De Rayuela a Gabriella Infinita. Aportes acerca de la literatura en la era digital

Escribeǀ Ezequiel Fernández Bados


Niños juegando a la rayuela en París, 1960.

Niños juegando a la rayuela en París, 1960. Fuente.

Es una mañana nublada de primavera en esta parte del mundo. Y cuando digo «esta parte del mundo» me refiero al Gran Buenos Aires, zona oeste, Partido de Hurlingham (en Argentina), que es desde dónde estoy escribiendo hoy. Lo curioso de decir esto es la plena seguridad de saber que no necesito decir absolutamente más nada. Tan sólo con esas referencias, Google se encargará reponer para ustedes toda la información necesaria, si es que desean hacerse una idea mucho más cabal de cómo son las condiciones urbanísticas/climáticas de la geografía de donde escribo. Este comentario, recuperado un poco de manera anecdótica, da justo en la tecla de una pregunta fundamental que viene replicándose en todos los ámbitos de lo social, y entre ellos la literatura: cómo es que las nuevas tecnologías modifican lo social y su relación con la literatura. Si bien durante algunos años la polémica había girado alrededor de la muerte del libro —como una de las discusiones centrales[1]— en la actualidad se hizo presente que, lejos de cometer un crimen con respecto al libro, las nuevas tecnologías posibilitaron un crecimiento exponencial de la práctica de la literatura y la relación del sujeto con su lenguaje.

Este artículo busco trabajarlo, de manera contrapuntística, entre Rayuela (1963) y Gabriella Infinita (2005) [2]. Por tanto, me gustaría recuperar algunas interrogaciones, o al menos subrayar ciertos puntos de vista, entre la práctica del lenguaje, el trabajo del escritor, las nuevas tecnologías y cómo estas reconfiguran la relación entre la literatura y lo social.

Lejos de rechazar las nuevas tecnologías digitales, el mercado editorial buscó (y busca) por todos los medios expandir su producción hacia las plataformas nuevas que estas tecnologías permiten (recordemos el trabajo —brevísimo— de Grupo Planeta con la librería online veintinueve.com; consideremos todos los catálogos en línea, venta de libros electrónicos —de diverso formato: e-book, kindle, PDF, etcétera—; recuperemos la actividad cada vez más en aumento de la venta de libros por redes sociales, tanto por particulares como por empresas). Independientemente de estos intentos, la preferencia de los lectores parece seguir siendo el libro físico. La pregunta que se me impone inmediatamente al ver los datos editoriales de cualquier año desde que existen libros digitales hacia acá (en donde la venta de libros digitales sigue teniendo un carácter minoritario en todos los casos) es si, en efecto, hay un rechazo general por parte de lo social al advenimiento de la literatura en plataformas provistas por las nuevas tecnologías (cosa muy común, por cierto, y que ha sucedido cada vez que una nueva tecnología se impone con fuerza) o si, realmente, hay un problema de base en en el que esa literatura en particular no es compatible con esa plataforma en particular en la que se encuentra. Me vuelco a pensar en lo segundo.

En la obra de Walter Ong, Oralidad y escritura: tecnologías de la palabra (1982) [3], quedan más que exhibidas las similitudes que las críticas más comunes hacia las nuevas tecnologías tienen con las críticas que han existido en todas las épocas cuando el avance de las nuevas tecnologías posibilita la democratización de la información: «“La abundancia de libros hace menos estudiosos a los hombres” [citado por Lowry, 1979, pp. 29-31]: destruye la memoria y debilita el pensamiento demasiado trabajo (una vez más la queja de la computadora de bolsillo), degradando al hombre o la mujer sabios en provecho de la sinopsis de bolsillo» [4]. Esta concomitancia no es casualidad; así como tampoco cuando Platón, en el Fedro y en la Séptima Carta, agrupó a sus lectores con las deficiencias de la escritura; así como tampoco la paradoja de «escribir» en contra de la escritura e «imprimir» textos en contra de la imprenta. No es casualidad. Así como escribir en contra de las nuevas tecnologías digitales desde un Word tampoco es casualidad. Siempre que aparece una nueva tecnología que permite (de una u otra manera, en mayor o en menor medida) una democratización de la información, una posibilidad de acercamiento más cabal y sincera al saber para todos, un permiso para la producción sin límites y el mestizaje de todos aquellos saberes que quedaban descartados por un grupo minoritario de «poseedores» de esos  sistemas de legitimación, hubo por parte de estos últimos una avalancha de argumentos que intentaban menospreciar, desarticular y/o anular la imposición de estas nuevas tecnologías.

