Néstor Mendoza: «Me expreso más libremente en prosa; el verso llega lento y tarda en materializarse en un poema»

Escribe | Aníbal Fernando Bonilla


El poeta venezolano Néstor Mendoza

El poeta venezolano Néstor Mendoza (al centro de la imagen) durante un recital de poesía y pícnic literario en el Festival Jazz al Parque de Bogotá en 2019.

A Néstor Mendoza (Mariara, Venezuela, 1985) lo conocí en Fusagasugá, Colombia, en el 2024, a propósito de un festival poético. Desde luego, ya lo había leído antes. Y lo venía siguiendo en redes sociales. Poeta, ensayista, gestor cultural. Licenciado en Educación, en la especialidad de Lengua y Literatura. Realizó estudios de posgrado en Literatura Latinoamericana y en Filosofía. De mirada reflexiva. Pausado, aunque enfático al momento de dar una opinión, especialmente, si se trata del quehacer literario. Se ha hecho a pulso, sin concesiones de ningún tipo. Noto que no ha sido tan fácil su trajinar en aras de alcanzar el Parnaso, ya que lo suyo ha tenido más de rigor textual con metódica técnica cercana a la pira antes que al celeste cielo. Esto, le ha permitido que buena parte de las horas dedique como editor de El Taller Blanco Ediciones, y tareas afines al amplio campo de las letras y sus diversas formas de difusión.

Ha publicado los poemarios Andamios (2012), Pasajero (2015), Ojiva (2019) —este último traducido al alemán, inglés y francés—, Dípticos (2020) y Paciencia mineral (2023). Autor de los libros en prosa Alfabeto de humo. Ensayos sobre poesía venezolana (2022), Alfabeto de humo II. Ensayos y reseñas sobre poesía venezolana (2024) y Álbum de grabados. Prosa diversa (2024). Forma parte del consejo de redacción de la revista Poesía (Valencia, Venezuela) y del equipo editorial de la revista bilingüe Latin American Literature Today (LALT), avalada por la Universidad de Oklahoma.

Con él, quien reside en Jamundi, localidad del Valle del Cauca colombiano desde 2018, conversamos sobre sus inicios en la escritura, los referentes de la patria de origen, el impacto migratorio en su obra, y aquella poética que sobrepasa todo tempo-espacio.

—Néstor, ¿en qué género (poesía, ensayo, relato, crónica) te sientes más cómodo para la práctica escritural?
Más que un género en sí te podría hablar del «discurso» que más escribo: la prosa. Y en esa manifestación discursiva, me interesa mucho las dimensiones de la prosa. Es decir, la prosa en su expresión narrativa (novela, cuento, crónica), crítica o reflexiva (ensayo, reseña, textos humanísticos) e intimista (diarios, textos autobiográficos, entre otros). Todo esto lo menciono como un lector que disfruta la lectura de novelas, cuentos, ensayos sobre creación poética, sobre tópicos del arte y la filosofía, volúmenes de diarios y de cartas. Se podría decir que soy más un practicante de la prosa, pues llevo un diario literario y escribo ensayos y reseñas con cierta frecuencia, además de algunos intentos en la escritura de prosa poética y en relatos. La poesía, o digamos el verso en sí, es menos frecuente y cuesta un poco más. Me expreso más libremente en prosa, mientras que el verso llega mucho más lento y tarda en materializarse verbalmente en un poema. Esta experiencia con la prosa me ha llevado a publicar tres libros de ensayos, hasta ahora: dos volúmenes sobre poesía venezolana llamados Alfabeto de humo y otro sobre ensayos y textos en prosa misceláneos titulado Álbum de grabados. Prosa diversa.

Libros de prosa de Néstor Mendoza.

Libros de prosa de Néstor Mendoza.

