«☠» y otros textos de Pamela Cuenca en un muestrario de su poesía

Pamela Cuenca (Loja, 1996) es autora de los libros Los cubos que me habitan (Universidad de Cuenca, 2018) y Piriápolis: Una muerte azul (Casa de la Cultura Ecuatoriana de Loja, 2019). En 2017 obtuvo el Premio Nacional de Poesía César Dávila Andrade en la ciudad ecuatoriana de Cuenca.

Ha publicado las plaquetas: Ensayo de realidad virtual para un gato que despierta (Loja, 2017), Despersonalización de una máquina: futuro no inmediato (Ambato-Loja, 2017), El descanso de la nube roja (Loja, 2018). Algunos de sus poemas aparecen en Antología Alma Adentro Mujeres Ecuatorianas Premiadas (Editorial El Conejo, 2018), Alas Púrpuras: Antología de resistencia y libertad (El Ángel Editor, 2018), Antología El vuelo más largo (Ángeles de papel Editores, Lima, 2020) y, en espacios tanto impresos como digitales dentro y fuera de su país.

Ha sido reconocida por la Casa de la Cultura Núcleo de Loja y el Ilustre Municipio de Loja por su destacada trayectoria literaria. Ha participado en diferentes encuentros y Festivales Nacionales e Internacionales. Además, fue directora y fundadora en 2017 del I Festival de Poesía De Lirios en Ambato.

En la actualidad reside en las Islas Galápagos como asistente bibliotecaria y tallerista.


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Fui universo, granitos de arena alrededor del tiempo. Fui lluvia, mojando las calles para hacer espejos. Fui tierra, en mí nacieron pequeñas raíces que se sujetaban suavemente. Fui equilibrio, una cuerda floja de la que siempre caía, al revés. Un témpano de hielo atravesó mi oído izquierdo, un soplo caliente lo derritió todo. Soy un hombre que no mira pero lo ve todo. Soy un vestigio de estrella que aún brilla aunque esté muerta. Agujeros negros para que jamás comprendan lo que escribo. El que no siente no se puede quedar a juntar las cáscaras de naranja. Cascadas se levantan para abrazar mi espalda, cae ligero el aire para no mantenerse siempre invisible.
Pedir amor como raciones de alimento en la guerra más oscura. Luciérnagas se encienden para apagarse. Fui encierro, una niña sin pies que baila en estacas. Fui escalera, los caminantes ascendieron pisando cada escalón y me dolía. Fui alcancía, un anciano me llenaba de monedas, para romperme. Un candelabro que ilumina la habitación donde una mujer—andamio se desarma todas las partes.
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De El descanso de la nube roja (2018)

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Una cajita aterciopelada
Luz que se expande por el prisma
Mil colores que son solo cuatro
Anoche soñé con un conejo
Conejo blanco cola esponjosa
Los conejos son caníbales
Conejo se come a otro conejo
El conejo más gordo es el que gobierna
Este mundo extraño lleno de conejos y sangre
Un conejo bebé al nacer empieza la búsqueda
Busca comerse un conejo más grande
Y así crecer
El crecimiento se mide por el tamaño de la panza
Panza gigante conejo alfa
No es un sueño es el conejomundo
Mundo conejo
Conemundo
Mundonejo
Miles de conejos caníbales
Conejo bebé ahora es un conejo niño
Su niñez es haberse comido tres conejos
Conejo niño sigue en la búsqueda
Escalar la pirámide de conejos comidos
Sangre expuesta no hay vísceras
Sólo rastros de piel conejuda
El conemundo mundonejo conejomundo
Sigue su cauce
Ríos de cadáveres de conejos
Una cajita aterciopelada abierta
Luz que se expande por el prisma roto
Mil colores que son solo retazos de vidrio
Conejos y conejos invaden la mente de un no conejo
Conejo niño ahora es un conejo joven
La juventud es haberse comido trece conejos
Conejo joven ya no quiere seguir creciendo
Pero el suicidio es inconcebible en el mundonejo
Un conejo joven busca ser comido
Ola gigante de conejos muertos
Cadáveres sin forma llenando cada centímetro
Conejo joven ha conocido una coneja
Ambos sin ganas de seguir siendo caníbales
Se aparean en su búsqueda por parar la matanza
Nace un conejo bebé
Y éste se come a sus padres
Los conejos son despiadados
Aquí lo único que importa es estar gordo
Una cajita aterciopelada abierta
Guarda en su interior el sueño de una niña
La luz se expande por el prisma roto
Mil colores que sólo pueden venir
De un mundo donde habitan
Conejos
Muertos
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De Los cubos que me habitan (2018)