Si bien es cierto que las nuevas tecnologías son un paso importantísimo para el acceso de todos a la información, la comunicación y la producción del saber, también es cierto que estas nuevas tecnologías chocan de lleno con dos consideraciones necesarias: en primer lugar, hay que pensar cómo es el acceso (en términos adquisitivos y poblacionales) a estos dispositivos (la computadora, el celular, e-book, Kindle, etcétera) [5]; en segundo lugar, hay que poner el ojo directamente en cómo es la constitución radical, la lógica, que subyace a estos dispositivos. Para el primero de los puntos no tengo absolutamente nada que decir, excepto que la posibilidad de acceso a las nuevas tecnologías debe considerarse como parte de los derechos humanos inalienables y debe ser contemplada desde la primera infancia por todos los Estados-nación como una necesidad básica que deben reponer, junto con la educación pública, la salud pública, una vivienda digna, la posibilidad de trabajo digno y el acceso a los alimentos no contaminados y de calidad. Con respecto al segundo punto, haré algunos comentarios a continuación.

Como dijimos anteriormente, si efectivamente, a pesar del interés comercial de la industria editorial por sumarse a esta nueva ola de avances tecnológicos e incorporar allí los productores de literatura con los que trabaja, los porcentajes de venta de los libros digitales no tienen números remarcables, lo más probable es que se deba a una cuestión estructural. Así como en el pasaje de los relatos orales a la escritura (pensemos, por ejemplo, en El cantar de Roldán, por nombrar sólo uno) se pierde, efectivamente, su carácter puramente oral (que no logra ser recogido del todo con la transcripción fonética), ¿por qué pensamos que un libro, escrito, pensado y planificado para ser publicado en un formato físico de códice, va a permanecer radicalmente igual al transportarlo a una plataforma distinta?

Imagen de portada de la hipernovela Gabriella Infinita en el portal digital javeriana.edu.co.

Imagen de portada de la hipernovela Gabriella Infinita en el portal digital javeriana.edu.co. Fuente.

 

Las nuevas tecnologías tienen características estructurales propias. Solo por nombrar algunas, tiene una lógica de acción interactiva, de lectura breve [6], con la posibilidad de referencias inmediatas, hipervínculos, imágenes, gifs, videos, música, banners, con la contingencia de la publicidad, del comentario, de la edición/corrección colectiva (pensemos en Wikipedia). Y, sin embargo, hay una tendencia muy fuerte a considerar a las nuevas tecnologías simplemente como una plataforma equivalente a la plataforma del códice (esto es, con su misma lógica estructural).

Al escribir Rayuela, Julio Cortázar puso en máxima tensión las posibilidades que las condiciones de producción de su escritura le permitían. Interpeló al lector pasivo (lector-hembra le llamó él, con una metáfora por demás heteropatriarcal), interpeló directamente la estructura canónica de la novela, desde la constitución de sus personajes, el trabajo del argumento principal, hasta la estructura misma del libro alterando las oportunidades de continuidad y contigüidad: le dio al lector la tarea de elegir, efectivamente, cómo quería que esa historia se cuente en base a una cantidad específica de datos/hechos/acontecimientos. Y al hacer esto dejó al descubierto cuál es, particularmente, la lógica constitucional del libro-códice. Si Cortázar puede considerarse como un escritor «experimental» (al menos, en aquellos tiempos) es porque precisamente el proceso de experimentación busca poner en jaque esa lógica estructural, tensionarla, reconfigurarla: busca pensar y trabajar con otras lógicas. De igual modo se pueden nombrar otras obras como Finnegan’s Wake, o Esperando a Godot. Me interesa particularmente Cortázar por el manejo en el orden de lo puramente estructural (la posibilidad de reconfigurar capítulos para crear nuevas historias). Algo similar podría pensarse con las obras de Juan José Saer si vemos que la totalidad de sus novelas trazan una historia macro que, de algún modo, podemos ir alterando (mucho menos libremente que en Rayuela). Nada más equivalente a Rayuela que las técnicas del montaje cinematográfico. En fin, la interiorización al extremo de un sistema de escritura puesto en tensión por la simple necesidad, tal vez propia de la génesis misma de la literatura, de incorporar al lector en una relación de interactividad.

Las obras como Rayuela son las que nos permiten trazar una línea de continuidad con la literatura digital. Si ponemos el ojo en Gabriella Infinita podemos reconocer en ella las características que mencionamos más arriba (interactividad, posibilidad de reescritura colectiva, hipertextualidad, incorporación de imágenes, etcétera): una experiencia literaria que esgrime contra nuestra heredada posición de lector-pasivo (que, por más experimentos literarios que hayan sacudido el mundo cultural, aún seguimos padeciendo [7]). En otras palabras, una literatura que se constituye desde otra lógica estructural que no es la del libro-códice y que es necesario descubrir a ciencia cierta.