—¿Qué valor posee para ti la poesía, en la contemporaneidad?
La poesía sigue teniendo, en mí, el mismo lugar que desde hace veinte años, pero con distintos enfoques. De joven pensaba que la poesía era eminentemente una forma de comunicación, luego una forma discursiva mayor y ahora la percibo como un tipo de conocimiento. Desde el poema puedo «conocer» sensiblemente una porción de realidad. Sigo teniendo a algunos viejos maestros nacionales (Juan Calzadilla, Reynaldo Pérez Só) y algunos latinoamericanos (José Watanabe, Carlos Germán Belli); en el camino se han sumado, desde luego, otros autores; bien con una obra poética o con algún libro en particular. Intento leer a algunos maestros con cierta distancia, con cierta compresión alejada de las canonizaciones.

—Háblanos sobre los antecedentes que te impulsaron a golpear las puertas de la literatura.
Puedo mencionarte varios escritores venezolanos que leí en mis tiempos universitarios (de mis 18 a 19 años) y que perfilaron el tipo de lector que quiero ser o que se ha ido formando en estos años: Arturo Uslar Pietri, Rómulo Gallegos, Julio Garmendia, Teresa de la Parra, Rafael Pocaterra, todos ellos novelistas y cuentistas que definieron, desde la creación narrativa, la primera mitad del siglo XX venezolano. Esto se conecta con la primera pregunta: primero fue la prosa, en mi caso concreto.

—Siendo venezolano, qué ha significado tu residencia en Colombia. Cuántos años ya llevas radicado en este país. Y, tomando en cuenta la migración, hasta qué punto ha influido esta experiencia personal y familiar en tu escritura.
Llevo siete años en Colombia, cumplidos recientemente. He asumido la migración como una posibilidad de reconocerme en una tradición vecina a Venezuela: distintas tradiciones y estilos que marcan una diferencia complementaria. He intentado vincularme a Colombia desde la experiencia de los buenos amigos y amigas que he conocido hasta ahora, con quienes me he involucrado como lector de sus obras y como beneficiario de sus afectos. La lista es larga y no quisiera dejar a nadie por fuera. Sólo podría mencionar a los afectos que hay en Bogotá y Valle del Cauca, a los amigos de distintas regiones de Colombia que también migraron a Cali, por ejemplo, y que han estado en los momentos altos y en los momentos de tristeza. Valoro especialmente las bibliotecas públicas que he frecuentado y los espacios culturales en los cuales he estado como espectador y como invitado. Trato de estar atento a la literatura colombiana contemporánea, a sus clásicos y a sus autores vivos. Me he nutrido de ellos e incluso he escrito sobre poesía colombiana y sobre algunos novelistas de este país. Todo desde esa mirada que nunca deja de ser extranjera pero que intenta ser empática con las realidades locales. De esa relación han surgido, por ejemplo, dos poemarios escritos enteramente en Colombia. Aquí, igualmente, he escrito muchas páginas de mi diario, muchos ensayos y reseñas. La escritura sigue.

Ojiva de Néstor Mendoza en su edición en inglés, publicado en Pulpo Editorial en Puerto Rico.

Ojiva de Néstor Mendoza en su edición en inglés, publicada por Pulpo Editorial en Puerto Rico.

—Cuéntanos sobre Ojiva (2022). Se podría decir que transita en una propuesta experimental, a partir de la realidad lacerante. ¿Qué similitudes y diferencias cabría conjeturar con otros poemarios tuyos, desde Ombligo para esta noche (2007)?
Ojiva podría significar, dentro de todos mis poemarios publicados, un libro con un contexto y un estilo diferenciado. Escribí Ojiva en 2017 en Venezuela y se publicó por primera vez en Bogotá, en 2019. En 2022 aparece la segunda edición. Es un libro afortunado, porque ha sido traducido completamente al alemán (Sprengkopf) y al inglés (Warhead) y parcialmente al francés (Ojive). Como bien dices tú, es el poemario más experimental que he escrito, tanto por su estructura como por los temas y ritmos (veintiún partes, pero del número 21 al número 1, en cuenta regresiva, como una bomba de tiempo). Surgió en medio de esa crisis permanente que en Venezuela sigue mutando, reciclándose desde el poder. Ombligo para esta noche es un libro juvenil, que escribí entre los 19 y 20 años y que se publicó cuando yo tenía 22. Desde Ombligo… hasta Ojiva, y luego desde Ojiva hasta Paciencia mineral (2023), mi libro más reciente, se ha tomado mucha más conciencia de los aspectos formales de la escritura, de los territorios temáticos que me interesan. Entre Ojiva y todos los otros libros hay tres extremos: por un lado, está Ojiva; y por otro, Dípticos (poemas en prosa de temática grecolatina); y en un tercer lado estarían Andamios (2012), Pasajero (2015) y Paciencia mineral (2023), tres libros de poemas no muy extensos, con un yo poético más registrable, que siguen recorriendo los espacios de la infancia, de la vida adulta y del paisaje local.

