Con los esclavos en la noria o el enigmático «Tío Vania» descifrado

Escribe | Jorge Arias


Con los esclavos en la noria o el enigmático «Tío Vania» descifrado. Anton Chéjov. Revista Aullido Literatura y Poesía. Jorge Arias.

Edición ebook de Tío Vania, por editorial E-BOOKARAMA. Fuente.

La posteridad no ha sido benigna con Chéjov como dramaturgo. Sus méritos están a la vista, pero directores de escena, críticos y actores parecen empeñados en desfigurar sus obras. El mismo Chéjov, en parte y sin quererlo, ha contribuido a su fracaso. Su estilo es muy claro; su transparencia desorienta; no muestra las cartas. Escribió obras capaces de atravesar la censura zarista; por ello trató algunos temas en forma elíptica, entienda quien pueda. Por ejemplo, presenta Tío Vania bajo el marbete erróneo de «Escenas de la vida rural»; ofrece una enmarañada relación de personajes, creemos que con el propósito de desorientar a ese burócrata apresurado que suele ser el censor y remata mintiendo descaradamente que la acción transcurre «en la hacienda de Serebriakov», personaje que nunca tuvo el más mínimo derecho al establecimiento.

Escribiremos el verdadero argumento de Tío Vania, una sorpresa para todos los lectores: no conocemos, hasta ahora, ninguna apreciación crítica, recensión o estudio que relate la trama tal cual es y confesamos que, para entenderla, debimos recurrir a cinco o seis perplejas lecturas, un diagrama con el parentesco de los personajes y una indagación del derecho civil ruso vigente en la época de Chéjov. El argumento se hace difícil de entender, además, porque cuando se encienden las luces para el primer acto ya ha transcurrido buena parte de la historia, que es contada mediante diálogos casuales: no es sencillo, aun para un espectador o lector atento, reunir en una primera lectura o en una primera función teatral todas sus puntas y cabos. Creemos que la esperanza de Chéjov estaba en los directores de teatro, que, con los gestos de los actores y aun con giros y énfasis agregados, descifrarían para el público su lenguaje claro y secreto.

Aleksandr Serebriakov, un arribista hijo de un sacristán, educado en un colegio religioso, emprendió y culminó con éxito una carrera académica; atractivo y seductor con las mujeres, se casó con Vera Petrovna, hija de un senador y alto funcionario del imperio ruso, Piotr Voinitzski, y de su esposa Maria Vasilievna.

Piotr Voinitzki, para dar una dote a su hija Vera Petrovna en ocasión de su matrimonio con Serebriakov, compró la propiedad donde se desarrollará la obra mediante el pago al contado de una parte del precio y la garantía, por el saldo, de un contrato de hipoteca. El bien dotal es propiedad inalienable de la mujer y sólo es administrado por el marido, en este caso Serebriakov. Como Voinitzki no tenía otros bienes, para que la constitución de la dote fuese válida, su hijo Piotr Voinitzki, a quien su sobrina Sonia llamará «Vania», debió renunciar a su «legítima», o asignación forzosa, la parte del patrimonio acordada necesariamente a los hijos en caso de muerte y de la que no puede disponerse por testamento.

Vera Petrovna y Serebriakov tuvieron una hija, Sonia, que al comenzar la obra tiene 20 años. En un momento que no puede determinarse exactamente, quizás diez años antes de comenzar el primer acto, Vera Petrovna muere. A partir de entonces la hacienda, un bien productor de trigo, lino, aceite de linaza, arvejas y queso y que dispone de un molino, es propiedad exclusiva de Sonia, está administrada, como desde su adquisición, por Serebriakov, que contrató para ello a Vania por un sueldo muy bajo. Sonia colabora gratuitamente en la gestión del establecimiento, donde también trabaja Teleguin.

Con los esclavos en la noria o el enigmático «Tío Vania» descifrado. Anton Chéjov. Revista Aullido Literatura y poesía. Jorge Arias.

Momento de una representación de 1899. Fuente.

