Gabriel Chávez Casazola: «El poeta es un actor de su propia época»

Escribe | Aníbal Fernando Bonilla


Gabriel Chávez Casazola

El escritor boliviano Gabriel Chávez Casazola.

Gabriel Chávez Casazola (Sucre, 1972), actualmente es uno de los poetas más representativos de su país, Bolivia. «Un verdadero poeta», según Marco Antonio Campos. Licenciado en Filosofía y Letras y especialista en Comunicación Estratégica. Docente universitario de Escritura Creativa. Director del taller «Llamarada Verde», desde el 2014, del cual se ha instituido una línea editorial independiente «para que fuegos nuevos exploraran su voz y, persiguiéndola, se dejaran encontrar por ella». Curador del Encuentro Internacional de Poesía «Ciudad de los Anillos» en Santa Cruz, donde reside. Viajero incansable con sus versos y sus libros bajo el brazo. Autor de El agua iluminada (2010), La mañana se llenará de jardineros (2013), Aviones de papel bajo la lluvia (2016), Multiplicación del sol (2018). Publicado en quince países y traducido en diez idiomas.

Él es el prototipo del poeta entregado al refinamiento de la grafía, al minucioso cincelado de las letras, a la celebración de la tinta derramada en el espíritu trashumante. Habitante de perspectiva ecuménica, cultivado de intelecto y sensibilidad. Exquisito conversador. Comunicador de los hechos blindados de verdad y rabia, y catalizador de la hermosura que destila el fulgor poético.

Cuadernos de la luz (2024), es su obra reunida (264 páginas), que acaba de aparecer en Ecuador, en la colección Plumajunta, de El Ángel Editor. Santiago Espinosa dice en el prólogo que Gabriel Chávez «representa el linaje de los poetas que residen en la tierra». Ni más, ni menos. Tal acontecimiento editorial, apenas marca la pauta para dar partida a este diálogo, en donde la reflexión se junta con los afectos, en medio de la claridad de las ideas y de las aguas.

Cuadernos de la luz (2024) de Gabriel Chávez Casazola

Cuadernos de la luz (2024), con edición en Ecuador, es la más reciente compilación poética del autor.

—¿Qué significa para Gabriel Chávez Casazola, el esteta, la publicación de Cuadernos de la luz (2024)?
Es una sensación nueva la de ver, por vez primera, la propia poesía reunida en un solo volumen. Se siente el peso del tiempo de un modo casi físico, con el ejemplar en la mano, igual que la necesidad de volver la cabeza hacia atrás para buscarse (aunque, para los aymaras de mi país, el pasado está delante nuestro, por eso podemos divisarlo, y el futuro escondido detrás). Entonces, uno se da cuenta de que sus palabras y silencios, así como fueron sembrados sin premeditación, llegaron al tiempo de cosecha sin previo aviso.

Esta constatación es extraña, pues percatarse de haber arribado a la ‘edad de la poesía reunida’ puede ser agridulce en un primer momento, pero luego sólo queda la gratitud. Por la vida vivida, por la poesía entregada, porque hubo un editor que quiso reunir esas gavillas, esas cuadernas de tu nave, y porque todavía hay vida, poesía y nave para seguir viviendo, entregando y ardiéndose. Después de todo, no se trata de la obra completa (risas), sino de un primer corte.

Antologías poéticas de Gabriel Chávez Casazola

Antologías poéticas de Gabriel Chávez Casazola: El pie de Eurídice (Gamar, 2014) en Colombia; Entre los dos cielos (Cisne Negro, 2023) en Honduras y Hoja de vida (Municipalidad de Lima, 2020) en Perú.

—¿En tus textos, hay una fusión entre la lírica y cierto destello prosístico?
Tengo varios poemas narrativos. No todos, pero muchos. Para mí la poesía es canto y cuento; a veces el canto de un cuento y otras el cuento de un canto, como decía Octavio Paz. Desde esa mirada, sí hay historias en mi poesía. Historias de seres, de objetos, de presencias, de sueños que parecen reales y de hechos que parecen sueños; tal vez porque, en el fondo, dudo de las fronteras que damos por sentadas entre lo real y lo irreal, entre el mundo exterior supuestamente objetivo y aquel que perciben nuestros sentidos.

