«Tonino Guerra», el poema

Escribe| José Manuel Romero Santos


Editorial: Pepitas de calabaza (2018)
Nº de páginas: 112
ISBN: 978-84-17386-13-9
Traducción de Juan Vicente Piqueras Salinas
Idioma original: italiano

Deshaced ese verso.
Quitadle los caireles de la rima,
el metro, la cadencia
y hasta la idea misma…
Aventad las palabras…
y si después queda algo todavía,
eso
será la poesía.

León Felipe

Envejecer es simplificar. El lector maduro, por norma general, exige a la obra de arte la belleza de la simplicidad o, lo que es lo mismo, una simplicidad hermosa. El autor progresa (se trata de una falsa involución) en el mismo sentido, y cuando sabe más por viejo que por diablo, se vuelve austero, en todos los sentidos:

Mantel no gastamos, lo hacemos con un trozo de papel
Que nos sirve después para encender el fuego.
Por la noche, si uno se levanta
basta con una vela y el otro se queda a oscuras.
Así pasa una hora, pasan dos, pasa un mes,
y la cabeza trabaja.

Esto no es un síntoma de desgana, sino de habilidad con el tamiz. La poesía oriental ha sabido de las bondades de la concisión desde hace siglos (fueron más precoces que nosotros en este sentido), y de ahí la hermosura del mínimo haiku, y de ahí aquella particularidad que Borges comentaba a propósito de la literatura de algún país oriental (hablo de memoria) en el que no se conciben las influencias y las generaciones literarias, porque los nombres no son tan importantes como el hecho estético en sí.

Tonino Guerra tenía 60 años cuando escribió Il Miele. No había nacido en la quietud introspectiva del Japón, pero había estado en un campo de concentración nazi, que es como vivir mil vidas en todos los países. Trabajó durante tres décadas en el cine, viajó a Rusia, donde conoció a la que sería su mujer. En los años ochenta volvió a su pueblo natal, Pennabilli, con el deseo de cerrar el círculo donde lo había comenzado. Había nacido entre mil doscientos paisanos. Regresó a los brazos de ocho vecinos: Pinela el campesino, la hermafrodita centenaria Bina, la Filomena y su hijo tonto, tres viejos zapateros y el hermano del poeta. En este mínimo páramo de su vida Tonino Guerra escribió La miel, un libro de una belleza tan mínima y perfecta que resulta difícil de describir. Que el «Canto noveno» hable por sí solo:

CANTO NOVENO

Estaría lloviendo unos cien días y el agua acabó calando
más allá de las raíces de la hierba,
entró en la biblioteca y empapó las palabras santas
guardadas en el convento.

Cuando se aclaró el tiempo
Sajat-Nova, que era el fraile más joven,
cogió la escalera y subió los libros al tejado
y allí los puso al sol para que el aire cálido
secara el papel mojado.

Pasó un mes de buen tiempo
y el fraile estaba arrodillado en el patio
esperando a que los libros dieran señales de vida.
Y por fin una mañana las páginas comenzaron
a susurrar ligeras con la brisa.
Parecía que hubiera un enjambre de abejas encima del tejado
y el fraile se echó a llorar porque los libros hablaban.

 

La miel es un libro que bien podría estar guardado en un cajón. Creo que el único lector imprescindible de este libro es el propio Tonino Guerra (para añadir un grado más de fidelidad a sus orígenes, a sí mismo y a su talante austero, Guerra escribió este libro en el dialecto natal, el romañolo). Por suerte para todos, el libro era además perfectamente publicable, y de una belleza ensordecedora, purgada de ripios y rebabas. Poco más puede (debe) decirse de su estilo.

Su contenido es múltiple. Como afirmó Italo Calvino con respecto al poeta, «hay siempre un relato en cada uno de sus poemas; hay siempre poesía en cada uno de sus relatos». En este caso, el relato es el de la sórdida supervivencia de una aldea, que es lo mismo que decir los seres humanos que la habitan. Y dentro de este dramatis personae, hay una figura que destaca sobre las demás: el hermano de Tonino, compañero de su niñez y de su senectud, dando otra simetría más a la biografía de Guerra, de los Guerra:

A veces se queda parado, de pie, mirando
un rincón de la casa, con los ojos entornados,
y se tira unos pedos cantarines
como los de nuestro padre.

El humor, como puede comprobarse, es una característica adicional del poemario. Se trata de un humor áspero, nada forzoso, sino inevitable y no exento de amargura.

Creo que en La miel el hecho poético emana principalmente de la historia, de las vicisitudes que rodean y construyen el poemario, más que de las palabras. La palabra es solo una bella herramienta que vehicula la emoción estética de la historia, que no es otra que la del devenir de Tonino Guerra en tanto ser humano (el origen en Pinnabella, «las cicatrices del látigo alemán», el cine…)  y su producto (el Apocalipsis compartido con el pueblo y el hermano). Decir La miel, el poema, es decir Tonino Guerra, el hombre, el poeta como hombre emplazado en su tiempo y en su Ítaca, que ya se acaban.

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