Kairós y la inevitable caída

Escribe | Alicia Trujillo


Hans y Katharina sujetando un trozo desprendido del muro de Berlín. Kairós y la inevitable caída. Alicia Trujillo. Revista Aullido Literatura.

representación de Hans y Katharina sujetando un trozo desprendido del muro de Berlín.

 

Nada es como tú y yo:

y si ya no somos dos,

Dios ya no es Dios

y el cielo se desploma

 

Con estas cuatro líneas, Jenny Erpenbeck nos introduce al mundo de Hans y Katharina en su novela Kairós (Premio Booker Internacional 2024).

 Nos situamos en Berlín del Este. 1986.

3 años antes de la caída del Muro.

La consciencia de la propia caída, en esencia, la única verdad.

La caída del Muro de Berlín coincidirá con la ruptura de Katharina y Hans. Será el fin de una etapa histórica. Y de una relación cautivadora a la par que inquietante (tan inquietante que, terminado el libro, tuve que volver a él; no pude soltar la historia, o esta no me soltó a mí).

La novela está dividida en tres partes; transcurre como en una pieza de música (ingenuo sería pensar que Erpenbeck no pensara en esto, dado el paralelismo con sus estudios en dirección de teatro musical). Su escritura nos traslada a un concierto de música clásica, donde primero el ritmo, con sutileza, comienza su ascenso, hasta alcanzar la exaltación máxima, para llevarnos, inevitablemente, al final, al silencio.

Retrocedamos en el tiempo, cuando Kairós (instante decisivo) hace su magia en aquella tarde lluviosa provocando el primer encuentro entre Katharina y Hans.

Una tarde, un instante dentro de esa tarde.

No se necesitó más. El hecho de encontrarse cambiaría sus vidas. Instante decisivo.

Katharina, de diecinueve años. Hans, entrado en la cincuentena. Casado, con un hijo. Cruzan sus miradas en el autobús. Se bajan en la misma parada. La lluvia cae con furia.

Quizá sea un presagio.

Se resguardan del mal clima en el café Arkade, lugar al cuál regresarán en varias ocasiones. Inician su primera conversación.

Katharina queda fascinada por el intelecto de Hans: hombre culto, escritor. Hombre de pocas palabras, pero de palabras determinantes.

Katharina: una estudiante con inquietudes, con hambre de explorar el mundo de los adultos.

Katharina y Hans en el apartamento de este. Kairós y la inevitable caída. Alicia Trujillo. Revista Aullido Literatura.

Katharina y Hans en el apartamento de este.

Esa misma noche van a casa de él. La mujer y su hijo están fuera de la ciudad.

Esa noche, él elige uno de sus conciertos favoritos de piano, que ambos escuchan en silencio, con dos copas de vino.

Finalmente, funden sus cuerpos como en un pacto definitivo.

Para Hans, ella iba a ser una amante más, un amorío que apenas dejaría huella en su recuerdo.

Nada más lejos de la realidad. Comienzan a verse casi todos los días, pasean por la ciudad uno al lado del otro; Hans le pone sus discos favoritos, ambos encuentran refugio bajo el lenguaje de la música.

Ella lee sus libros. Él le expone su visión, siempre su visión, sobre la situación política (él, con pasado militar nazi), taxativo en sus reflexiones, en sus sentencias sobre la sociedad, el arte, en sus sentencias sobre la vida de ella y su forma de vivirla.

Los días se vuelven semanas, las semanas meses, los meses, un año.

Celebran su aniversario; los siguientes años también lo harán. La cercanía deviene en intimidad, la intimidad deviene en una interioridad compartida —ya no le pertenece a uno.

Cuando no pueden verse, Hans la piensa. La piensa continuamente.

Ni por un segundo se aburre con ella, ni siquiera cuando callan y se limitan a mirarse. Y cuando las palabras se mueven, no se trata tanto de las palabras, sino de cómo se mueven, y las pausas entre medias.

Ella se da cuenta de que, vaya a donde vaya, Hans puebla su cabeza. «No sabía que podría querer así», escribe Katharina en la entrada de su diario.

En medio de la alegría que desborda el alma al fundirse con otra, Hans no puede evitar que asome la tristeza: «Ya es lo bastante mayorcito para saber cómo el final inserta sus raíces en el presente, primero imperceptiblemente, y luego cada vez más fuerte».

(Cuentan que Kairós, el instante feliz, tenía un rizo en la frente y solo así podía uno sujetarlo. Ahora bien, en cuanto alzaba el vuelo con sus pies alados, mostraba la parte posterior del cráneo, pelada, reluciente y sin nada en ella a lo que las manos pudieran agarrarse.)

El poder que ejerce Hans sobre Katharina va a más.

El control que ejerce sobre ella se torna violento.

Violencia que se extrapola en el plano sexual, primero empieza como un juego: Hans le pega. A ella le duele. Y la excita.

Hans hace poco le escribió que es adicto a ella, y ella pensó que es adicta a volverlo adicto. ¿Le basta a Katharina con lo que es ella para conservarlo?

 ¿Qué es Katharina?

 

*

 

Piensa Katharina: «¿Tendrá ella también, cuando sea mayor, un marido que hablará con ella por teléfono mientras su amante está fuera en el balcón, únicamente esperando hasta poder entrar?».

