Menstruofobia, el miedo más antiguo del mundo
Escribe | Wendy Colpas
He decidido bautizar un nuevo término: menstruofobia. Sí, lo inventé yo. Alguien tenía que ponerle nombre a este miedo irracional que ha perseguido a la humanidad desde tiempos inmemoriales. No estamos hablando de una simple aprehensión, sino de una fobia socialmente construida, una aversión metida en los huesos a la sangre menstrual, a su mera existencia, a todo lo que representa.
Porque la menstruación no es solo un proceso biológico, es un campo de batalla. Un territorio marcado por la culpa, la represión y la prohibición, pilares de la «Ley de la Madre». Y no, no se refiere a una ley escrita en ningún código civil, sino a esa norma no dicha, implantada en nuestras conciencias desde la infancia. Esa que dicta lo que es humano y lo que no.
Para el psicoanálisis, la cultura está construida sobre la represión de los instintos, y vaya si la menstruación no ha sido reprimida. No la mostramos, no la nombramos, la escondemos como si fuera un error de fábrica. Y cuando se escapa —cuando manchamos la ropa, cuando alguien lo nota— el pánico nos paraliza. Porque el castigo social por hacer visible lo invisible es inmediato: miradas de asco, risas incómodas, el recordatorio de que hemos fallado en algo.
La culpa de menstruar no viene por sí sola, existe gracias a la prohibición de matar (Ley de la madre). La menstruación es un tema tabú porque se encuentra en el territorio de lo prohibido, esa sangre nos recuerda nuestro instinto asesino que para vivir en sociedad debemos reprimir. Y esa represión nos atraviesa a todes, generación tras generación, en un ciclo interminable de fobia heredada.
Esta ley no se trata de una madre individual, sino del mandato cultural que todas las madres o cuidadores han transmitido a sus hijos. Un mandato que nos dice que para convivir con otros seres humanos debemos respetar su derecho a la vida, pero naturalmente los animales no tienen derecho a la vida, en la naturaleza solo sobrevive el más fuerte. La ciencia ha comprobado que los seres humanos han podido sobrevivir a lo largo de la historia gracias a su sentido de comunidad y para esto han tenido que dejar de matar a sus «semejantes» (no aplica para otras etnias) y lo más semejante para un infante es su hermano. La prohibición de matar a mi «hermano» (o semejante) constituye el principio de la menstruofobia.
La regla es clara: si sangras, que nadie lo sepa. Si tienes dolor, que nadie lo note. Si necesitas cambiarte en un baño público, hazlo con sigilo. Porque la menstruación no es solo sangre, es el despertar de una fobia invisible. La menstruofobia se convierte entonces en un mecanismo de control. Un sistema que refuerza la idea de que los cuerpos femeninos son problemáticos, defectuosos, que requieren supervisión y corrección constante.
No es casualidad que muchas religiones prohíben a las mujeres menstruantes participar en rituales sagrados. No es casualidad que en algunas culturas se les expulse de sus hogares durante el periodo. No es casualidad que, incluso en sociedades supuestamente modernas, la menstruación siga siendo tratada como un secreto vergonzoso. Porque más allá del asco está el miedo. Quizá podría ser el miedo a perder el cuidado de la madre. De esto en la comunidad científica aún queda mucho por investigar.
En mi opinión pienso que no existe forma de acabar con esta fobia, pero su estudio y discusión pública podría acompañar muchos procesos culturales y sociales que benefician a las mujeres menstruantes. Propongo que el tratamiento pueda ser una intervención social desde nuestros colectivos, incorporando nuevas ideas a nuestras formas de actuación.