«El individuo y la conciencia del escritor», un ensayo traducido de Tristan Tzara
Traduce | Manuel Puertas Fuertes
En 1935 se funda el Comité de escritores para la defensa de la cultura, del que Tristan Tzara llega a ser secretario general, organización que convoca en 1937 su segundo congreso en la ciudad de Valencia. Allí se reúnen cerca de 80 intelectuales y artistas provenientes de todo el mundo. Entre ellos ponentes como José Bergamín y Rafael Alberti.
Es la época de las purgas al Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), los trotskistas, el asesinato de Andrés Nin. Los preparativos los hace desde el Madrid asediado. En Francia, el Frente Popular agoniza y ya no se siente la misma simpatía por la causa republicana y, situándose por encima de esta situación, lee uno de sus ensayos más importantes y titulado «El individuo y la conciencia del escritor». Es una defensa de la poesía como modo de vida y no como una mera profesión u oficio literario. Lo que podría llamarse en términos existencialistas como literatura comprometida.
Es en este viaje donde se proyecta el libro Mora de España, con colaboraciones extranjeras en favor de la República, el que no se llegó a publicar y quedó en una plaquette con dos poemas, uno de Vicente Aleixandre y otro de Tzara, según consta en la carta de Gil Albert del 22 de Julio de 1937.
Este discurso es el que sirvió de base para la definitiva redacción del ensayo con este título que incluyó en la recopilación de escritos sobre poesía titulada Las Esclusas de la poesía. Libro inédito en castellano pero fundamental donde Tzara resume su pensamiento. Utilizando la dialéctica hegeliana y el psicoanálisis perfeccionado por Carl Jung, cual dos bisturís precisos, resitúa la evolución de la poesía francesa desde Villon hasta Eluard. Contraponiendo los conceptos de poesía como actividad del espíritu, poesía latente, pensar no dirigido, con el de poesía como medio de expresión, poesía manifiesta, pensar dirigido, disecciona con precisión quirúrgica las diferentes épocas del desarrollo poético.
El texto «El individuo y la conciencia del escritor» forma parte del libro Las Esclusas de la poesía, a su vez incluido en las Œuvres complètes de Tzara, publicado por Editorial Flammarion entre 1975-1982, volumen 5. Esta versión a cargo de Manuel Puertas Fuertes es producto de más de dos décadas dedicadas al estudio y traducción de una parte considerable de toda la obra tzarista, la que todavía permanece inédita en castellano.
El individuo y la conciencia del escritor
El problema de tipo intelectual que hoy se plantea con mayor insistencia es el de la conciencia: la conciencia del escritor y la conciencia que el escritor debe despertar en el lector.
Estos dos aspectos o caras de un mismo y único problema, se confunden cuando son afrontados desde su ángulo actual, porque, aunque la adquisición de conciencia ha sido el centro de todas las preocupaciones de la razón desde que el hombre piensa y a lo largo de sus diferentes estados de desarrollo, no hay que identificar las cómodas clasificaciones y las operaciones del espíritu destinadas a estudiar el problema con los datos reales de su naturaleza, tal como los ofrece el hombre actual en su raciocinio.
Es verdad que la mayoría de los escritores, por sus orígenes y por su pertenencia al mundo de las ideas, hasta ahora se mantuvieron apartados de las luchas sociales.
En todo caso pudo influirles el carácter afectivo de esas luchas. Pero en el instante en que esas luchas latentes se transforman en luchas dinámicas, en ese instante revolucionario que hace estallar las guerras, ante el abrazo general de todos los elementos de una civilización, el escritor, si no quiere correr el riesgo de desaparecer como tal, debe tomar postura. Incluso su silencio o preocupaciones alejadas de la actualidad están cargados de significado. Más o menos legible ese significado no puede frustrarse de llegar a convertirse en una realidad histórica objetiva.
Hemos visto, ¡ay!, escritores que regresan a una torre de marfil que mucho tiempo después su razón ha abominado. Hemos visto, en nombre de idéntica razón, a escritores refugiarse, si no en una indiferencia ante los acontecimientos, sí, al menos, en un estado de espíritu donde la justicia y la humanidad no tienen nada que hacer y que, bajo el estiaje de una balanza de tipo puramente mecánico, oculta su horror ante cualquier participación activa. El avestruz que hunde su cabeza en la arena para no saber lo que pasa ha vuelto a estar especialmente de moda.
Cuando no se trata de dejadez o inconsciencia, tenemos que hacer allí, en el espíritu de «no intervención» adaptado a la moda que afecta al mundo de las ideas. Toda la juventud, y por consecuencia el porvenir inmediato de la humanidad, es unánime en condenar este falso espíritu. ¿Quiénes son hoy los escritores que, basando su escepticismo sobre una ideología pacifista o antimilitarista, emplean íntegramente los preceptos formulados en régimen burgués a un estado de cosas que precisamente representa la voluntad de transformación de este régimen? Son los mismos que, paralizando, podríamos decir, en su carrera, una época revuelta, intentan justificar como revolucionario lo que desde hace mucho ha dejado de serlo.
