Elogio de la no-ficción de César Dávila Andrade, a 100 años de su nacimiento
Escribe | Gabriel Galarza
«Esta devoción, entonces, se torna una especie de sacramento vivo, y se dirige más bien a conocer las obras de los demás, a extraer de ellas la razón de la vida y el fantasma cósmico que las poseyó en el acto de la ejecución».
La fiebre de la señora Traba, C. D. A., julio 4, 1965.
Nuestra atención, dispersa hoy más que nunca por la constante exposición a contenidos y por la ubicuidad real y aparente de la información, se ancla a menudo en lo efímero y da por conocido aquello que apenas ha sido atisbado por los sentidos. Un discurso sincrónico y, por lo tanto, intrascendente, llena a cada momento nuestras frágiles mentes con una sensación de satisfacción que caracterizaría mejor a un estómago excesivamente nutrido, antes que a una mente desarrollada y capaz de pensamiento. La reflexión, la actitud crítica y el concepto de permanencia que caracterizaron a una época de la historia ahora totalmente desaparecida, en la que se hallaba todavía algo de dificultad para acceder a nuevas y más profundas fuentes, y en la que el interés era el verdadero motor para desear el conocimiento, hoy son escasas o no forman parte de la agenda, cada vez más vertiginosa, a la que obliga la facilidad e inmediatez con la que deben producirse y reproducirse esos mismos contenidos.
Por esto, a menudo pasamos por alto aquello que no es evidente, y quedamos convencidos más o menos de cualquier información, de acuerdo a nuestro estado de ánimo, según sea la fuente más atractiva visual y auditivamente. Todo lo «feo», por el contrario, es rechazado de entrada, aunque se trate de delitos flagrantes, emergencias, situaciones increíbles o irremediables. Esta actitud se parece bastante a la que en los últimos años se ha visto y reprochado en los adictos al cigarrillo. Pese a las advertencias de muerte y a las imágenes intencionadamente impactantes ubicadas en el frente y reverso de la mayoría de marcas alrededor del mundo, los fumadores continúan comprando y el mercado expendiendo el producto.
La indiferencia a la que empuja la facilidad para alcanzar esa sensación, más animal que racional, de lleno y de satisfacción mental (por el desarrollo geométrico de las comunicaciones), ha complicado aún más la ya difícil tarea de informar, comunicar o educar a la sociedad, provocando además una reacción de rechazo y de banalización de todo lo profundo, de todo lo que no sea fácil, rápido o inmediato, y a la vez un culto y una reproducción infinita e irreflexiva de todo aquello que ofrezca una solución rápida, fácil e inmediata, sea para la cocina o para el cultivo del espíritu.
A propósito de aquello, quiero exponer aquí una serie de textos escritos por el aclamado autor de Boletín y Elegía de las Mitas o Catedral salvaje, César Dávila Andrade, quien a la par de su producción en el campo del cuento y la poesía escribió varios ensayos y artículos periodísticos entre 1950 y 1967, cuando falleció por su propia mano en Caracas.
El célebre autor cuencano, calificado por Benjamín Carrión como uno de los más altos referentes del cuento ecuatoriano y latinoamericano, dejó el país definitivamente en 1951 para radicarse en la capital venezolana junto a su esposa Isabel Córdova. Allí trabajó como periodista y produjo cinco de sus más interesantes cuadernos de poesía, desde Arco de Instantes (1959) hasta La Corteza Embrujada (1966). Su memoria ha sido ampliamente conservada, pero su obra continúa siendo poco conocida aún en el contexto ecuatoriano.
Los textos mencionados, que llevan títulos semejantes a «Magia, Yoga y Poesía», «Extractos de la Philokalia», «Conciencia y Tiempo», «Todo y todas las cosas», son ejemplos claros de un par de oficios que hoy se han transformado completamente y no siempre para bien, al menos en el contexto ecuatoriano.