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Pude serlo todo, pero ahora soy un torrente de agua santa que desemboca en un pozo séptico. Sí, soy eso y también un llaverito. Quise decirte que no miento, que la luz del amanecer octavo me quema los ojos a la misma hora. Soñar con un vientre inflamado vertientes de sangre ensuciando las venas y también los omóplatos: le quité la miseria al parásito cuando reventé su estómago entre mis uñas, asesina de pequeños vampiros que chupan tu sangre que es mi sangre. Azuzano con destreza las imágenes —una tras otra y otra tras otra— imagen de hombre buey, de hombre cárcel, de hombre azulejo. Somos un cubo, habitamos en un cubo, cuarto de espejos que se rompen al abrir la puerta, que se manchan al cerrar la puerta, que no miran nada, que (ausencia, caja vacía) nos devoran los ojos. Triste que no se enreden los cabellos en tenedores de marfil y que el marfil no llore su origen. Que el niño sin boca le rece a un santoman en el centro de la mesa y se corte los párpados. Pude serlo todo, pero ahora soy una canica en casa de ciegos, rodando por el piso, riendo cada vez que cae y se parte el cráneo cualquier espectro que me llama desde el espejo: charquitos de sangre para la cena.
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De Los cubos que me habitan (2018)

Post Apocalipsis Dinosaurio Zombie Radioactivo

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PARTE I
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Aquí no hay dinosaurios, sólo hay escombros de ciudades deshechas. El humo es irrefutable, dueño de las aceras con borrachos de cantina y concubinas. En este refugio clandestino hay miseria, mujeres que se venden por un plato de comida y no, no venden su sexo sino sus historias. Amantes elocuentes y amantes silenciosos. Aquí no hay dinosaurios, sólo escombros grises y señoras de pelo pintado, tacones que astillan sus pies para así sentirse altas, señoras con hijos bien paridos pero ellas son monstruos. No se asuste aquí no hay dinosaurios, sólo ausencias disecadas porque todos somos un gran cubo.

Si los escombros toman la vida que les falta a los pocos habitantes de este cubo, entonces se convertirán en un dragón gigante y no serán un dinosaurio, el ciudad/dragón quemará los residuos de personajes circolientos[1] y el cubo será una llama eterna de fuego griego. Los dinosaurios llorarán y, el lugar que no habitan también. La tristeza de los escombros de los grises de las miserias de las señoras con trajes payasos y pies sangrantes en tacones: todos, dormitarán a la espera de que el cubo mayor los transforme en hadas caracoles con antenitas rosa, pero los dinosaurios seguirán llorando. De los despojos las ausencias transmutarán en un cubo con cielo rojo, las paredes serán montañas jamás pintadas.