Dispositivos digitales de lectura frente al libro. Fuente.

Así como los trabajos de Walter Ong pudieron demostrar con cabalidad cómo es que nuestra estructura de pensamiento cambia radicalmente cuando internalizamos los procesos de escritura (abandonando la estructuración del discurso propio de la oralidad primaria), un cambio similar acontece en el pasaje de una literatura de códice a una literatura digital. Las reglas son nuevas. Las plataformas son nuevas. Los procesamientos son nuevos. La forma de construir el discurso es otra. Y si hay una reticencia a internalizar estos procedimientos es porque nuestra época es, precisamente, la coyuntural. La relación entre la literatura y lo social ya se ve afectada por el ingreso de las nuevas tecnologías, no sólo en la posibilidad de acceso, sino y sobre todo, en el proceso de producción. Desde el primer momento en que notamos que es mucho más sencillo, fácil, rápido, estético, cómodo, trabajar con un procesador de textos digital que con una hoja y una lapicera, tenemos que considerar que, probablemente, nuestra estructura de pensamiento esté cambiando radicalmente a otra estructura que no es necesariamente igual a la estructura que subyace en la producción escritural, y en cuyo caso habría que poner el ojo en cómo se da y qué características tiene ese cambio. Cómo es que las nuevas tecnologías van a reestructurar la literatura en un futuro (pensemos en la gran abundancia de literatura que existe en blogs y redes sociales; en el incremento de producciones de microrrelatos y poemas cortos, de producciones hipermedia o hipertexto; en la cantidad inconmensurable de literatura independiente que circula por el Internet a un simple click de distancia). Cómo se va a reestructurar el mercado de la literatura en relación con este cambio. Y pensemos, sobre todo, en cómo se va a reconfigurar el mercado de los prestigios (puesto que, probablemente, sea éste quien lance la primera piedra si el porcentaje de libros digitales vendidos por año por las editoriales empiece a subir).

Por lo pronto, y a modo de conclusión, tengo la esperanza en que las nuevas tecnologías nos permitirán construir nuevos modos de ser, nuevos modos de hacer, nuevos modos de sensibilidad, de relación con los otros. Habrá que evitar caer en todas esas categorías tramposas que, durante años, se han utilizado semióticamente para segmentar, para discriminar, para alejar, para hacer de las producciones sociales cosa de algunos pocos. Habrá que contraponer al pensamiento malicioso de la picadora de carne neoliberal nuestra más conmovedora literatura de batalla. Y serán las plataformas digitales las que, probablemente, nos posibiliten una mayor reflexión sobre cómo construimos nuestra subjetividad.


 

[1] Para este tema, por ejemplo, es sumamente interesante el contrapunto recuperado en El fin de los medios masivos, Mario Carlón y Carlos A. Scolari (edit.). La Crujía Ediciones, 2009. Buenos Aires.

[2] Fechar la obra Gabriella Infinita merece una salvedad. La obra surgió primero en formato libro, en 1995; posteriormente cambió su estructura a la de un hipertexto (1998-99), y actualmente se puede encontrar como hipermedia (2005). Yo he trabajado con la versión hipermedia, y esa es la que voy a fechar.

[3] Aquí estoy trabajando con la edición de Fondo de Cultura Económica, año 2000. Impresa en Buenos Aires.

[4] Ong, páginas 86-87.

[5] Trabajo mencionable para garantizar el acceso de los sectores de la población que han sido empobrecidos por la desigualdad de clase fue el programa Conectar Igualdad (Argentina, 2010), entre otros.

[6] Este mismo texto, bastante extenso y con notas de aclaración, publicado en un sitio web, va en contra de la lógica estructural de las nuevas tecnologías. Este texto está escrito y pensando con la lógica estructural de una ponencia, un ensayo, o un artículo que se publicará en papel; no digital.

[7] A mi entender, esto no es tanto causa de las producciones culturales (literarias, musicales, cinematográficas, etcétera) sino por resultado de nuestra experiencia escolar. La escuela (y sus instituciones equivalentes) forman y normalizan, aún hoy y en mayor o menor medida, al lector como un sujeto pasivo de conocimiento. La inserción de las nuevas tecnologías en el ámbito escolar, y sobre todo para la enseñanza de la lengua y la literatura, buscan revertir esta situación. Un trabajo muy interesante sobre este tema es Enriquecer la enseñanza: los ambientes con alta disposición tecnológica como oportunidad (2012) de Mariana Maggio.

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