—¿Qué características posee El Taller Blanco Ediciones, a tu cargo?
El Taller Blanco Ediciones es un editorial independiente que llevo adelante con mi esposa, la escritora y lingüista Geraudí González Olivares. Inició en Valencia, Venezuela, pero se materializa en Bogotá, a mediados de 2019. Debe su nombre a ese ensayo-poética ejemplar de Eugenio Montejo, «El taller blanco». Hemos publicado alrededor de 70 autores y autoras, en un formato artesanal de libros cosidos a mano, y desde 2021 incorporamos ediciones en el formato de imprenta. La editorial nos ha permitido conocer y publicar buenos poetas y narradores de Venezuela y Colombia y de varios países de Latinoamérica y España. Agradecemos la confianza y el apoyo de los autores, las autoras y lectores que adquieren nuestros libros y los descargan gratuitamente en nuestra página oficial. De tu país, Ecuador, hemos publicado una antología de Xavier Oquendo Troncoso, Algunas alas (2021). Con este proyecto independiente nos hemos involucrado en la dinámica cultural de Valle del Cauca, la región de Colombia donde hacemos vida. También hemos participado en muchas ferias del libro, así como en ferias editoriales y gráficas alternativas.

Libros de poesía de Néstor Mendoza

Tapas de algunos de los libros de poesía que se han publicado de Néstor Mendoza

—¿Hay material inédito que pretendas hacerlo público en lo inmediato?
Existe material inédito en prosa que reescribo actualmente; por ejemplo, el diario. Pero creo que lo más inmediato es un segundo compendio de ensayos y reseñas que ya está preparado (organizado), y que quisiera publicar el año próximo. Allí incluyo material más diverso sobre autores hispanoamericanos actuales, por ejemplo, de Venezuela, Colombia, España y Argentina. También hay dos poemarios inéditos escritos en Colombia.

—¿Es dable alguna recomendación a la hora de la construcción poética?
A veces pienso que la construcción poética va motivada por un impulso ético asociado al impulso estético. Como si la acción de escribir estuviera íntimamente vinculada con una forma honesta de actuar y de comunicarnos. Podemos estar en desacuerdo, podemos habitar líneas opuestas del pensamiento, pero eso no implica que, por un impulso del odio, dejemos de ser dignos en el poema.

—¿Desde aquel «retorno interior» que en su momento apuntaste, ¿qué puedes comentar sobre la poesía venezolana actual?
Hace poco leía sobre lo que le sucedió a la literatura española de posguerra. La literatura de los «derrotados» militarmente. En gran medida, fue la obra de los españoles expulsados, exiliados, la que condujo a la modernidad en las letras españolas, tanto en la creación literaria como en el pensamiento crítico (el caso de Manuel García Morente es ejemplar). La poesía venezolana actual sigue activa, dentro y fuera del país. Cualquier cosa que hagamos con otros poetas venezolanos lo hacemos con la conciencia de que nos asociamos, ya no desde ciudades venezolanas, sino desde cualquier lugar del mundo. Es un cosmopolitismo trágico, digamos, o una especie de antiturismo. Me escribo a veces con poetas y escritores venezolanos en Buenos Aires, Ciudad de México, Sao Paulo, Oklahoma, Berlín, Heidelberg, Berna o Tenerife, por ejemplo. Le comentaba a un poeta joven que vive en Caracas que ya veíamos la migración como el primer tema «consolidado» de nuestro siglo XXI, y que los autores más jóvenes de mi país lo van asumiendo como algo que ya está presente (una incipiente «tradición» del siglo XXI) y que necesita nuevas formas de asimilarlo y de recibirlo con los instrumentos de la crítica literaria.

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