Fantasmas con camisa a cuadros y tirantes azules. Fantasmas en ciudades encarceladas en sonidos que son los escapes de algún tubo. Silencios, césped cortado como dedos sin mano, la sangre es la savia que no te quieres tomar. Un contraste que no se deja ver con los colores deformes. Esta ciudad de fantasmas es una cloaca de ratas panzonas que tienen cabeza de simio, alas de mariposa que jamás fueron oruga. Las ratas cabeza de simio son ciegas y se chocan entre sí, orgía de ratas que se reproducen insaciablemente mientras un arcoíris unicolor brilla en lo alto del cielo descompuesto. Se desabrochan con los dientes la camisa esos fantasmas con dedos cortados que son césped/adoquines en un charco de sangre. Ahora soy una rata y mis ojos de simio ciego se esconden bajo los charcos púrpura. Soy una rata y huyo a tientas por el ducto de una alcantarilla olvidada como las hojas de los días en que fui un desierto de palabras que murieron cuando quisieron ser poema. Y el poema también es una rata con las patas atadas arrastrándose por la miseria, por los vitrales de orina y deshechos, el poema es la rata, la rata es una luciérnaga apagada y el vacío somos todos los habitantes de este dragón/ciudad cubo de alucinaciones diminutas y un dinosaurio llorando en algún rincón: no pude ser belleza.
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PARTE II
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Una anciana vestida de turquesa es una jovencita de cabellos negros que mira la ciudad desde la primera esquina del cubo y abre sus alas de murciélago en medio del fuego lluvia que moja incendia el ciudad/dragón. En esta ciudad los habitantes estudian la alquimia de lo amorfo, no existe conciencia del cubo gigante ni de las manos congeladas que sujetan lo inexplicable. Serás un triste hombre de traje amarillo con ojos de lagarto y brazos ciempiés, comerás insectos calavera, cadáveres de animales domesticados. Los dinosaurios encapsulados en frasquitos de alcohol conservan la tristeza que dejaron los dragones emancipadores, esclavos de la ausencia de las llamas funestas de una ciudad que cayó en ruinas. De la tierra se levantan los espirales, forman el caparazón de un enjambre de chinchillas.

Estacas en forma de asteriscos, adoración de las ratas ciegas que se acuestan panza arriba con sus cabezas simio dirección hacia la nada. Delirio colectivo de seres desahuciados, confinados a aparearse para evitar la extinción de la especie devoradora del tiempo. Las calles camastro de borrachos hipotérmicos. Las mujeres vendedoras de historias se instalan en las veredas para empezar la función cuando caballos encapuchados pagan trigo por ellas. Las manos desesperadas buscan el alimento mientras el caballo lengua de serpiente clava los difuntos a los días infelices.
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[1] Propio de una persona no perteneciente a un circo pero sí deforme, falsa, suicida, con maquillaje excesivo y de extravagancia cínica con olor a mezcla de cantina, cloaca y brea. No se aplica para los seres imaginarios.
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De Los cubos que me habitan (2018)

Madrigueras

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INTRODUCCIÓN
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.                        Ocho: dividir en dos el final del cable y pelarlo. Nueve: cortar la muñeca izquierda con
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.                        corriente
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Embrión, el azar en tu cabeza, pero –¿Embrión, tienes cabeza?- No me responde el hijo que fecundaste en mi vientre caníbal – ¿Será que mi útero hambriento de ausencias se comió a mi hijo?- No, no me responde la manzana engusanada y los gusanos tampoco quieren seguir bailando. Observo, como una luciérnaga apagada, las luces de neón con devoción, le rezo a la cruz violácea, le rezo al aire. Me duele el tiritar de los pajarracos, mis venas son alambres de cobre número cinco, mis ojos dos bombillas led; no tengo baterías. Los hombres de blanco se llevaron a mi hijo, se llevaron a mi hijo y en su lugar pusieron en mi vientre un conejo robot. Acaricio mi conejito, lo pongo en mi regazo, está tan frío, está tan frío, su pelaje es extraño parece metal pero yo acaricio a mi conejito. Me ha picado un colibrí. No tengo útero, se llevaron mi conejo, no tengo casa, se llevaron a mi hijo, no tengo ojos –esos, sí me los comí- ¿Dónde está tu hijo? ¿Dónde está tu útero? ¿Dónde está tu conejo robot? No tengo cabeza, soy un embrión. No tengo cabeza, soy un conejo. No tengo cabeza, soy un montón de huesos arrastrados que buscan la cabeza. Caballo negro, no eres mi corcel esta noche, pero llévame. El retorno a casa es un laberinto de cabellos rojos.

PASO 1

Manifiesto de un delirio dentro de una taza que no es una casa pero que sí sirve para dormir.

Niego a mi útero y a mis ovarios infestados de piedras/porcelana. Niego a mi madre que es la madre de los úteros hostiles, y entonces soy un ciervo que nunca aprendió a caminar. Me niego a mí misma porque el espejo no quiere que me vea. No seré la madre de nadie. Canción de cuna que cantaré a mi hija no nacida, la escucharé decir mamá mientras me hundo agujones en el vientre. Niego a mi útero mil veces y a mis ovarios desprovistos de corazón y de esperma.