El oficio de las letras y el del periodismo han atravesado un período de simplificación y tecnificación que les ha restado importancia, sin que por ello la hayan perdido en lo más mínimo. Su razón de ser, por decirlo de otra manera, no ha variado, sino sobre todo la percepción que de ellos se tiene y la forma en la que se producen y consumen. Hoy el periodismo, y en general la producción de textos, parece estar menos comprometida con la realidad que designa, a la que trata como un asunto sencillo, externo y a menudo carente de significado, restándole la importancia y complejidad que la caracteriza. Aunque no lo parezca, gran parte de nuestra idea de la realidad, o de la actualidad, como llaman a menudo los periódicos a su sección más amplia, está dada por la información que consumimos a diario, en todas partes, y por eso hoy todo nos parece más sencillo e intrascendente. Esto seguirá siendo verdad, sin que en ello incida el hecho de si a alguno le parece más o menos importante lo que digan los escritores o los periodistas, que son, al final, quienes producen y preparan la información que consumimos. Tienen gran responsabilidad en la percepción del mundo y la realidad que habitamos.
Para ilustrar estas ideas me remito a un artículo publicado en la plataforma digital Quillete el 19 de marzo de este año, titulado La tiranía de la subjetividad, escrito por la abogada británica Elizabeth Finne, en el que expone la siguiente idea:
«La primacía de la subjetividad no está de ninguna manera limitada a la política. Hoy permea todo el ámbito a través del que hemos mediado tradicionalmente nuestras narrativas contrarias. El periodismo, la academia, la ciencia y el derecho se ven afectados. En resumen, cualquier institución que existe para adaptar perspectivas contrarias está siendo socavada por un nuevo paradigma que privilegia la subjetiva “experiencia vivida”» [1].
La tiranía de la subjetividad se refiere a la tendencia a aceptar como válida la experiencia individual, o más bien, a desestimar el punto de vista contrario o alterno y a ‘santificar’ el propio, rechazando todo lo que no sea subjetivo y aislando a la persona en su propio punto de vista. Es decir: «lo que yo pienso es mi verdad», como si existieran tantas verdades como personas. Por ello el consenso, la camaradería o la agrupación de personas con visiones similares hoy ha sido reemplazada por un individualismo cada vez más brutal, alimentado por la personalización absurda del marketing y el comercio de las emociones.
Si las letras como arte demandan un estilo personal, también el periodismo está saturado del estilo individual del periodista, y no por ello su misión de informar queda amenazada. Es simplemente un modo de exponer las ideas, y no tiene relación con la subjetividad u objetividad con la que se abordan los hechos; un hecho puede ser expuesto objetivamente con un estilo propio, al que sin embargo se confunde a menudo con subjetividad. Es indiferente si el tema de un artículo es la Pascua, el Carnaval o el hecho sencillo de que el Ulises de Joyce cumpla un año más de vida, es el estilo individual del escritor el que marca la profundidad o banalidad del tema.
En un ensayo de la misma plataforma digital, escrito por la académica Sandra Kotta, se expone una crítica abierta a la Literatura Americana Contemporánea:
«La Literatura Americana Contemporánea se ha transformado en una actividad universitaria que es cada vez más ajena a las necesidades, deseos o gustos de los lectores y audiencias no vinculados directamente en la cultura académica. Las prácticas institucionalizadas de talleres de “Escritura Creativa” influyen decisivamente en el estilo, la forma y el formato de las obras literarias; las tendencias intelectuales en las universidades determinan las visiones del mundo de los escritores hasta mucho después de que hayan terminado sus estudios formales. La mayoría de escritores profesionales ahora enseñan “Escritura Creativa” en colegios y universidades, y esto tiene graves repercusiones para la literatura»[2].
En un contexto más local, pese a la globalidad actual, esto se emparenta bien con la continua homogeneización del estilo, no sólo del escritor sino también, y aún más, del periodista, que pertenece también a un ámbito académico. Por ello, si ese estilo homogéneo tiende a simplificarse, casi ningún periodista encontrará razonable profundizar en un tema, temeroso de que su estilo quede marginado en medio de un gran océano de productos superficiales, pero satisfactorios.
