Una poética entre la armonía y el silencio

Escribe | Aníbal Fernando Bonilla


El silencio voraz (2022) de Jonathan Alexander España

Editorial: Abisinia Editorial y
Editorial Avatares (2022)
Nº de páginas: 84
ISBN: 978-958-49-7038-1
Autor: Jonathan Alexander España Eraso
Idioma original: Castellano


Jonathan Alexander España Eraso (Pasto,1984) nos convoca a escribir sobre nosotros. A demarcar líneas meridianas en el papel. A sentir la humedad de la lluvia en nuestros cuerpos. A retornar a la raíz. A las raíces, en plural. En la condición innata de poeta plasma a la muerte con su aliento lírico, por supuesto, luego de atravesar por diferentes recovecos y andariveles de la vida. Desde aquella recurrente dicotomía, se precia en descomponer y recomponer el lenguaje. Esta herramienta que hace más llevadera los hilos de las relaciones sociales, y que colma de colores el poema.

En tal contexto, en El silencio voraz (2022), España Eraso nos plantea acercarnos al «frío de la tierra», a repensar el exilio (esa condición nómada asumida desde la génesis del hombre), o a su vez, a conjeturar la ausencia, la partida. Sobre esas desapariciones que tienen extrañeza, pero también, consecuencia política.

En el poemario aludido se concibe la construcción de una voz auténtica, con ritmo lacónico, sin barroquismos innecesarios, aunque exigente en su relectura. Resonancia que traspasa el viento y la montaña. Advertencia de la patria desangrándose en las tinieblas. Con una composición textual concisa y contundente que abre senderos en medio del hambre y la mortaja. A veces, en verso punzante, sintético y, en otros, en prosa descriptiva. Desde «la mano de la niebla» se evocan elementos de la naturaleza, como melodía en plena noche. Hay una interpretación del mundo: «nuestra isla», desde los microcosmos singulares, con ojo nítido, con mirada crítica, con pincel que desborda luminosidad. Entonces, cabe no solo la rama, sino la arboleda, o, no solo los peces, sino la profundidad del mar; la observación de las olas en una orilla que nos remite a la volatilidad humana. La fragmentación y el todo en la consumación del suceso poético.

Ese animal que es el poema (ballena, tigre, salamandra, gato) tiene cimiento —entre otros aspectos— desde la articulación expresiva. Los versos aparecen como trazos unidos en el conjunto de la significación poética. Caben las vivencias. El acumulado y los restos de la vida; la indagación de los otros y del yo, este último como pieza cabal de identificación creativa («Siento la palabra / como un agujero en todo el cuerpo»). Es en la confesión y el señalamiento privado, en donde España Eraso expande su careo y ruptura con el lenguaje, con un tono metapoético, elevando la escritura a la ensoñación: «Entre palabras y agua, / emerge el poema». La voracidad del silencio, tal como anuncia el título de la obra hace llaga en el artefacto literario: «La página me despide / entre el ruego y el cuchillo».

El autor alude a los inicios del acto escritural. A la fecundidad de la protoescritura. Se halla empecinado en el origen de las grafías. Es un obseso ante la hoja en blanco. «Escribo rodeado por la nieve que tiñe el hueso. / Me deshojo en el secreto. / El único confín es la página». Y es a ella a la que entrega sus desvelos, dudas y temores. Hay una preocupación recurrente por el tejido lingüístico que comunica, no obstante, «llueven palabras» y el sinsentido se refugia en la esencia del barro poemático.

El enfoque dialogal apela a la simiente progenitora. Al tronco filial. De entrañable sensación son los instrumentos retóricos en donde se acuñan imágenes cercanas a la casa primera y al patio de juegos, a las golondrinas, al volcán, a las lágrimas inocentes, a las piedras del río. Mucho de niñez. Mucho de recuerdo: «Entre los labios de la abuela / mi madre es una plegaria / bajo las estaciones». Mucho de congoja y abatimiento: «Madre / el sufrimiento / que mancha tu vestido / cae como nieve / en un bosque / negro».

En los textos de Jonathan Alexander España Eraso (también hacedor del ensayo y la minificción) se cristaliza el maridaje entre la armonía y el precipicio. En sus entrañas anidan pájaros navegantes. Él prueba y comprueba con las ideas (que bien podrían nacer del revoltijo), con la huella versal hasta dar con la línea perfecta, aún a costa de la tachadura/enmendadura, por eso mismo, susceptible de encontrar el camino idóneo al producto textual. El verbo se torna en enunciado breve, como el camino efímero que recorre el acto de existir, cuyas contradicciones se incorporan en el papel. Metáforas y símiles que devienen del arbitrio del poeta, para dar efecto vívido a lo que intenta decir o registrar. Es el arpegio del pasado con el presente.

En El silencio voraz resalta la estructura metódica y ordenada en varios intervalos de referencias intertextuales: «Las formas del fuego», «Un relámpago sepultado en un jardín», «Paisajes de luz», «Las palabras son un tigre blanco», «Con una tierra blanca adentro» y «Abracé los hombros de una hoja». Otros poetas como E. E. Cummings o Blanca Varela cohabitan en la publicación.

Encomiable la propuesta de esta poética, cuya voz habla por sí sola: «Soy una página fugitiva, / fisura del invierno». La creación, sin duda, es un mecanismo válido que, germinando de la realidad, tiene —posiblemente— como fin supremo configurar otras realidades/originalidades palpitantes en la «página fugitiva».

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