PASO 2

Meter la cabeza de alguien más en una licuadora puede disipar el no deseo de la maternidad.

Pondremos la mesa para cenar picos de cuervo, picos de cuervo que en mi puerta cincel clavaré en tus piernas. Brotará de tu sangre la sangre del cuervo triste, pájaro alas de metal que abrazaré para quemar tus manos. Y tus manos no existirán y tus sonidos no existirán y los cuervos no te quemarán, pero la puerta cincel sí atravesará tu cráneo. Meteré tu cabeza en una licuadora, procuraré que tenga vaso de vidrio. Si se rompe el vidrio es porque tu cabeza es demasiado errante, entonces te clavaré un tenedor en las orejas.

PASO 3

La ejecución no desentraña, el no útero sigue vivo.

Planta carnívora ven y devora el cuerpo del ser que anida mi útero/ cámara de tortura. Ser maligno préstame tus manos, escribiré con ellas sobre la decadencia del mundo/ útero despiadado, no me gusta esta palabra por eso te llamaré nido. Espectro sonriente inhala toda la arena del desierto que es mi alma/ mujer ausencia.

Júzgame —hombre— cúbrete de caramelo. Plata derretida se unta sobre la cruz que no cargaré, la caja musical se ha parado, la bailarina sin piernas sigue bailando, los compases cada vez más fuertes/ como los dedos al caer en las teclas que no tocaré.

Una voz dulce apresura el deseo de la muerte —mami, mátalo, mátalo— violines violentan los oídos del niño que no escucha lo que ve/ que ve lo que no escuchará. —¡Madre, mátalo!

La cera dibuja un rostro al pie de las velas encendidas, mi templo se ha quedado sin santos, todos han sido pintados de negro por un niño sin manos.

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.                                                               MATA AL HIJO QUE ENGENDRASTE

.                                                               MATA AL HIJO QUE ENGENDRASTE

.                                                               ¡MATA AL HIJO QUE ENGENDRASTE!

.                                                        Serás la sangre que correrá de entre tus lunas
.                                                                  La luz que no veremos al despertar.

.                                                                 MATA AL HIJO QUE ENGENDRASTE
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.                                                                            Descansaré del sueño
.                                                                Es tiempo de volver a la pesadilla.

CONCLUSIÓN

Un frasquito en forma de cubo que habita un cubo mayor y el útero palpita.

Niego a mi útero, licúo con devoción cabezas, mato unicornios hembras, arrojo piedras a mi propio rostro, niego la naturaleza y me la como. Hay un cubo habitando mi cabeza y mi cabeza es un cubo habitando el embrión que no anidará mi vientre.

Soy un cubo, pero esa es otra historia.
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De Los cubos que me habitan (2018)

A veces las flores son rojas

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Nada tenía que ver con la decencia. Nada tenía que ver con los azules cantos de las aves precoces que se posaron entre tus piernas: ciudad incendiada/ bosques talados. Nada tenía que ver con el silencio o los gemidos de gárgolas dejando de ser piedra. Nada tenía que ver con las aceitunas en la boca o con los tenedores clavados en la espalda dejando caer pequeños hombres de trajecito turquesa proliferándose en tus vértebras, danzando alrededor de los espacios grises soñando con ser arterias. Nada tenía que ver la nada, salvo tus cabellos torturando los peces caracol entre tus pechos endurecidos, pero nada tenía que ver la ausencia o el sentido de culpa ahogándose entre suspiros. Fuimos el reloj inverso de un tiempo que se quedó dormido. Y tus cabellos largos se hicieron semilla entre sábanas húmedas. Tejimos arcoíris, pompas de jabón que fui reventando cada vez que cerrabas los ojos. No, nada tenía que ver con la palabra, con el «mañana me arrepiento, pero hoy soy infinito». Nada tenía que ver con las pestañas caídas, caídas. Tus piernas largas y blancas cubiertas de escarlata entre las nubes azucena naufragando entre mis soles.
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De Los cubos que me habitan (2018)