La hacienda soporta una hipoteca que, pagada por Vania de su peculio, lo transformó por subrogación en acreedor del dueño, con derecho de persecución sobre el bien sea quien fuere el propietario. Por lo general los saldos de precio garantizados con hipoteca representan un 30% del valor de la propiedad; en el caso de la hacienda de Sonia, sabemos, por la anterior obra de Chéjov El genio del bosque, donde ya aparecen Serebriakov, Vania, Sonia y la hacienda, que la suma que pagó Vania fue el 26,31 % del precio de venta. Por lo tanto, al comenzar la pieza, Vania tiene derecho a que se le pague su crédito, de ser preciso con la venta forzada del establecimiento; en una partición deberían dividirse la propiedad en un 73,69% para Sonia y un 26,31% para Vania. Sonia no es sólo la única dueña; tiene además derecho a reclamar judicialmente de su padre una rendición de cuentas de la administración de su propiedad a partir de la muerte de su madre, Vera Petrovna.

Serebriakov, a quien por sus méritos académicos se le llama «Su Excelencia», unió a sus éxitos la admiración del público, de su cuñado Vania y, más aún, de su suegra, María Vasilievna. Cuando comienza el primer acto, ya en situación de retiro y un tanto menguada su reputación como escritor, está casado con la hermosa Elena, de 27 años. El prestigio de su obra literaria ha declinado: Vania ha abierto los ojos y abomina de las disertaciones de su cuñado sobre «(…)realismo, naturalismo y otras sandeces».

A poco de comenzar el primer acto. Serebriakov se traslada con su esposa Elena a la finca de su hija Sonia para mejor disfrutar de su pensión de retiro y también con el propósito de que Sonia venda la propiedad, para comprar con su producto acciones cotizadas en bolsa, que luego convertiría en dinero con el que compraría, para él solo y a su nombre exclusivo, una casa de veraneo en Finlandia; es evidente que, de realizarse la venta, Vania y Sonia serían echados a la calle por el nuevo dueño, lo que provoca la reacción de Vania.

Celos y lujuria suscitan deseos por Elena en Vania y en el médico Michael Astrov. Como en La gaviota con la llegada de Trigorin, como en Las tres hermanas con la llegada del regimiento, los durmientes despiertan. Vania, que tiene 47 años, que nunca se casó ni se comprometió con mujer alguna y cuya cobardía y espíritu subalterno se evidenciaron, primero, cuando renunció a su legítima, segundo, cuando pagó de su peculio la deuda ajena del saldo del precio de compra de la hacienda y, tercero, cuando, doblegado por la sabiduría convencional, admiró a Serebriakov, pretende ahora amar a Elena, a quien conoció diez años atrás sin que le llamara la atención y le ofrece un patético ramo de flores, al tiempo que se desacredita como pretendiente. Sonia anuncia a Elena su oculto amor por Astrov, que a su vez emprende, y pronto abandona, la seducción de Elena.

Vania no se resuelve a lo más simple mostrarle a Sonia su derecho exclusivo a la hacienda y sus frutos, hasta entonces percibidos por Serebriakov, padre y amo, de cuyo yugo la joven podría liberarse con un tinguiñazo. Aturdido, Vania adopta la vía, más por cansancio que por valentía, de la agresión física y dispara tres tiros de revólver sobre Serebriakov; erra los tres, sin duda por inconsciente voluntad de fracaso; amaga suicidarse con morfina, pero no lo intenta.

El final es una marcha fúnebre con ribetes cómicos, que debe tener en el público un efecto de congoja y ridículo muy similar al que produce el último cuadro de Las tres hermanas. Vania traiciona a su sobrina y a sí mismo y asegura a Serebriakov que «Recibirás de mí con toda puntualidad la misma cantidad que antes. Todo seguirá siendo lo mismo». Hay un contrapunto sombrío en la conducta de Astrov, que comprende todo, pero se ocupa de las herraduras de su caballo y ve con indiferencia cómo Vania y Sonia vuelven a su rutina de siervos: «Factura al señor… y de su deuda previa(…)»

Stanislavski en el papel de Ástrov. Revista Aullido Literatura y poesía.

Stanislavski en el papel de Ástrov de Tío Vania, en 1899, en el Teatro de Arte de Moscú. Fuente.