Pero para volver a los textos de César Dávila Andrade, que son en realidad los que han inspirado este breve artículo, es necesario retomar la distinción entre lo banal y lo profundo expuesta más arriba. Para ello sirven perfectamente los textos mencionados, como puede adivinarse por sus títulos. Aparentemente esta simplificación ha venido tomando forma desde la segunda mitad del siglo veinte, pues en esa época todavía los textos de no-ficción de Dávila Andrade estaban llenos de alusiones filosóficas y citas de los más diversos escritores universales, y a menudo también de agudas consideraciones personales que presuponen en el lector un nivel de cultura determinado, no siempre básico. Esos textos, recopilados únicamente en una edición de sus Obras Completas preparada por la sede cuencana de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador, y editadas por el Banco Central en 1984, se reúnen en 564 páginas dedicadas al relato (pág. 9-366) y a su prosa no-ficcional (pág. 371-564). Las primeras 357 páginas son ampliamente conocidas en el ámbito académico y literario, mientras que las siguientes 193 apenas tienen un espacio en el recuerdo de la intelectualidad ecuatoriana.
La edición divide esta última parte en dos secciones: «Ensayos, prosa poética y comentarios bibliográficos» y «Artículos periodísticos publicados en El Nacional de Caracas». Ambos tipos de textos están cargados del estilo poético, místico, espiritual del autor de «Tarea Poética» y «Reunión bajo el piso», y al leerlos se advierte un ascenso y un declive periódico a través del tiempo.
Su interés real, su creencia firme en la poesía, su minuciosidad al exponer los argumentos y su lenguaje metafórico, simbólico y denso permean todos los textos, sin excepción. Sólo al final, en uno de sus artículos periodísticos del año 1961 se advierte una duda, una reelaboración de una de sus notas que por simplificar la exposición la torna aún más confusa. Desde su título Cuaresma y Anticuaresma, que reemplaza por un más sencillo Más allá de la Cuaresma, hasta la explicación de la máxima «el hombre debe sacrificar su sufrimiento», que lleva a palabras más corrientes en su segundo intento, desvirtuando y minimizando su sentido para estar, quizás, más acorde al entendimiento de sus lectores.
Es en este momento de su vida en el que Dávila Andrade experimenta la etapa más dura de su exilio voluntario, y solo un pequeño esfuerzo de imaginación es necesario para adivinar su desazón y preocupación constante, en ascenso. Su producción, nunca escasa, disminuye en esos últimos años y debe haberle procurado más de un problema, pues como es conocido, en el mes de mayo de 1967 el autor termina trágicamente con su vida, en la ciudad de Caracas, un año más tarde de la última fecha registrada en sus artículos.
Esta relación, aunque arbitraria, es útil para exponer por fin aquí algunos extractos que, precisamente por su estilo, su sutileza y calidad, ejemplifican muy bien la transformación negativa que han sufrido las letras y sobre todo el periodismo en nuestros días, pero también para sugerir (si es posible) las repercusiones concretas que esta transformación tiene en nuestra percepción y comprensión de la realidad, y sobre todo en nuestra actitud frente a ella. Los temas que para ello sirven mejor, gracias a una feliz y azarosa coincidencia, son la magia, el yoga y la poesía, ya que así se titula uno de los más bellos ensayos recopilados del poeta, y a la vez representan tres de los temas más pobremente abordados en los medios actuales.
«La magia, aún colindando con la superstición y la impostura, las rebasa victoriosamente, porque en los más hondos senos del alma humana alienta su virtud operativa. En su inocencia, se hace visible aún a través de las mallas de los embusteros. Es mucho más que un mecanismo de la irremediable duplicidad del género humano, y aunque se la encuentre articulada “en una serie de asociaciones de ideas, razonamientos analógicos, o aplicaciones falsas del principio de causalidad”, es anterior a esos tipos de pensamiento.»