Fragmento de «Sobre el nivel del mar»

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1

.      Fuimos un tornasol, una pequeña cabaña de luces. Un tiempo de nubes rosadas que eran el preámbulo del fuego, de la luz eterna de una mañana muerta. Acogimos el silencio por miedo a que los girasoles mueran, por miedo a que el cielo oscurezca sin decirnos nada. Compañía siniestra de mujer con velo negro, de mujer sin manos, de mujer danzando sola en la habitación. Fuimos una casa habitada por fantasmas, espectros de todos los tamaños que miraban nuestros cuerpos con deseo. Pajaritos grises se posaron en tu cabeza, en tu cabeza se posaron pajaritos grises y nadamos como dos peces gordos que se miran a sí mismos en el cielo claro, que atacan el reflejo de cualquier nube, de la luna. Fuimos el reflejo de los misterios de esta caja, fuimos el tornasol más hermoso que jamás se ha visto. Las mujeres muertas cantaban por nosotros, por el silencio, por nuestras bocas húmedas llenas de luciérnagas a punto de morir, a punto intenso de apagar su luz para siempre. En ti me quedo para ser papiro.

2

.      Yo encontré en la caja de pinturas el color más hermoso y me lo comí, tenía dentro de mis entrañas la hermosura brillante del color, la belleza de la tarde y de los arcoíris. Encontré en una caja de diamantes un lucero, lo miré y busqué en el espejo algo como el cielo, pero las nubes no vinieron a mí. Encontré en las casitas de muñecas las tenebrosas golondrinas con picos sangrantes y cuerpos de pulpo, encontré sangrando a la amapola y lloré porque siempre le tuve miedo a los silencios, a la ausencia, a las ventanas. Me encerré en esta caja de pinturas me devoré a mí misma. Me lastimé los dedos, me corté la piel tantas veces. Fui un ratoncito mirando a los conejos matarse entre sí. Fui el gato ciego que se acicalaba lentamente. Yo encontré una caja y la caja me envolvió. Me sobrepuse al temor de la oscuridad, de las mujeres de mantos negros, sin manos, con sus bocas entreabiertas que cazaban mariposas invisibles, me sobrepuse y corrí de nuevo al armario. Soy un cardo que espera, ya sin miedo, la llegada de las voces.

3

.                                                                     tal vez, si ella se atreviera a desafiar el bosque
.                                                                                                 enano y macabro de las dalias

.      Púrpura el cielo como el tormento de los no nacidos, acariciando de nuevo los pétalos de amapolas muertas que reposan en el piso de la casa no abandonada. Habitada por todos los seres imaginarios, todos los seres vestidos de tul y corbatitas verdes. Púrpura el silencio que emana desde la ventana, desde todos los colores de las ventanas infinitas. Quizás si el tiempo hubiera sido otro, el vencer fantasmas que son en realidad humanos, hubiera sido más fácil. Las voces no estarían tan cristalinas, hablando sin gritar, en los oídos. Púrpura nos miran los ojos aferrados de las manos arrancando el cabello negro de una niña que jamás se llamó por su nombre. Todo era silencio y púrpura. Acostadas alrededor de las amapolas muertas, dos gatas dormitan, esperando —púrpura— que caiga de nuevo, la noche. Está amaneciendo.

4

.      Cuando me levanté no vi nada, en el espejo no existía el reflejo de mí. Despavorida tomé el cuchillo y corté mi piel hasta que mi mano estuvo cansada. La sangre me devolvió a la vida, pude verme de nuevo y el miedo se esparció como la neblina en la carretera. No soy el amuleto de ningún insecto que me busca para dejar un huevo en mi pecho. No soy la cristalina agua con la que se bañan los mapaches por las tardes antes de mirarse para sentirse vivos, como yo. Me supuse muerta porque el silencio es así: de muerte, de día fúnebre. No quiero una casa donde no haya niños, gatas, un perro ladrando para que le abran la puerta. Danzan fantasmas[1] alrededor porque nací sin útero, me dejaron sin semillas. Ahorqué a una azucena para que su aroma quede en mí, pero se fue con ella. Cuando desperté ya estaba muerta. Cuando me miré era un espectro desnudo con manos largas, con cuencas vacías en los ojos acariciando un conejo blanco.
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[1]  Danza de fantasmas de Jorge Dávila Vásquez.
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De Piriápolis: una muerte azul (2019)

Fragmento de «2060 m.s.n.m.»