Para interpretar las últimas frases de la pieza, a cargo de Sonia, hay que recordar la censura zarista y oír, a contrapelo, un feroz alegato contra la religión, la existencia de Dios y la creencia en el más allá. Sonia recita, una vez más, el humillante evangelio de la resignación, ese «(…)es la voluntad de Dios», que hace sonreír a los explotadores porque han grabado su dominio en el alma de sus víctimas. Llegamos al clímax de la horrenda autoinmolación de Sonia cuando se encomienda a Dios, que «(…)se compadecerá de nosotros (…) veremos una vida clara, delicada y hermosa (…) Oiremos a los ángeles, veremos el cielo entero cubierto de estrellas como diamantes (…) ¡Descansaremos!». Es la muerte en vida; y es siniestramente cómico que María Vasilievna se pase perorando sobre la emancipación de la mujer mientras su nieta es esclavizada ante sus ojos. Las palabras de Sonia tienen un eco en las de Anya, al final de El jardín de los cerezos cuando dice a su madre, no menos explotadora que Serebriakov, «(…)Madre, confío en que pronto estarás de regreso ¿verdad? Yo entretanto daré mis exámenes en el colegio, después trabajaré, te ayudaré (…) Cultivaremos un nuevo jardín de los cerezos, será mucho más hermoso que el otro. Una nueva felicidad descenderá sobre tu alma(…)»

La sorprendente frase «Un cielo de diamantes» en una joven tan gris como Sonia sería, si el argumento no fuera suficientemente explícito, una clave. La frase no es de Chéjov, sino de Les Chouans de Balzac, un autor que Chéjov leyó y al que homenajea en Las tres hermanas, obra que es una secuela de Eugénie Grandet.

En Les Chouans, Marie de Verneuil, agente secreto de la policía de París de la Francia revolucionaria (1793) es encargada de seducir y entregar al marqués Alphonse de Montauran, «Le Gars» (El Muchacho), jefe de los contrarrevolucionarios terroristas de la Vendée. Lo consigue, pero la seductora cae en su trampa y se enamora. Ambos, Alphonse y Marie, unidos por un amor tan intenso como imposible, desafiarán la muerte; cerca de Fougères, Bretagne, les acontece la extática noche cuyo cielo es de diamantes. Los enamorados saben que están condenados a muerte, por ambos bandos; fieles al sentimiento que los une, luego de un matrimonio clandestino y una sola noche de amor, morirán bajo el fuego de fusilería de los soldados republicanos del comandante Hulot. ¡Eso es coraje!

Se pueden ver ya, con la sola relación del argumento, los varios significados de Tío Vania. El abuelo de Chéjov era siervo y compró su libertad y la de su familia por tres mil quinientos rublos. Las desigualdades sociales, las luchas por la emancipación, la independencia, la autonomía, la resistencia a las compulsiones sociales, el espanto ante las abdicaciones del alma, son temas claros en Tío Vania, como lo son también en El jardín de los cerezos, donde Lopajin, un hijo de siervos que ha hecho fortuna, muestra, en medio de sus fanfarronadas la impronta servil. Cuando llegan los Ranevski se apresura a recibirlos, pese a que no trabaja para ellos. Duniascha compara esta conducta con la del perro que sale a festejar al amo: «Los perros, sin embargo, no se duermen jamás cuando esperan a sus amos». Más adelante, Lopajin ve el negocio de la venta en fracciones del jardín de los cerezos; la persistencia en su alma de la servidumbre lo lleva, sin razón alguna, a entregar a los Ranesvki, por nada, la idea del buen negocio que ha concebido y que, al fin, realizará en su provecho. Chéjov conocía perfectamente la alienación del trabajo, idea que aparece en su cuento Somnolencia, donde Varka, una niñera exhausta, mata al niño que cuida porque no la deja dormir. Chéjov suscribiría la frase de Nietzsche de que «la dignidad del trabajo humano es un sueño de esclavo».

