – México D.F. 1963), poeta de la venerada Generación del 27 y exiliado al comenzar la Guerra Civil, experimentó con la luz y la sombra a lo largo de su obra, al igual que lo hizo con la realidad y el deseo. No obstante, la realidad y el deseo son nociones que entran dentro de la luz y la sombra en su poesía. En este caso las veremos reflejadas a través del personaje bíblico Lázaro, en un poema recogido en su poemario Las nubes, publicado en 1943, analizando esta conocida característica con este poema de como ejemplo.

Estas características y temática van a estar marcadas por el desarrollo de su vida, que condicionó su formación, su estilo y su personalidad como poeta, comenzando desde su más tierna infancia: su padre era militar, por lo que su vida en el hogar estuvo marcada por la rigidez y la disciplina; Luis tuvo dos hermanas mayores que, además, le sacaban varios años que, aunque no eran demasiados, fue lo suficiente para que marque distancias durante la infancia. Es posible que estos hechos le convirtieran en un niño introvertido, que buscaba la soledad y la intimidad y le forjara un carácter reflexivo. El ambiente familiar se describe en su poema «La familia», de su libro Como quien espera el alba (1947). También el exilio va a ser un punto de inflexión importante en su vida, y su estancia en Inglaterra jugará un importante papel, ya que el clima es muy diferente al de España —posteriormente será México— y concretamente al de Andalucía, de donde procede, y esto va a repercutir en su visión y en su ánimo. El contraste entre dos países, uno con un clima más cálido y mucho sol y el otro más nublado y oscuro repercutirá en los deseos, en la realidad, en las luces y en las sombras. Es allí, en Inglaterra precisamente, donde escribe Las nubes.

En la concepción de la poesía de Luis Cernuda, la sombra es un estado que la mente no desea, y en este poema se representa fácilmente a través de la muerte. Los estados indeseables son los sentimientos de miedo o pesadumbre, e incluso la melancolía, que inevitablemente son intrínsecos al ser humano, al igual que son intrínsecos otros sentimientos positivos. Es, por tanto, la pugna en el ser humano de los sentimientos, representados en la lucha entre la luz y la sombra. En este poema, la muerte actúa como ese estado indeseable de la mente humana, ese miedo y terror al fin; y en este sentido la luz es la resurrección, la salida de ese estado de muerte, ese estado de sombra, ese contradeseo. En Cernuda la luz es vivencia, que aquí se representa como la resurrección y la salida de las tinieblas. La luz es el pensamiento positivo, mientras que la sombra es el pensamiento negativo. A través de un estado, de unos pensamientos, se sale del otro.

Lázaro

Resurrección de Lázaro, Rembrandt.Fuente

En el caso de «Lázaro» vemos que el poeta, encarnado en el propio Lázaro, se encuentra en la oscuridad de la muerte, que además se fortalece con el momento del día: «Era de madrugada». Es entonces cuando se va a prender la luz, la vida, que acaba con el frío y con la angustia, esos estados indeseables. Vemos, pues, que Lázaro abre los ojos y ve la luz del alba, remarcando la simbología de muerte/noche/oscuridad y /vida/día/luz. El choque vuelve cuando Lázaro se describe como lo que es: un muerto que ha vuelto a la vida, y crea el contraste y a la vez la similitud con el nacimiento, comparando su «cuerpo gris y fláccido» con el de un recién nacido, «rosa de los deseos». Apreciamos cómo aparecen los deseos, tema común en la poesía de Cernuda. Lázaro recibe la luz, pero aún la sombra le pesa: «La luz me remordía / y hundí la frente sobre el polvo / al sentir la pereza de la muerte. // Quise cerrar los ojos / buscar la vasta sombra». La sombra y el sufrimiento a menudo se apoltronan e interiorizan en el ser humano y en muchas ocasiones se convierten en estado natural, asimilándose. Las referencias a la luz y a la sombra se hacen continuas, apareciendo la imagen del testigo que apaga la lumbre porque ya era innecesaria bajo el sol. Anterior a eso hay unos versos, al final de la sexta estrofa, que se van a enlazar con la séptima. Lázaro siente la vida y la sangre recorrer de nuevo su interior, y es posteriormente, en la séptima estrofa, donde se encuentra con Jesucristo, que le ha devuelto la vida: «donde mi alma se copiaba inmensa, / por el amor dueña del mundo». Este poema es evidentemente de corte religioso, donde se utiliza la simbología de la religión para expresar las ideas del poeta. Para Cernuda, el amor, el amor puro que representan los ojos de Jesús con los que Lázaro se topa, es el sentimiento que puede sacarnos de la sombra. Es el amor el que trae la luz a la sombra y es ese amor irresistible, que no queda más remedio que seguir, el que nos saca de las tinieblas, aunque estas nos empujen a volver a ellas: «Pero él me había llamado / y en mí no estaba ya sino seguirle».

En este sentido, vemos como la sombra invade el pensamiento del poeta de tal forma que se hace oscuridad plena, similar a la muerte, y es buscando la luz como encuentra la salida, que la encarna el personaje de Jesucristo, arquetipo cultural de occidente del amor y la luz. Otra interpretación que se intercala en esta es la luz como conocimiento y la sombra como ignorancia. Andando perdido en la oscuridad de la ignorancia se encuentra la luz a través del conocimiento.

