Stella Díaz Varín, la poeta entre el glamour y el punk
Stella Díaz Varín (La Serena, Chile, 1926 – Santiago, Chile, 2006) probablemente se trata de la mujer que fundió con más radicalismo la frontera entre biografía y obra dentro de la poesía chilena de la segunda mitad del Siglo XX; tal como su carácter indómito podía boicotear una lectura poética o doblegar el aplomo masculino sus textos daban cuenta de una estética en continua riña con el orden social que la rodeaba.
La figura de Díaz Varín irrumpió en Chile poco después de que su compatriota Gabriela Mistral recibiese el Premio Nobel de Literatura en 1945 (hasta ahora el único concedido a una latinoamericana en esta categoría), paradójicamente en una época en que casi todos los talentos literarios eran varones y se aglutinaron en la Generación del 50, tales como Nicanor Parra, Enrique Lihn, Alejandro Jodorowsky, Miguel Arteche, José Donoso, Jorge Edwards, Claudio Giaconi, Luis Oyarzún, Enrique Lafourcade, entre otros.
Durante esos años mantuvo enfrentamientos e idilios con sus contemporáneos —Parra le dedicó el poema «La víbora», uno de los textos de Poemas y antipoemas (1954)—, a los que atraía por su aura seductora y mantenía a raya por la reputación combativa que se había granjeado, al punto que más de una vez apaleó a alguien por un comentario desatinado. De su vida circulan decenas de historias que acrecientan la leyenda sobre su personalidad entrañable, bohemia y agitadora, ante la que unos colisionaron y otros cayeron encantados.
La bibliografía de Díaz Varín se compone de cuatro libros y un poema largo: Razón de mi ser (1949), Sinfonía del hombre fósil (1953), Tiempo, medida imaginaria (1959), La Arenera (1987) y Los dones previsibles (1992).
Enrique Lihn en el prólogo del último de estos títulos afirmó: «La voz de Stella es fiel a sí misma. Subrayo esa palabra para agregar que la mayor parte de los poetas de mi generación entendíamos la poesía como canto, en primer lugar y sólo en segundo como escritura. En el poema hablaba, una primera persona que debía robarse con su voz todas las películas, empezando por la biblia. El hablante más bien cantante, de los versos, debía ser «antipoeta y mago» -Huidobro-; heroico y multitudinario -De Rokha-; un mito -Neruda-. Stella Díaz Varín, no bien reconocida la necesidad de tener una voz propia y resonante y, en ella, «la razón de mi ser», intentó diferenciarla con una violencia específica e hizo de ella una leyenda turbulenta».
En los últimos años de su vida se vínculo al colectivo surrealista Derrame para apoyar a las nuevas generaciones de poetas. En 2008 se estrenó el documental La colorina dirigido por Fernando Guzzoni sobre el legado de la poeta, el que recoge el testimonio de quienes compartieron con ella en distintas etapas de su vida, caracterizada según la leyenda urbana, por mantenerse en la periferia de la cultura oficial, oponiéndola con rudeza e incorrección.
Los siete poemas que compartimos corresponden a la edición de Obra reunida (2013), título que estuvo a cargo de la Editorial Cuarto propio en Santiago de Chile. Puedes leerlos al desplegar el botón correspondiente al título de cada uno.
de sus pechos en el dintel del tiempo;
de la mujer que se envolvió a sí misma
dentro de una madrépora en su mundo de algas
y desanduvo todos los caminos para encontrar sus ansias
y lanzó su agonía decisiva junto con las estrellas…
De la mujer que amaba las palomas en éxtasis de virgen,
y amamantaba lirios por la noche con su pezón dormido;
de la mujer que supo antes que Dios del clavo y del silicio.
De ella, la tentadora de la muerte durante ocho siglos,
la que en sus manos tiene dos trigales y en sus sienes de niña
una rama florecida de lágrimas,
de ella la novia que tendió sus velos por sobre los abismos
de ella la vencedora, la cercana,
de esa mujer soy hija.
De Razón de mi ser (1949).
La llaga del tiempo es profunda,
que cada apertura de las horas
en que suena el derrumbe de los cálices
es desolación para el espíritu.
Mas, no interpretes a tu sexo
como el desentenderse de la imagen,
no pretendas buscarme en la redoma de mi sed interior;
has de saber
que el sacrificio de mi mundo triangular,
motivó la ira de los hombres,
mas, los dioses bendijeron mi osadía.
Ya lo sé que pulsaba mi lira en tus rodillas
y ardí de soles en tu boca,
y no fui feliz.
En la estructura gris de tus milenios
no existió la remota eucaristía,
ni en el soberbio impulso de tu mano
radicaba mi dicha.
Anduve y fui a mis reinos interiores
para verificar mi pensamiento.
mi planta, en el sarmiento y en la roca,
y en el pezón oscuro de la sombra
fue dormido,
y tú, ibas tras de mí siguiéndome
y yo oía desde mí que me llamabas,
y sentía el cantar de las espigas en el campo de sol,
meciendo pájaros.
mas, tú, ibas con tus lobos tras mi huella
mordiéndome en las sienes tus deseos
torvos, en el espasmo de tu sangre.
¿Sabes cuánto duró mi marcha al caos?
Hasta el dominio de las madreselvas.