Además de la alienación, está presente en Tío Vania el tema de la explotación de los hijos por sus padres, tema prohibido por la censura zarista, que aparece también, como hemos visto, en El jardín de los cerezos. Está presente, además, la crítica de la idea de la inmortalidad del alma como una ilusión más, tema que aparece en La gaviota y en el cuento La sala número seis. Chéjov, que había leído a Nietzsche y debió conocer su idea de la ilusión sobre sí mismo, reprueba la ilusión de todo reconocimiento futuro, así sea en la memoria de los hombres, como los sueños de Astrov de que sus inquietudes ecológicas serán reconocidas, ilusión muy similar al sueño de validez póstuma de Olga al final de Las tres hermanas.

En la pieza de Chejov El genio del bosque, estrenada en Moscú en 1889, hay un claro argumento a favor de nuestra interpretación. Allí aparecen los cuatro personajes principales de Tío Vania: Voinitzki, el futuro Vania, Serebriakov, Elena, su esposa, Sonia y Astrov, que se llama Khruschev y es «el genio del bosque». Diálogos enteros de esta pieza han pasado tal cual son a Tío Vania, como el ataque de Vania a Serebriakov, sus fatuas afirmaciones de que él podría haber sido un Dostoievski o un Schopenhauer y las preocupaciones feministas de María Vasilievna.

Las modificaciones permiten ver, con más claridad aún, el sentido de Tío Vania. Voinitzki, que tiene en El genio del bosque 37 años y tendrá 47 en Tío Vania, toma consciencia de su fracaso y se suicida. Sonia no es una jovencita fea sino una animosa muchacha que sabe cantar y cuyo amor por Khruschev–Astrov es correspondido. Elena, la esposa de Serebriakov, a quien se supone erróneamente la amante de Voinitzki, tiene una alegre aventura con Fyodor, un don Juan lugareño; Khruschev–Astrov permanece similar a sí mismo, pero en el El genio del bosque, además de médico, es artista, ama a Sonia y es menos cínico y menos alcohólico que en Tío Vania. Todos los personajes se han marchitado al pasar de El genio del bosque a Tío Vania: Voinitzki tiene en El genio del bosque el coraje de suicidarse, consciente de su fracaso; pero en Tío Vania sólo aparenta querer suicidarse con morfina. Sonia pasa de enamorada y atractiva en El genio del bosque a fea y despechada en Tío Vania. El efecto general de El genio del bosque es, pese al suicidio de Voinitzki, alegre y festivo.

Con los esclavos en la noria o el enigmático «Tío Vania» descifrado. Anton Chéjov. Ian McKellen. Revista Aullido Literatura y poesía. Jorge Arias.

El actor Ian McKellen durante una representación teatral. Fuente.

Un tema inexplorado que permite comprender mejor la pieza es la sexualidad de Vania, que el actor Ian McKellen, que lo interpretó, percibe frustrada (The Cambridge companion to Chekhov, pag. 126). En este punto enunciaremos, como sugestión para ulteriores reflexiones, una hipótesis que no tiene posibilidades de verificación: Vania es un homosexual frustrado y su amor fue, y quizás es, Serebriakov.

La homosexualidad, un tema prohibido por la censura zarista, aparecía a las claras en conocidas novelas francesas del siglo XIX, como El viejo Goriot, La muchacha de los ojos de oro, Ilusiones perdidas, Esplendores y miserias de las cortesanas, La duquesa de Langeais y Sarrazine, de Balzac, y El conde de Montecristo, de Alexandre Dumas. Se recordará que el francés y su cultura, a partir del siglo XVIII y hasta el siglo XX, era el idioma de la corte imperial rusa y que Guerra y la paz de Tolstoi casi comienza con una declaración de amor en francés.

Vania ha sentido por su hermana Vera un amor que se siente excesivo. «(…) una persona excelente y pura como el cielo azul (…) la amaba como solo pueden amar los ángeles inocentes (…) (la) quería con delirio». Vania tiene 47 años, es soltero, no se le conoce esposa ni amante. A la muerte de su hermana transfiere su amor a Serebriakov, un amor que nubla su espíritu crítico y le hace admirar las ineptas obras de «Su Excelencia». Cuando vuelve a encontrarse con Elena, a quien conoció diez años atrás y que le fue indiferente, ella está casada con Serebriakov. La llegada del matrimonio, sin razón visible, lo perturba, está ansioso y deprimido; súbita y torpemente se declara enamorado de ella, cuando todo su actuar está referido a Serebriakov: «todas nuestras personas y sentimientos fueron para ti», le dice Voinitzki en el tercer acto de El genio del bosque. Vania persigue a Serebriakov a través de Elena, amor ilícito también, pero socialmente puede decir su nombre.

