El viaje del «yo»: diferencias entre el yo lírico y poético en busca de la identidad
Escribe | Ana González Serrano
Sigmund Freud, en su teoría del psicoanálisis[1], distinguió tres instancias que formaban la psique humana: el ello, que hace referencia a los impulsos primitivos y al inconsciente; el superyó, que representa la consciencia y la moral; y el yo, que es la unión de ambos, interactuando con la realidad del ser humano que lo representa.
Según la RAE[2], el «yo» simboliza la «parte consciente del individuo, mediante la cual cada persona se hace cargo de su propia identidad»[3].
A lo largo de la historia, la cuestión del yo ha sido estudiada multidimensionalmente en distintos campos y de forma polifacética. La psicología, el psicoanálisis, la sociología e incluso, la literatura, han querido darle significado.
A diferencia del esencialismo[4], que es una corriente filosófica que defiende al sujeto como un ser único, independientemente de su contexto cultural, psicosocial o mental; la poesía hace referencia a dos tipos de yo dentro de un mismo narrador: el yo poético y el yo lírico.
El primero es autorreferencial, habla del «ser» del autor y de su experiencia en cuanto a sus ideas, sentimientos, emociones, opiniones y deseos. Ejemplo de ello, lo encontramos en la poesía de Rosalía de Castro: «Yo no sé lo que busco eternamente/ en la tierra, en el aire y en el cielo;/ yo no sé lo que busco, pero es algo/ que perdí no sé cuándo y que no encuentro»[5]. Suele estar escrito en primera persona del singular; mientras que el segundo, es un sujeto discursivo externo al propio poeta. Es decir, no habla de sí mismo, sino que mantiene la distancia con la individualidad del autor, lo que le permite el uso de la tercera persona haciendo referencia a otra distinta, o incluso a un animal, vegetal o cosa; como podemos ver en el poema de Luis Cernuda «No inventemos el amor nunca»: «Aquella noche el mar no tuvo sueño./ Cansado de contar, siempre contar a tantas olas,/ quiso vivir hacia lo lejos,/ donde supiera alguien de su color amargo»[6].
Si bien el yo poético podría definirse como el sujeto heredado del romanticismo alemán, trasciende a autores como Joyce, Kafka, Eliot o incluso Baudelaire, extendiéndose a la vanguardia hasta concluir en el canon surrealista de André Breton; expresando el subjetivismo y la centralidad del poeta[7]. Mientras que el yo lírico, disfrazado de «tú», o incluso subjetivando ciertos seres inanimados, aparece ya entrado el siglo XX; aunque no por ello es menos intenso que el anterior, pues, según lo remarca Bousoño «acostumbra a buscar un soporte objetivo para colocar en él, con el suficiente distanciamiento, el producto de su exaltada subjetividad[8]».
En este sentido, el hablante poemático, aunque coincida con el yo empírico del autor, es básicamente un personaje[9]; acercándose a la idea expuesta por Pessoa en su Autopsicografía «O poeta e un fingidor, /finge tão completamente, /que chega a fingir que é dor/a dor que deveras sente».[10] Lo cual, traducido al español sería: «El poeta es un fingidor./ Finge tan completamente/ que hasta finge que es dolor/ el dolor que en verdad siente».
En cuanto a la forma de presentar el yo lírico, Javier Egea distingue tres modalidades: el «yo» explícito (que suele ser confesional, aunque no por ello autobiográfico), el yo implícito (en el que el poeta condensa y proyecta sus emociones) y el yo desplazado (cuando se emplean distintos enfoques sobre un mismo yo, también llamado «personaje analógico»; o dicho de otro modo, es cuando en un mismo poema aparecen personas o sujetos verbales diferentes)[11].
Ejemplo de esta última modalidad, que pudiera resultar más compleja en su teoría que en su práctica, podemos encontrarlo en «El viajero», de este mismo autor: «Hemos querido hablarte/ cuando el sueño te quema como tú pretendías».[12] Como veis, se trata de dos sujetos bien diferenciados: el nosotros y el tú.
Como hemos podido observar, el uso del «yo» como sujeto poético o lírico, depende de la finalidad que busque el escritor, desarrollando todas sus habilidades técnicas y cognitivas para que el poema alcance el impacto deseado en sus lectores; mostrando su objetividad y subjetividad en cuanto a los procesos sociales y culturales con los que se identifica.
La identidad del poeta está intrínsecamente ligada a la universalidad de funciones que quiera transmitir, así como a la multiplicidad de representaciones de la realidad que manifieste[13]. Decía Nancy Morejón que «La poesía no es una forma, sino un estado de ánimo a través del cual, la humanidad ha manifestado ideales y sentimientos de diferente orden[14]»; y es que, ya sea utilizando un sujeto u otro, la figura del poeta abarca y trasciende mucho más allá del propio contexto.
A través de la intertextualidad y reflexión del poema, podemos desvelar la manifestación figurada por la experiencia del poeta, pero no sería más que una interpretación en base a nuestras vivencias o conocimientos, pues la poesía es y siempre será, como decía J.A. Portuondo «la lectura del mundo a través de la estética de la palabra[15]», y ese, realmente, es el verdadero viaje del «yo».