Nos encontramos de nuevo en presencia de descontentos e insatisfechos que utilizan los mismos descontentos, las mismas insatisfacciones de una época anterior a acontecimientos que han rebasado hace mucho su objeto. Olvidan que el mundo es un incesante cambio, un movimiento continuo. Lo propio de las épocas revolucionarias es que esos cambios sean rápidos. La espontaneidad de estos cambios, su brusco movimiento, abren las compuertas a razones insospechadas, a energías latentes.
El reconocimiento de estos fenómenos sociales, ante los que el escritor no puede permanecer indiferente, implica por su parte el reconocimiento de una conciencia revolucionaria. Esta se ubica, en relación con la conciencia pacífica de las épocas prerevolucionarias, a un nivel superior. Nada podría destruir la indivisibilidad del espíritu humano. Establecer en este terreno una separación artificial sería ir contra la naturaleza de las cosas.
La razón humana es una e indivisible y sus relaciones con la vida deben ser constantes. ¿Cuántas veces hemos oído decir que la libertad de conciencia es un bien sagrado de la humanidad y que se trata, en no importa qué circunstancias, de salvaguardarla? Sí, éste es nuestro deber, pero ¿de qué libertad se trata y de qué conciencia?
No tenemos derecho a desplazar el problema. ¿Acaso es la libertad, en nombre de una abstracción generosa, pero abstracción al fin y al cabo, quien socava los fundamentos de un porvenir cuyo sentido ya se adivina? ¿Acaso no sabemos ya suficientemente que la libertad que usurpa la libertad de otro individuo se denomina tiranía? ¿Acaso no es la peor tiranía la de los instintos incontrolables que, por satisfacciones puntuales, pone en juego el destino de esta misma libertad que pedimos para los pueblos, para las comunidades, para los individuos?
Hay, pues, una gran confusión a desvelar entre aquellos que proclaman la libertad de conciencia a cualquier precio, porque por un lado, la libertad no podría ser limitada por las necesidades sociales del momento, siempre en transformación y por el otro, la conciencia misma cambia su contenido en cada fase de la historia.
Si permanece idéntico el fin por alcanzar, la dignidad del hombre en libertad y conciencia, sería un crimen aplicar a unas épocas revolucionarias no sé qué principios paradisíacos de reivindicaciones inmediatas que la realidad de las cosas hace imposibles o perniciosas.
Por esta razón la palabra puede convertirse en un arma más terrible que los más potentes cañones. Sé hasta qué punto, para un ser sensible, el conflicto puede llegar a ser agudo, entre la conciencia del objetivo por alcanzar y el paso necesario para ese objetivo. No se trata de menoscabar al hombre, de castrarlo, sino, al contrario, de enriquecerlo, de conducirlo hacia la plenitud.
No se trata de renuncias, se trata únicamente de hacer patente el logro en dignidad de la persona humana. Yo he visto en los frentes de España campesinos que, en grado extremo, renunciaron a lo que tenían, y que, habiendo adquirido ese minimum de conciencia de ser también hombres, puesto que esto es lo que les fue negado durante siglos de opresión, se sintieron suficientemente maduros para en adelante sacrificar sus vidas impresas de esta nueva dignidad.
No nos equivoquemos, la tarea que nos espera no es solamente de tipo teórico: además de la adquisición de una conciencia revolucionaria en el escritor, es preciso suscitar en las masas la conciencia del hombre y el deseo de lograr la dignidad y hacer patente ante los hombres el sentido de esa dignidad.
Las masas son fluctuantes, el papel del escritor es enorme en la batalla que debe librar para destruir su indiferencia.
El poeta, ya lo dije, es un hombre de acción, hasta ahora ha rechazado su deseo de acción y lo ha sublimado para crearse un mundo donde la plenitud del hombre podía seguir su libre curso. Pero era un mundo privado que presentaba pocas posibilidades de contacto con los restantes mundos vecinos.
Tras los trágicos acontecimientos, y cuán plenos de esperanza, que surcan la tierra española y alzan el espíritu a alturas de inefable pureza, hemos visto a estos mismos poetas identificarse con la lucha.
Esta pelea ha sido la solución a sus conflictos internos. En lo sucesivo nada les impedirá luchar hasta la victoria total, y esta victoria será una luz nueva que brillará en el horizonte del mundo entero como una señal definitiva de todas las victorias, se trata todavía de vencer y también de merecer.