Mis pies de bailarina
De tanto torturarse no sangraban,
Y una visión de la región del sueño
Envolvía mis tules amarillos.
¡Cómo deben dolerme las ojeras en la vigilia azul!
Tanto quedarme a solas me hace daño,
tanto sentirme mía ya no siento.
Suma benevolencia de los cielos
el poder empaparme de rocío,
suave puñal de sabio sacrificio,
lacerante estilete mi agonía presunta.
Cómo deseo, hermano,
tu estadía en mi hora suprema,
la joya zodiacal de tu mirada
sobre la tierra blanca de mi seno,
cómo deseo el tacto de tu palma
cuando suene el derrumbe de mi cáliz.
De la sonora eternidad del níquel,
llega la vibración de mi silencio;
yo estoy conmigo,
y me recuesto en ella.
De Razón de mi ser (1949).
y mi mirada de estremecida fiera,
cómo es que pretendes poseer mi soledad
a través de la raquítica arquitectura del sonido,
cómo es que pretendes encontrar el origen
de mi violento mandato, más allá
de la séptima agonía de tu pecho.
Soy y seré después de los advenimientos
y de las cicatrices imborrables de tus párpados.
ay, noche, a ti te digo de mis estertores,
desparrama tu pomo de fragancias.
Aunque de opacos soles venga tu reinado de aguas
y los peces invadan mi velamen,
yo te diré del purificado peregrino
y de la hondura de su lágrima
Desde la cripta donde habita el ansia
te hablaré de mi noche y de sus astros,
del vasallaje estéril de los dioses,
y de la inútil senectud del alma.
Dices que presentías mi vertiente
cuando aún no venía,
del remoto cataclismo de amapolas,
que era grande la dicha de saberme
y era honda amargura mi llegada,
o te diré, después del primer y último
titilar de la lágrima,
que es inmensa amargura el no tenerme.
No quieras que me encuentre
en el confuso panorama de algas,
ni busques en la cuenca de las olas
mi escondida palabra.
Yo estaré lejos, lejos, solamente
donde la luz no hiera mi pupila de estanque;
estaré lejos, lejos, lejos, lejos,
mis dedos convertidos en puñales,
hurgando en los cabellos de una virgen
-raíz semi escondida de la llama-
mis propias actitudes.
Amada infiel, mi soledad, ¿me dejas?
Vuelvo a la noche. Espera, calla.
Es que quiero adorarte.
De Razón de mi ser (1949).
sobre una ola, también recién parida.
Y era su sustancia, de amortiguado rostro redivivo,
como la mano empuñada de rojo.
Y perennemente sola como el signo de su frente.
Ella, y el viento azul, meciéndola como un padre
con algo de brutal y algo de amoroso.
Ella tenía asida a su cintura
la acordonada mano del amigo.
Tanta enramada para tanta sangre.
Ella estaba parada como un pequeño invierno sedentario
y en los ojos le bailaba la muerte.
Para existir después de tanta primavera,
Ella debió tener un silencio estatuario
En su única arruga frontal.
De Sinfonía del hombre fósil (1953).
Y les he dicho acerca del peligro
de esconder las armas
bajo las ojeras
Ellos no están de acuerdo.
Y como están todo el tiempo discutiendo
Siempre traen perdida la batalla.
Uno ya no puede valerse de nadie.
Yo no puedo estar en todo;
para eso pago cada gota de sangre
que se derrama en el infierno.
En el invierno, debo dedicarme
A oxidar uno que otro sepulcro.
Y en primavera, construyo diques
Destinados a los naufragios.
Así es, en fin…
Las cuatro estaciones del año
No me contemplan, sino trabajando.
Enhebro agujas
para que las viudas jóvenes
cierren los ojos de sus maridos,
y desperdicio minutos, atisbando
a la entrada de una flor de espliego
de una simple abeja,
para separarla en dos,
y verla desplazarse:
la cabeza hacia el sur
y el abdomen hacia la cordillera.
Así es
como el día de Pascua de Resurrección
me encuentra fatigada ,
y sin la sonrisa habitual
que nos hace tan humanos
al decir de la gente.
De Tiempo, medida imaginaria (1959).
Ustedes
Son los hombres castigados,
Los labradores
De gestos oblicuos
Que al engendrar falsos surcos
La semilla huyó despavorida.
Ahora respóndanme
Con una mano enguantada
A flor de corazón.
Cuál es la fecha exacta
Entre Aldebarán y Andrómeda.
El día en que los cuervos
Cosechan lo suyo
Entre la más grande estampida
De todos los tiempos. Amén.
De Los dones previsibles (1992).
Y mi triunfo;
Encontrar la palabra encondida
aquella vez de nuestro pacto secreto
a pocos días de terminar la infancia.
Debes recordar
dónde la guardaste
Debiste pronunciarla siquiera una vez…
Ya la habría encontrado
Pero tienes razón ese era el pacto.
Mira cómo está mi casa, desarmada.
Hoja por hoja mi casa, de pies a cabeza.
Y mi huerto, forado permanente
Y mis libros como un huerto,
Hojeado hasta el deshilache
Sin dar con la palabra.
Se termina la búsqueda y el tiempo
Vencida y condenada
Por no hallar la palabra que escondiste.
De Los dones previsibles (1992).
2 comentario en “Stella Díaz Varín, la poeta entre el glamour y el punk”