También me interesa contar y cantar historias con minúscula de seres humanos que han tropezado con la Historia con mayúscula, en esas curiosas –y a veces terribles– intersecciones entre lo individual y lo colectivo que constituyen la memoria personal marcada por la memoria de una comunidad, aunque también viceversa.

Algunos lectores acuciosos han encontrado que este puede ser un rastro de mi oficio periodístico, aunque nunca me haya propuesto conscientemente hacer poesía documental o similares. Eso sí, creo en la posibilidad de la crónica poética, de escribir recordando y recordar escribiendo, porque estoy convencido de que somos lo que recordamos y, en esa medida, recordar es ser, la memoria es identidad y la poesía un ejercicio de resistencia de la memoria contra la muerte física y la definitiva, que es el olvido.

Más recientemente, en los dos libros inéditos que ahora mismo estoy revisando, hay poemas con cavilaciones que podrían considerarse filosóficas pero que han desbordado lo racional (y, por tanto, se han alejado de la prosa) para encontrar su posibilidad de expresión en tanto poesía, a la manera de ese pensar poético con el que se asocia, acertadamente, a Hugo Mujica.

Cámara de niebla es la antología de Gabriel Chávez Casazola que más se ha publicado.

Cámara de niebla es la antología de Gabriel Chávez Casazola que más se ha publicado, con una edición en Argentina (El suri porfiado, 2014), una en Bolivia (Plural, 2015), una en Cuba (Ediciones Matanzas, 2019) y una en México (Círculo de poesía, 2022).

—¿Qué temas recurrentes aguardan y abordan tus versos?
Es difícil hacer taxonomía de la propia escritura. Pero a estas alturas, y lo agradezco, hay varios críticos que se han aproximado a mi obra y hecho este trabajo por mí, encontrando que en ella abundan memorias cotidianas, pequeños objetos entusiasmados (es decir, con un dios dentro), rastros de personas que fueron parte de la vida y se entreveran con personajes de la literatura, algunos chispazos de cultura pop, filosofía y cine (no sé si en ese orden), también pláticas con Dios y mis fantasmas, fintas a la muerte, cavilaciones, árboles y patios donde siempre está lloviendo.

Ah, y por supuesto, en toda ella está la luz (acaso como afirmación intuitiva de vida), por algo presente en el título de esta poesía reunida; Cuadernos de la luz, que suma tres libros cuyos nombres tienen el mismo reverbero: El agua iluminada, La mañana se llenará de jardineros y Multiplicación del sol.

—¿Cómo se logra que lo cotidiano alcance un mensaje eminentemente poético?
No lo sé. Tal vez para mí lo cotidiano es poético porque crecí en una familia de artistas, en una casona llena de libros y objetos antiguos, con un huerto de árboles frutales donde había acequias y un perro y una abuela música y un hijo único, este sobreviviente, que leía a Verne, London, Dumas, Stevenson, Melville, Carroll y Dickens y se maravillaba del mundo, quería darle la vuelta y saber de qué color era, y a la vez vivía la existencia normal de un niño de su edad. O tal vez fue que estuve un par de veces cerca de la muerte y esa vecindad me enseñó a seguir asombrándome del don, renovado cada día y cada noche, de vivir para poder agradecerlo. O incluso puede ser que tenga que ver con alguna de mis experiencias sicodélicas de mis años 60’ en los 90’, cuando las hojas de los árboles me hablaron.

Il canto dei cortili (Raffaelli Editore, 2018) y La vitesse des fantômes (Al Manar, 2018) son antologías del autor boliviano publicadas en Italia y Francia, repectivamente.

Il canto dei cortili (Raffaelli Editore, 2018) y La vitesse des fantômes (Al Manar, 2018) son antologías traducidas de la obra de Chávez Casazola, publicadas en italiano y francés, respectivamente.

—¿Goza de buena salud la poesía latinoamericana contemporánea?
Estos últimos 15 años he leído mucha poesía contemporánea y me alegra saber que, contra todos los vaticinios infaustos, la poesía sigue gozando de buena salud –especialmente la que se escribe en Latinoamérica– y cabalga en la tecnología al encuentro de nuevos lectores, así como es ella, un poco desgarbada, maravillosamente inútil y gozada por una ‘inmensa minoría’ que, extrañamente, crece también a su manera.