Las últimas estrofas del poema nos van a mostrar a Lázaro siguiendo esa luz, ese amor, a través incluso de una estancia a oscuras y llena de ceniza, sintiéndose un muerto en vida, andando entre muertos vivientes, hasta sentarse a una mesa de celebración. En esta mesa es cuando Lázaro lo ve todo muerto; se ve muerto y ve falsedad y amargura en el mundo y todo sigue teniendo un sabor a sombra, y aquí se entiende la pesada losa del tiempo que cerraba el sepulcro porque «la hermosura es paciencia», y hablando con la encarnación del amor, encuentra la verdad en sus ojos, y nos vuelve a alumbrar con la escena del lirio que nace de la oscura tierra tras esperar largas noches para ver la luz del alba. Lázaro le pide a Jesucristo —al amor— que le dé «fuerza para llevar la vida nuevamente», y es este deseo lo que le impulsa.

Da la impresión de que la realidad es la sombra y el deseo la luz; pero la cuestión importante es que la realidad es la existencia, y es, por tanto, la existencia lo que formula un todo, y es el ser humano quien debe entenderla. Por ello se puede entender también la luz como el alumbramiento del entendimiento, como hemos comentado con anterioridad, y al poeta como el que busca ese entendimiento dentro de la realidad, el deseo dentro de la sombra.

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Lázaro

Era de madrugada.
Después de retirada la piedra con trabajo,
porque no la materia sino el tiempo
pesaba sobre ella,
oyeron una voz tranquila
llamándome, como un amigo llama
cuando atrás queda alguno
fatigado de la jornada y cae la sombra.
Hubo un silencio largo.
Así lo cuentan ellos que lo vieron.

Yo no recuerdo sino el frío
extraño que brotaba
desde la tierra honda, con angustia
de entresueño, y lento iba
a despertar el pecho,
donde insistió con unos golpes leves,
ávido de tornarse sangre tibia.
En mi cuerpo dolía
un dolor vivo o un dolor soñado.

Era otra vez la vida.
Cuando abrí los ojos
fue el alba pálida quien dijo
la verdad. Porque aquellos
rostros ávidos, sobre mí estaban mudos,
mordiendo un sueño vago inferioir al milagro,
como rebaño hosco
que no a la voz sino a la piedra atiende,
y el sudor de sus frentes
oí caer pesado entre la hierba.

Alguien dijo palabras
de nuevo nacimiento.
mas no hubo allí sangre materna
ni vientre fecundado
que crea con dolor nueva vida doliente.
Sólo anchas vendas, lienzos amarillos
con olor denso, desnudaban
la carne gris y fláccida como fruto pasado;
no el terso cuerpo oscuro, rosa de los deseos,
sino el cuerpo de un hijo de la muerte.

El cielo rojo abría hacia lo lejos
tras de olivos y alcores;
el aire estaba en calma.
Mas tremblaban los cuerpos,
como las ramas cuando el viento sopla,
brotando de la noche con los brazos tendidos
para ofrecerme su propio afán estéril.
La luz me remordía
y hundí la frente sobre el polvo
al sentir la pereza de la muerte.

Quise cerrar los ojos,
buscar la vasta sombra,
la tiniebla primaria
que su venero esconde bajo el mundo
lavando de vergüenzas la memoria.
Cuando un alma doliente en mis entrañas
gritó, por las oscuras galerías
del cuerpo, agria, desencajada,
hasta chocar contra el muro de los huesos
y levantar mareas febriles por la sangre.

Aquel que con su mano sostenía
la lámpara testigo del milagro,
mató brusco la llama,
porque ya el día estaba con nosotros.
Una rápida sombra sobrevino.
Entonces, hondos bajo una frente, vi unos ojos
llenos de compasión, y hallé temblando un alma
donde mi alma se copiaba inmensa,
por el amor dueña del mundo.

Vi unos pies que marcaban la linde de la vida,
el borde de una túnica incolora
plegada, resbalando
hasta rozar la fosa, como un ala
cuando a subir tras la luz incita.
Sentí de nuevo el sueño, la locura
y el error de estar vivo
siendo carne doliente día a día.
Pero él me había llamado
y en mí no estaba ya sino seguirle.

Por eso, puesto en pie, anduve silencioso,
aunque todo para mí fuera extraño y vano,
mientras pensaba: así debieron ellos,
muerto yo, caminar llevádome a tierra.
La casa estaba lejos;
otra vez vi sus muros blancos
y el ciprés del huerto.
Sobre el terrado había una estrella pálida.
Dentro no hallamos lumbre
en el hogar cubierto de ceniza.

Todos le rodearon en la mesa.
Encontré el pan amargo, sin sabor las frutas,
el agua sin frescor, los cuerpos sin deseo;
la palabra hermandad sonaba falsa,
y de la imagen del amor quedaban
sólo recuerdos vagos bajo el viento.
Él conocía que todo estaba muerto
en mí, que yo era un muerto
andando entre los muertos.

Sentado a su derecha me veía
como aquel que festejan el retorno.
La mano suya descansaba cerca
y recliné la frente sobre ella
con asco de mi cuerpo y alma.
Así pedí en silencio, como se pide
a Dios, porque su nombre,
más vasto que los templos, los mares, las estrellas,
cabe en el desconsuelo del hombre que está solo,
fuerza para llevar la vida nuevamente.

Así rogué, con lágrimas,
fuerza de soportar mi ignorancia resignado,
trabajando, no para mi vida ni mi espíritu,
mas por una verdad en aquellos ojos entrevista
ahora. La hermosura es paciencia.
Sé que el lirio del campo,
tras de su humilde oscuridad en tantas noches
con larga espera bajo tierra,
del tallo verde erguido a la corola alba
irrumpe un día en gloria triunfante.


Cernuda, L. (1984). Las nubes. Cátedra Ediciones.

García, L. M. V. (2004). Luz y sombra en la poesía de Luis Cernuda. Analecta Malacitana (AnMal electrónica), (15), 6.

Documental: La realidad y el deseo. Centenario de Luis Cernuda.

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