Para profundizar en el tema de la identidad poética, hemos tenido que explorar el ámbito metafísico de Heidegger, quien logra desmitificar la cuestión del «ser», descomponiéndolo en pequeñas partículas o vectores categoriales, en donde lo que se cuenta no está ligado únicamente a la esencia de su identidad, sino también, al valor determinado de sus actos; es decir, al modo de definir aquello que escribe[16].
Esta teoría nos recuerda a la filosofía aristotélica, en la cual se afrontó el problema de un «ser» universal que reuniese a todos los seres animados que existían en la Tierra, inventándose lo que ahora se conoce como «esencia», «sustancia» o «entidad»; rompiendo con el concepto estático elaborado por Parmínedes y Platón, afirmando que es posible ese conocimiento del «ser» a través de la experiencia física; atacando de alguna manera, esa relación de Poesía-Verdad[17].
Desde San Agustín hasta Heidegger no se han encontrado estudios formales sobre esta cuestión ontológica que nos atañe, aunque sí han aparecido distintos enfoques de la mano de filósofos como Descartes, Pascal, Spinoza o Leibinz.
Volviendo a la poesía, Heidegger relaciona esta no solo con esa identidad, sino también con la historia y el origen; lo que podría traducirse en un trato del «yo» como muestra generacional, social y cultural del periodo correspondiente y no como una mera cuestión individualizada del ego (yo pienso, yo vivo, yo siento, yo creo). Es decir: «el arte se vuelve el medio por el cual tiene el hombre de medir la “esencia” de las cosas[18]». Por lo tanto, la identidad está por encima del sujeto, dejando a la esencia como Verdad más allá de la verdad del propio poeta.
La evidencia que presentamos con este estudio es que el viaje del «yo», por simple que pudiera parecer en un principio, está ligado a toda una serie de variantes, más o menos complejas, que definen la forma de presentar la Verdad del poeta a partir de distintos enfoques, de acuerdo a lo que se busque transmitir (independientemente del sujeto que utilice para empatizar con el lector o del distanciamiento que se quiera generar); definiendo su propia identidad o parte de su esencia, trasgrediendo la línea temporal y al mismo tiempo, estando sujeta a ella.
Lo que está claro es que el poeta se dirige explícita o implícitamente al público como emisor solitario, monológico, generando una comunicación lírica con este (en la cual se exterioriza diferentes estados anímicos con el fin de reflejar una realidad concreta) y creando, indirectamente, una relación, vínculo o complicidad entre ambos interlocutores, provocando la participación ilícita de los lectores en sus propios poemas, así como una transmisión del «yo» que pasa, finalmente, a ser un «nosotros», como refleja el poema «Ellos y mi ser anónimo» de Raúl Gómez Jattin (vv.3-4):
[…]Cuando pasa, todos son todos
Nadie soy yo. Nadie soy yo[…][19].
[1] Freud, S. (2016). El Yo y el Ello. Madrid, España: Amorrortu.
[2] Real Academia de la Lengua Española
[3] https://dle.rae.es/yo
[4] Abbagno, N. (1973). Historia de la filosofía. Barcelona, España: Montaner y Simon.
[5] De Castro, R (1986). En las orillas del Sar. Madrid, España. S.A.P.E. p. 11
[6] Cernuda,L (1964). No intentemos el amor nunca. La realidad y el deseo. En Universidad Veracruzana. Infante, J. (1994). El 27 (retrato de una generación). Madrid: Club Internacional del Libro. p.187.
[7] Morelli, G. (2013). La oscura búsqueda del yo lírico en la primera poesía surrealista de Vicente Alexaindre. Cuadernos ASPI (1), p.106.
[8] Olmos Gil, M.A. (2002). Poesía y poética en Carlos Bousoño: relaciones entre pensamiento literario y escritura poética en la obra de un escritor español contemporáneo. Universidad Complutense de Madrid, Facultad de Filología. Madrid, España.
[9] Bousoño, C. (1970). Teoría de la expresión poética, Madrid, España, Ed. Gredos, 5ºEd., pp. 27-30.
[10] Pessoa, F. (1942). Poesias, Lisboa, Portugal, Ed. Atica, 15ªed., p.235.
[11] Sartor, E. (2013). El desarrollo del sujeto poético en la obra de Javier Egea. Cuadernos ASPI (1),p.186.
[12] Egea, J. (2011). Poesía completa (vol.1), eds. Jose Luis Alcántara; Juan Antonio Hernández García, Madrid, España, Bartleby Editores, p. 220.
[13] Escalona, A. (2014). Identidad y poesía: Referentes para la memoria cultural. Lecture, Universidad Las Tunas. Tunas, Cuba.
[14] Morejón, N. (2004). Poética de los altares. La Habana: Ed. Letras Cubanas, p.15.
[15] Portuondo, J. (1974). Concepto de la poesía y otros ensayos. México: Editorial Grijalbo, p.82.
[16] Heidegger, M. y Georg, T. (1890). Una dilucidación de su poema. De camino al habla. Barcelona: Ed. Serbal.
[17] Aristóteles., & Berti, E. (2017). Metafisica . Bari: Laterza.
[18] Heidegger, M. (1951). poéticamente habita el hombre . Presentación, Bühler hohe.
[19] Gómez Jattin, R. (1997). Poesía, 1980-1989. Santafé de Bogotá: Grupo Editorial Norma, p.70.
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