Hace tiempo que los pensamientos de Katharina están atrapados en Hans, sólo en Hans; por eso, quizá como defensa o vía de escape, Katharina en su viaje a Frankfurt se acuesta con un compañero de trabajo.

Tendrá que pagar un alto precio emocional por su infidelidad.

¿Cómo pudiste hacernos algo así? / Si te dejo entrar de nuevo, he de comprender quién eres en realidad / Si voy a intentar salvarnos, tengo que cometer la aclaración de esta cuestión como un trabajo, y entonces, a partir de ahora, todo lo relacionado con tu tiempo en Frankfurt es material para este trabajo / Tengo que entender qué pasó en realidad, si no lo entiendo, puede volver a pasar. Y entonces estoy perdido / Sólo puedo acometer este trabajo si eres incondicionalmente sincera: si expones tus diarios, tus agendas, tus apuntes y tus cartas.

Piensa en esto: Lo que no me digas, lo que permanezca oculto, lo que calles, todo eso quedará sin aclarar y actuará contra nosotros. Contra nosotros, contra mí, y por encima de todo, contra ti misma.

 

Hans grabará un casete para ella. Katharina, en soledad, deberá escucharlo y anotar las repuestas o aclaraciones requeridas, que él leerá más adelante.

Primer casete. Katharina se pone los cascos y acciona play:

El diablo debería ir a buscarte por haber tirado a la basura nuestro milagro.

En todo caso, te alegraste de poder hincarle el diente a algo más joven. ¿Lo hicisteis también de pie? Y solo una vez, eso cuéntaselo a otro. Como carroña barata te comportaste.  Y tú conservas el recuerdo de una aventura. A mí no me quedan más que la decepción y el asco. Un año de vida me quitaste…

Katharina aprieta el botón de stop. Necesita pausas para llorar.

Todo cuanto podría llamarse alma lo dejaste colgado a partir de septiembre en Frankfurt… que pudieras dejarte engatusar por eso, que pudieras rebajarte de tal manera, que te volvieras tan poca cosa: todo ello te ha depreciado rotundamente frente a mis ojos…

 

Stop.

 

De nuevo play. Le quedan cincuenta minutos de escucha.

El auge del sufrimiento no hace nada más que empezar: «Con una sensación de desolación comenzó el año Katharina, con una sensación de desolación continuó. Enero. Febrero».

La escucha de los casetes continúa. Hans, a veces, la abraza. A veces, parece haberla perdonado. Luego, la castiga. Y la castiga también en la cama.

Hace mucho tiempo era un juego. Ahora va en serio. Ahora la realidad acabó por alzarse a sí misma.

Él la odia y se odia a sí mismo.

Ella lo odia y se odia a sí misma.

 Solo cuando Hans se da cuenta de que Katharina lleva ya un rato llorando por los golpes, aparta la correa y para.

 

*

 

Grieta en un muro. Kairós y la inevitable caída. Alicia Trujillo. Revista Aullido Literatura.

Grieta en un muro.

Algo se desmorona dentro de ella.

Y también fuera.

 

El Muro de Berlín se derrumba.

 

Aquello que era tan familiar está a punto de desaparecer…Los barrios en los que hasta ahora Katharina se sentía en casa ya nunca serán tan tranquilos ni estarán tan vacíos como los ha conocido toda su vida. Ya ahora en los barrios del Este empieza a oler distinto, berlineses occidentales hasta arriba de perfume visitan las calles nombradas en honor al presidente proletario de la RDA Wilhelm Pieck…

Hans le cuenta a Katharina que cuando está triste le gustaba escuchar el concierto para violín de Mendelssohn, pero que, en cambio «Mozart, no mete al oyente de lleno de cabeza en el sentimiento, cada una de sus líneas tiene una gestualidad muy concreta, tristeza, sí, pero como proceso sobre el que uno ha de reflexionar. ¿Qué se ha perdido? ¿Por qué se está triste?».

 

A veces, todavía se acuestan.

Lo casetes continúan.

A veces, él es tierno. Ya nunca son felices.

Ella intenta quedarse embarazada de Hans, sin éxito. Piensan juntos en nombres.

 

Entre los viajes que hacen juntos, la escucha de nuevos casetes, escenas de más celos, momentos de desesperación y de una levísima esperanza, de separaciones y peleas, Katharina se queda embarazada, pero no es de él.

…Un miércoles, conforme a lo planeado, por la mañana, un poco antes de las seis, su cuerpo pierde entonces entre dolores y ríos de sangre al hijo.

Es como un parto, y, sin embargo, es una muerte».

Hans la visita y dice: «En el fondo, era ese hijo nuestro que no querías tener.

 

Es el ocaso de su relación. La declinación de un pieza musical, las notas se hacen pequeñas, insignificantes; y caen, caen perdiendo su fuerza al vacío.

…Se ve a sí misma, tumbada bajo Hans, y con las lágrimas cayéndole de los ojos sin decir ni pío. Ahora se ve poseída por semejante odio que nada le gustaría más que arrancarle la lengua de un mordisco.

 

La música se vuelve un susurro. La melodía ha desaparecido.

Y sólo queda…

¿Qué queda?

Donde hacía un año estaba el Muro ahora una franja vacía separa ambas mitades de la ciudad.

El paisaje entre lo viejo, de lo cual uno se quiere deshacer, y lo nuevo, que todavía se ha de instalar, es un paisaje de escombros.

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