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Veo a un hombre de luces acostado junto a mí,
lo observo mientras mantengo mis ojos cerrados.
No tengo miedo, me mira con mucha atención y me dice:
«Aquí empieza el mundo que no conoces»
Vuelvo a sentir el hormigueo, mis manos se mueven lentamente
encuentran mi pelvis y acarician hacia abajo
«Este es el mundo que me has enseñado», respondo.

El flotar sobre el universo con la garganta destrozada
El hombre no deja de mirarme, ahora me abraza
Y el hormigueo es una corriente infinita de electricidad
Quisiera despertar en los brazos de mi madre
Recordar la primera vez que vi salir el sol.

Sé que existes, en una de las tantas dimensiones,
sé que volverás, acariciarás mi cabello pero esta vez
no tendrás piedad. Me dirás entonces:
«Aquí termina el mundo que conociste»
Desnudaré mi cuerpo y permitiré que me penetres
Asistiré al nacimiento de mi propio orgasmo
Y en el último segundo te diré:
«Aquí termino con el mundo que ya no necesito»
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De Piriápolis: una muerte azul (2019)

Todo lo que el tiempo nos quita

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Seremos cadáveres de polvo yaciendo en la pampa. Encontraremos una cruz en medio de nuestras cabezas: cráneos retorcidos en cócteles de tequila. Esta desesperación no aguanta la noche, me lanzaré a los rieles después de la copa ocho. Encontrar la piel erizada al toque de tu nombre, encontrarme en el epicentro de las decisiones
fallidas. Aquí donde todo es calma: origen de todos los artificios.

Entenderé cuando tus manos no alcancen para dos, entenderé cuando el viento sople fuerte nuestra casa, aunque me juzgues por decir nosotros cuando no existimos. Y te preguntaré: ¿qué es la existencia cuando estás al otro lado del tiempo? Y no sabrás responderme, y evitarás hablarme, como evitas todas las cosas que no sabes controlar. Te miraré, me mirarás. Estaremos de nuevo en el principio de todas las atrocidades.

Puedo devorar nuestras ganas con ganas de no poder más. Puedo intentar acariciar el lomo de lo invisible. Me encuentro en el lugar donde nada se acerca, donde el todo reside en mí, adentro. Miro alrededor con mi cabeza girando, pretendiendo encontrarte, pretendiendo que las luces que salen de mi cuerpo dando vueltas llamen tu atención y me mires de frente. Aquí donde nada es todo: centro de toda microconvulsión y amnesia.

¿Podremos algún día mirar el amanecer, juntos?
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De Piriápolis: una muerte azul (2019)

Huesos de hormigón

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Si fuéramos una casa, ¿dónde estaríamos construidos?, ¿tendríamos cimientos fuertes capaces de soportar todas las adversidades? Si fuéramos una casa, ¿las paredes serían casi totalmente ventanales por donde entre toda la luz? ¿Estaríamos acaso en medio de un bosque, junto a la playa o quizás en una ciudad hermosa dentro de un condominio también hermoso, con parque para que jueguen los hijos que no tendremos? Si fuéramos una casa, ¿las paredes estarían límpidas, lisas, serían de colores brillantes o de colores pardos?, ¿cómo serían nuestros pisos, de madera, de baldosa, de parqué o no tendríamos piso? Seríamos entonces una casa imposible sin pisos, sin cimientos, sin ventanales gigantes, sin habitación para los niños, sin cuarto para las mascotas, seríamos una casa extraña, una casa construida con nuestros cuerpos arrimados, mirándonos de frente y ligeramente abrazados.

Si fuéramos, en efecto, esa casa, ¿aceptarías nuestra demolición?
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De Piriápolis: una muerte azul (2019)

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