El poeta inicia la segunda parte de su ensayo ubicando al lector en un lugar más propicio para elaborar su propuesta. Al mismo tiempo que defiende la idea de la magia, la justifica etimológicamente y advierte que no se trata de un tema aislado: «el poder mágico tiene un prestigio semejante en todas las sociedades y grupos humanos». Ni tampoco de un tema común o fácil de abordar: «Es un bien alejarse de los inextricables setos de la nomenclatura y de las construcciones de los teóricos en el trato con esta materia escurridiza y proteica». Prosigue luego relacionando la obra de arte con el poder mágico, en su interés por adivinar la razón de ser de la poesía, tema que puebla al menos la mitad de su obra poética: «Así como hay objetos, utensillos, joyas o huesos cargados de este fluido, existen también cuadros, esculturas y poemas en los que parece haberse concretado este iris subterráneo, que no por pertenecer al mundo sumergido, es menos bello». Y enseguida pasa directamente a argumentar y ejemplificar su afirmación, interpretando y citando a «esclarecidas personalidades de la literatura occidental» como Rimbaud, Leautreamont, Baudelaire, Gerbasi o Neruda… «en el fondo, aquellos que han alcanzado los niveles de la percepción sumergida, no juegan con literatura, sino con vida, con vida elemental, tumultosa, sedienta de formas que colmar».
Más adelante hace un mayor énfasis en su proposición, introduciendo por fin el tema del yoga y desarrollándolo de la misma manera que los dos primeros: «Algunos poetas contemporáneos, buscadores de una realización poética superior, han polarizado su sensibilidad y su conciencia en un esfuerzo común hacia los milenarios procedimientos del Yoga». Y cita nuevamente a personalidades enormes de la literatura universal como T.S. Eliot, Romain Roland, Herman Hesse, Aldous Huxley y Henri Michaux.
Hoy, todos estos temas pueden encontrarse reducidos a pastillas, a menudo audiovisuales, que pretenden abordar en no más de un minuto toda su complejidad, reduciéndolos a meras fórmulas para la felicidad y el bienestar individual, como si se tratase solamente de prácticas recreacionales, prestidigitaciones o fuentes de alegría momentánea, alcanzables tan pronto se haya engullido la pastilla o al amanecer del día siguiente. La palabra conciencia, por ejemplo, que aparece en el último extracto citado, debe ser una de las más repetidas y gastadas de nuestro tiempo, pues constituye, junto con el yoga y las filosofías orientales, una de las modas más omnipresentes en novelas, revistas, películas, diarios y sobre todo redes sociales.
El interés por estos temas no es nada nuevo y estuvo presente en occidente a lo largo de todo el siglo XX, pero esa reproducción masiva y aplastante no ha logrado, como cabría esperar, que la gran cantidad de personas a las que llega dicha información sean capaces de aprovecharla, o al menos apreciarla. Por el contrario, y esto es lo que preocupa realmente, la reproducción y repetición han permitido que entre las personas crezca lentamente una aversión y un repudio abierto hacia el cultivo de uno mismo, o en el mejor de los casos, a una comprensión limitada e inmediata, que hace repetir máximas milenarias a la más variada selección de ofertantes de salud, iluminación, bienestar o sabiduría, como si fueran productos.
César Dávila Andrade dedicó numerosos artículos, como «Noción y técnica de la conciencia de sí mismo», «Conciencia y futuro», «Epistolario del Yoga-Zen del maestro Tsung-Kao», «Primera incursión en el sol morado», y otros igualmente extravagantes a primera vista, a temas como la conciencia, el yoga y la filosofía oriental, que le apasionaron durante toda su vida.
Resulta curioso encontrar entre los artículos la alusión a una de las personalidades a la vez más aclamadas y cuestionadas de nuestro tiempo, por lo menos a nivel hispanoamericano. El director cinematográfico de El topo, Alejandro Jodorowsky, de 89 años, que estrenó con éxito hace menos de dos años su largometraje Poesía sin fin y que prepara actualmente su película Psicomagia, un arte que sana, es evocado brevemente por el poeta ecuatoriano en un paréntesis que de otro modo habría quedado en el olvido, pues no responde sino a una deferencia del autor para con el traductor directo de siete fábulas filosóficas antiguas atribuidas a Lie Tseu: «De este solitario y gran instructor, la revista El Corno Emplumado, n. 10 de abril de 1964, nos ha entregado siete parábolas-anécdotas, escritas hace más de dos mil años […] En todas estas anécdotas (traducidas para “El Corno Emplumado” por Alexandro Jororowsky), así como en el centro más intimo de los fragmentos epistolares que recojo ahora […]».
