«Teoría de la llama», poema de David Ledesma Vásquez
David Ledesma Vásquez (Guayaquil, 1934 ― ibídem, 1961) se trata probablemente del poeta ecuatoriano que, con mayor obsesión, plasmó la fugacidad de su vida en una constante experimentación en su obra, a tal punto que el tópico en latín «memento mori» (Recuerda que morirás) es uno de sus temas claves, aunque no por ello el único.
Ledesma, quien vivió apenas hasta los 27 años, es conocido en Ecuador como «el poeta de la corbata», lo que obedece no a una vida dedicada a las oficinas y al tedio burocrático sino al título de uno de sus libros y a las circunstancias en que se quitó la vida, vistos hoy más de medio siglo después de su muerte como un gesto distintivo de la corrosiva autoironía que lo caracterizaba.
Entre sus obras constan Cristal (1953), Club 7 (en colaboración con Ileana Espinel, 1954), Gris (1958) y Los días sucios (1960). Poco después de su muerte fueron publicados los poemarios Cuaderno de Orfeo (1962), Antología general (1962). También dejó inédito La risa del ahorcado o la corbata amarilla, texto que años después se daría a conocer en la edición de su Obra poética completa (2007).
Además, el poeta se dedicó al mundo de la actuación, primero como actor radiofónico en varias emisoras locales y después en el teatro, donde tuvo la oportunidad de viajar por varios países de Latinoamérica.
En marzo pasado, la editorial española Pre-Textos publicó Antología poética (2018), una recopilación en perspectiva de toda la obra del autor guayaquileño, con la que de a poco se empieza a revalorizar su legado entre los lectores de nuestra lengua.
«Teoría de la llama» es un poema que forma parte de la antología Poesía viva del Ecuador (2007), editado por Libresa, y del cual hemos extraído su contenido para difundirlo entre vosotros.
TEORÍA DE LA LLAMA
Ya no soy más
el hijo de mis padres,
sobrino de mis tías,
nieto de mi abuela;
el ciudadano
que portaba la cédula
número 1317284,
que −en pie− cantaba un himno nacional
y que firmó: David Ledesma
sobre cartas
y cheques
y canciones.
He muerto en mí para resucitarme.
Un nuevo ser me viste.
Ya no puedo decir que soy un hombre
ni que vivo en tal parte,
ni que amo,
ni que soy. Ya no soy.
Me transfiguro
en una entera llama de Poesía
que arde,
crepita
y ruge
desde adentro.
Puedo tener un rostro como un viento,
un hueso como un río,
una muerte como un canción.
Mi ser no es esta costra.
No soy yo.
Ni es mi familia.
Ni es mi pueblo. Ni
es siquiera mi nombre.
Es un espacio luminoso y puro.
Un punto indefinido.
Intangible.
Inasible.
Indescriptible.
Una partícula
de fuerza,
de combate
que me nutre con sus tremendas brasas.
Ahora puedo morir,
puedo vivir también,
sobre mi cuerpo pueden caer piedras,
puede, bajo mis plantas hundirse el suelo:
y no caeré,
ni sufriré dolor.
La Llama me alimenta.
Me sostiene.
Estoy enteramente poseído
de una fuerza que es magia
y armonía.
No busco las palabras hermosas,
ni quiero los sentimientos nobles;
no busco ni siquiera el tono melodioso de la voz,
no busco nada,
mi voz es parte de la Llama,
es un instrumento al servicio de la Llama.
Y este fuego letal,
sagrado,
inexplicable,
me nutre y me posee.
Y ardo
nada más.
Tocado estoy de Gracia y de Misterio.
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