En En busca del tiempo perdido de Marcel Proust sucede una transferencia similar. El protagonista, Marcel, conoce durante su voluntariado militar a Robert de Saint Loup; se hacen amigos. Al tiempo, Robert se casa con Gilberte Swann, el primer amor de Marcel; el matrimonio es endeble, Robert es infiel a Gilberte con Rachel, una actriz que no lo vale y muere como un héroe en la guerra 1914-1918. Luego Marcel descubre que Robert era homosexual y se pregunta, lo que deteriora el recuerdo del amigo, si Robert fundaba su hermosa amistad en el reconocimiento de las cualidades morales e intelectuales de Marcel o si se apoyaba en la atracción física; y aún dudó de si Robert se casó con Gilberte para acercársele y seguirle las huellas.

Retrato de Chéjov de Osip Braz, en 1898. Revista Aullido Literatura y poesía. Con los esclavos en la noria o el enigmático «Tío Vania» descifrado. Jorge Arias.

Retrato de Chéjov de Osip Braz, en 1898. Fuente.

Es imposible ver el final de Tío Vania como un triunfo, como la realización plena de dos vidas. Vania se parece demasiado a otros fracasados de Chéjov, notoriamente a Ivanov, que en circunstancias muy similares se suicida, como Voinitzki en El genio del bosque. En el cuento La sala número seis, de 1892, el protagonista, el patético Dr. Andrei Yefimych Ragin, quiere al fin rebelarse contra su creciente dependencia y «(…)comenzar a gritar muy fuerte y matar a Nikita, a Khobotov, al superintendente, al asistente y luego a él mismo, pero ningún sonido salió de su pecho y sus piernas ya no le obedecieron». Es un estado de ánimo y una reacción apenas un poco más impotente que los tres disparos de Vania sobre Serebriakov.

Esto, no obstante, David Magarshack en su libro Chéjov, the dramatist, sostiene que el desenlace es que Sonia y Vania «deben trabajar para otros, de modo que cuando mueran, lo harán sin una palabra de queja, con plena consciencia de haber cumplido su deber hacia su familia, y que serán recompensados en su vida después de la muerte»; el tema de Tío Vania es el «coraje y esperanza» (pags.224/225, Eyre Methuen Ltd., Londres, 1980). Y agrega que Sonia, ahora que «(…)su sueño de una vida matrimonial feliz ha sido destruido, puede consagrarse a una vida de servicio para su familia».

En otras palabras, que Sonia y Vania deben seguir siendo esclavos de quien no tiene ningún derecho a explotar sus personas y patrimonios.

El director de teatro Leonid Heifetz, en The Cambridge companion to Chekhov, Cambridge University Press, 1960, pag. 91, dice que leyendo las líneas finales de Sonia «(…)no sintió tristeza, sino furia. ‘Descansaremos’ no son palabras de consuelo sino de intransigencia(…)» y que otras veces las sintió como palabras de consuelo y agrega que el desenlace de Tío Vania debe conducirnos a «dejar sentir a los demás que no están solos y que son atendidos, a abrigar sus corazones, amándolos más que a nosotros mismos»; y concluye que «toda la pieza de Chéjov reposa en el amor».

Creemos que Heifetz intuye, más que comprende, la ambigüedad de las palabras de Sonia, que revelan, en su retórica, una sorda irritación. Ian McKellen, en The Cambridge companion to Chekhov, pag. 126, entrevé la verdad y dice: «Yo me sentí desesperadamente apenado por él (Vania) (…) pero al mismo tiempo pensé que necesitaba un buen sacudón y que debía crecer; ¡no estás tan atrapado como crees!».

 Ni él ni Sonia estaban atrapados, ni poco ni mucho. La solemne tragedia de Sonia y Vania es una comedia cómica, porque no hubo tal tragedia.

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