Junto a este hallazgo, el lector de estos viejos textos encontrará también evocadas las obras y pensamientos de Jiddu Krishnamurti, George Gurdieff, Margaret Anderson, Hermann Keyserling, Thomas Young, Carl Jung, Arthur Koestler, Gustav Meynrinck, José Vasconcelos, entre muchos otros. Y vale citar también aquí las palabras con que Dávila Andrade cierra el artículo antes citado, de las «Epístolas de Tsung-Kao», como una defensa contra esa tendencia actualmente muy generalizada a repudiar irreflexivamente, por complejas, las valiosas enseñanzas de estas prácticas milenarias: «Ellas guardan lo que –acaso– constituye la práctica que nos aparece más abrumadora y estéril de la existencia: recordarse a uno mismo sin fin en el mundo de los que duermen y sueñan la existencia. Este nuevo y antiquísimo despertar (que es el milenario estado de ‘despiertos’ de Jesús y de Buda), puede ser visto como un papanatismo más, o una perogrullada. Pero, el que lo practica, sabe después de cierto tiempo, que es la única ascesis valedera, la puerta del Yogachara y el “ardid” moderno del Dios milenario, del YO, puesto a disposición de los que leen el más grande disparate moderno: el monólogo de Joyce; escritor despierto; y usan o ven usar el ‘peyotl’, frente a los más nuevos estallidos del uranio».
Queda solamente exhibir aquí algunos extractos de los artículos periodísticos del escritor ecuatoriano, cuya importancia está dada por su muy personal estilo, y que actúan nuevamente como ejemplos vivos de que el periodismo, aunque objetivo, no debe ni tiene por qué dejar de ser profundo, sugerente, simbólico y comprometido con la realidad que designa, limitándose a describir hechos y, por lo mismo, a restarles la complejidad y el valor que tienen y seguirán teniendo en la configuración de la realidad que habitamos, entendemos y reproducimos a diario.
Sobre el aniversario de la primera edición del Ulises de Joyce, dice Dávila Andrade: «Veo frente al gran volumen impenetrable, un pastel congratulatorio, amasado de vísceras, uñas, ensueños, nebulosas, diptongos y estrellas viscosas. Todo aglutinado por el polvo de los Continentes y el gesticulante fosfato de las pesadillas. Alguien pone seis candelas diabólicas o seis fuegos fatuos, o seis rosas de grisú. Conmemorativas y misteriosas. Alguien coloca un candelabro de seis brazos —manco y ciego del séptimo— y lo apaga con un soplo de trasmundo. He aquí un célebre cumpleaños».
Más adelante, en uno de sus comentarios bibliográficos titulado «San Pablo y la Cuarta Dimensión», el autor se permite terminar expresando un deseo íntimo y loco que, aunque jocoso, le sirve para subrayar con amenidad el profundo interés que ha tenido para él el libro que acaba de reseñar: «¡Sería tan interesante dejar de ser tridimensional!».
Sobre el Terremoto de Valdivia de 1960 en Chile (el más potente del que se tenga registro en el mundo), evocando la condición profundamente solidaria de la región con la catástrofe humanitaria de los afectados: «Ante la desgarradora tragedia del pueblo chileno, se alza un profundo signo de la conciencia básica de Indoamérica: el fervor de la solidaridad en el padecimiento del hermano; la identificación, casi orgánica, con su dolor», y más adelante: «No existen en Indoamérica pueblos limítrofes, sino comunidades de hermanos. No existe la colaboración, sino la compasión (no en el sentido casi peyorativo de cierto sentimentalismo religioso); sino compasión como comunión en el fuego, en el fervor vital, en el amor al Universo. Coparticipación activa, militante, edificante en la ignición de la vida, en el constante incendio de los abismos universales, cósmicos».