—¿Qué sucede con la lírica boliviana, por qué tendencia(s) se decanta en esta época de mucho ruido y poca pausa?
La poesía boliviana, como en general la poesía en esta época, es bastante polifónica. En las generaciones de autores nacidos desde los 60 hasta los tempranos 2000 no hay una corriente o sensibilidad dominante en cuanto al hecho creativo. Encontramos una diversidad de voces que, a tiempo de remitir a estéticas singulares, dan buena cuenta de la vitalidad y riqueza de la tradición poética de mi país, por desdicha muy poco conocida y reconocida fuera de la propia Bolivia.

Desde luego, si revisamos generaciones anteriores, encontramos cierta impronta social y otra marcadamente existencialista en los poetas bolivianos nacidos en los años 40 del siglo XX, así como un acusado malditismo marginalista (hoy bastante trasnochado) en algunos poetas de los 50, que ciertas corrientes críticas, confinadas en la academia centralista de una sola ciudad, quisieron convertir en medida del canon, pero eso es cada vez más agua pasada.

De todas formas, existen poetas bolivianos que han influido más que otros en sucesivas generaciones, incluyendo la mía, especialmente Oscar Cerruto (1912-1981) y Jaime Saénz (1921-1986); aunque también otros más antiguos, como Ricardo Jaimes Freyre (1868-1933), Franz Tamayo (1879-1956), Raúl Otero Reiche (1906-1976) e Hilda Mundy (1912-1980); más recientes, como Edmundo Camargo (1936-1964), Jorge Suárez (1931-1928), Roberto Echazú (1937-2007), Jesús Urzagasti (1941-2013), Blanca Wiethüchter (1947-2004) y Nicomedes Suárez (1942); o, con creciente influjo entre autores jóvenes, Matilde Casazola (1943) y Eduardo Mitre (1943), a los que considero dos de las voces vivas más representativas de la poesía boliviana de la segunda mitad del siglo XX y lo que llevamos del siglo XXI.

Libros del autor

Principales títulos del poeta: El agua iluminada (2010) y La mañana se llenará de jardineros (2013) editados en su país natal, Aviones de papel bajo la lluvia (2016) en España y Multiplicación del sol (2018) en Chile.

—A propósito de tu país y de los jóvenes interesados en el constructo metafórico, háblanos sobre «Llamarada Verde».
«Llamarada Verde» nació como taller de poesía, en el 2014. Fue una iniciativa de escritores emergentes que concluyeron un programa pionero de escritura creativa en una universidad privada de Santa Cruz, y que ahora está en camino de convertirse en una maestría. Varios estudiantes me plantearon la posibilidad de convocar a un taller permanente de creación, revisión y construcción de obras, obteniendo muy buenos resultados, con premios y menciones en concursos locales. Entonces esto fue un estímulo también para que surgiera la editorial del mismo nombre, considerando entre otros aspectos, las dificultades que implica la edición de un libro, y los bemoles que poseen las autoediciones y sus costos. Por lo tanto, decidimos crear un sello colaborativo para que los propios talleristas de «Llamarada Verde» luego del proceso respectivo pudieran hacer realidad sus libros debidamente revisados, corregidos, además de leídos y comentados por otros autores. En 2020 se sumaron nuevos participantes conformando «Llamarada Reloaded». Ya han aparecido varios títulos, propiciando desde el 2022 la colección «Fuego del cielo», para dar cabida a autores internacionales. Ahora estamos motivados por proyectos de intercambio editorial con otros países. El taller continúa ya no solo presencial, sino también virtual (desde la pandemia del coronavirus).

—Gabriel, finalmente ¿el poeta es un testigo privilegiado de su tiempo?
Sin duda es un actor de su propia época, y porque el poeta no tiene piel –según solía decirme un maestro de juventud, Yves Froment–, sus ojos están forzosamente abiertos día y noche, como en una célebre secuencia de La naranja mecánica, y –para decirlo en términos contemporáneos– sus sentidos están siempre on line o, por lo menos, on hold, toda esta exacerbada sensibilidad le hace ser capaz de resultar herido por su aquí y su ahora, viejo albatros de Baudelaire, pero además tiene el don, acaso dulcemente envenenado, de poder reflejar y dar constancia de esa herida en la escritura. E incluso, porque en la poesía hay algo que escapa a lo racional, el poeta puede pre/sentir lo porvenir.

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