Acerca de la época de Carnaval y su origen: «Es tan antiguo, que se lo encuentra ya en la nebulosa primigenia, entre el despilfarro fecundo de las sustancias siderales. Y los pueblos que suponemos sus primeros oficiantes con relación a la eternidad de Momo, vienen a ser más bien coetáneos de los nuestros. Así la elipse que trazó el estadio de la noble ciudad de Olimpia y la elipse que configura nuestros más modernos estadios no están más distantes entre sí, que las perforaciones oculares de cualquier antifaz. Y, él, que inspiró las delirantes procesiones de la Hélade y que sugiere los más caprichosos diseños carnavalescos de hoy, suscitará mañana en el hombre post-atómico, la misma urgencia a la extraversión gozosa y a la fiesta tumultuaria. Porque él, es pagano y profundamente gentil, precedió a todas las religiones y se infiltró luego en todas ellas, de algún modo. Aún Cristo, el ascético, le permitió subrayar de púrpura las rígidas líneas del calendario eclesiástico, a condición de que el Miércoles recibiera la impronta de ceniza».
Con respecto a Franz Kafka y su obra: «Antes que metafísica, o teológica; gravitando sobre el tiempo y el escenario que nos toca vivir y durar, la obra de Kafka nos premodela las numerosísimas carencias y los mil obstáculos y abismos que nosotros mismos, con una sabiduría de alacranes y un fofo lujo de pavorreales, hemos dispuesto aquí, en el mundo de hoy, convirtiendo nuestra existencia en una larguísima tortura, auténticamente kafkeana». Y aún continúa, con una enumeración terrorífica y tristemente más actual que nunca: «Recordémonos: Los sesudos desórdenes de la Estadística; los montículos y las barras de las aduanas; la invención polivalente de las indulgencias; la manía borreguil de los clubes y las cofradías; los besamanos; la sarna de las insignias y condecoraciones; los parentescos omnipotentes; la garrapata de las logias; la masonería hemofílica de las aristocracias; la guía turística de los darwinistas; los días hepáticos; las tiaras, las coronas, las cornamentas; la plusvalía insensata de la heráldica; la idolatría del racismo; las listas apócrifas de la predestinación; la estólida identificación con todo –lo que-no es– el-Ser (sic.). He aquí una breve letanía de los impedimentos del hombre actual».
Todos estos extractos llaman la atención sobre el estado de nuestras letras y el oficio periodístico, y enaltecen a la vez el nombre de este escritor universal, que en este año cumplirá un siglo desde su nacimiento. Son un bellísimo ejemplo de que, por sobre toda la acumulación de información fácil, mediocre y limitada, reproducida infinitamente a través de nuestros burdos teléfonos celulares, existe todavía algo que es absolutamente valioso e inalienable: el poder del lenguaje. Es allí, y en la absoluta libertad que debe preservar tanto el escritor como el periodista, donde podemos todavía hacer frente a esa narrativa desbocada, frenética y engañosa a la que nos obliga cada vez más la ilusión global y el desarrollo mal proyectado de la tecnología. La sensación de empacho y la memoria debilitada son las únicas consecuencias de nuestra actual comodidad, que deja vacío de contenido el mundo y desprecia completamente sus más bellas manifestaciones.
NOTAS
[1] “The primacy of subjectivity is by no means limited to politics. It now permeates the framework through which we have traditionally mediated our competing narratives. Journalism, academia, science, and law are all affected. In short, any institution that exists to accommodate competing perspectives is being undermined by a new paradigm that privileges the subjective ‘lived experience’”. En: The Tyranny of the Subjective. Elizabeth Finne. Quillet, a platform for free thought. http://quillette.com/2018/03/19/the-tyranny-of-the-subjective/ Accedido el 19-03-2018. Traducción propia.
[2] “Contemporary American literature has been transformed into a university-based activity which is increasingly alien to the needs, desires, or tastes of readers and audiences not directly involved in academic culture. The practices of institutionalised Creative Writing workshops decisively influence the style, form, and format of literary works; intellectual trends in universities determine the worldviews of writers long after they have finished formal studies. Most major professional writers now teach ‘Creative Writing’ in colleges and universities, and this has serious repercussions for literature”. En: With Stories Like These, Who Needs Talent? Part I: A Cautionary Tale for Writers. Sandra Kotta. Quillet, a platform for free thought. http://quillette.com/2018/03/19/stories-like-needs-talent-part-cautionary-tale-writers/ Accedido el 19-03-2018. Traducción propia.
2 comentario en “Elogio de la no-ficción de César Dávila Andrade, a 100 años de su nacimiento”