«El futuro, metal inestable». Intuición y materia en «Zamak» de Pilar Vargas Pacheco
Escribe | Míriam Gómez Vegas
Editorial: Pre-textos (2025)
N° de páginas: 58
ISBN: 978-84-10309-60-9
Autor: Pilar Vargas Pacheco
Idioma original: español
Zamak es el libro ganador del XXXVII Premio Unicaja de Poesía 2025, galardón que en ediciones anteriores ha sido otorgado a obras de la talla de El libro de Laura Laurel (2017) de Nieves Chillón o Inventar el hueso (2019) de Olalla Castro. Desde el pasado mayo de 2025, forma parte del catálogo editorial de Pre-Textos y constituye el segundo poemario de la escritora mallorquina Pilar Vargas Pacheco, autora que ya publicó De pie en la bañera (2022), tras hacerse con el XXI Premio Internacional de Poesía Ciudad de Ronda.
Si en De pie en la bañera, Vargas Pacheco explora la aspereza de la existencia y las dimensiones de su propia voz («Mi voz no se amoldó a la tierra, / que me quería vencida y olvidada, / árida bajo un sol desmerecido»), en Zamak, la poeta deja de estar de pie para sumergirse definitivamente en un ejercicio de síntesis poética. Quizá sean dos los motores de este camino escogido: en primer lugar, el factor dinámico, que desliza hacia adelante el discurrir de las palabras mediante la identidad, consciencia y autoafirmación de la voz poética («Amar /¿importa? / Importa erguirse»); en segundo lugar, esa voz audaz y en movimiento pone el foco en el proceso que le supone elaborar una rica y particular simbiosis con lo natural («Si no vienes / rodaré / por las dunas / rodaré / hasta toparme contigo / rodaré / hasta reverdecer»). Ambos impulsos, el que entona y el que explora desde el canto la materia, textura y espacios naturales, determinan el pulso de Zamak y hacen de él un sobrio y audaz ejercicio de indagación poética que se convoca mediante una cuidada alquimia con el tiempo en movimiento, la materia y la palabra poética misma.
El poemario se encuentra dividido en dos partes. Entre ellas, la muerte funciona como frontera porosa pero claramente perceptible de la iniciación y madurez que caracterizan ambas etapas de este viaje poético exploratorio. Así, la voz poética atraviesa la muerte como un portal que ha de cruzarse de modo activo, una suerte de rito de paso: «Abandono esta / carcasa de pollo, muda de serpiente, / muñeca calva, manoseada, / y comprendo. / Nunca más despertaré». En el mismo poema, tan solo unos versos después, la metamorfosis ya ha sucedido, dotando al discurrir poético de nuevos ritmos y modos de tránsito, más sumergidos, más sintetizados: «cabalgo por los sueños / agalopeagalopeagalope». Al otro lado de la página, ya ha pasado el trance, e inaugurando la segunda sección, leemos: «He visto a la muerte acodada en el alféizar, / había en ella un silencio de yeso».
«Mío es el fui que un soy contempla» —una primera parte que, desde su título, subraya la idea de mirar el pasado desde el presente— comienza buscando una enunciación primera de las cosas, un acercamiento al mundo a través del nombre y de la palabra. La escritura poética de Vargas Pacheco presenta a menudo una tensión entre la sujeción y la liberación, y a partir de la segunda, convoca en el texto dinámicas que constituyen una poética del proceso: «Movimiento / arriba abajo / abajo arriba / no en espiral (peligro) / vuelo (20 horas) / hacia ti / soledad». Lo que se desarrolla son diferentes líneas: un yo poético que oscila entre la autoafirmación y la soledad, una observación atenta a los procesos de la naturaleza —de los que la voz poética se sabe partícipe: «Si te miro / recuerdo / que en algún lugar / florezco»— y la exploración de elementos básicos de la existencia, esto es, el espacio, el tiempo y la materia, así como su entrelazamiento. De este modo sucede en «Budapest», poema en que el tiempo se convierte en metal para poder palparlo y explorarlo: «El futuro, metal inestable, de blanda estructura, / aleación de pasados ya vencidos, / y recuerdas: Isla Margarita y la alegría». Acercándose al umbral entre ambos apartados del poemario —el descrito encuentro directo con la muerte—, se intensifica lo presentido, lo onírico y con ello, el grado de intensidad de la exploración poética descrita: «¡Caballo blanco! / agalopeagalopeagalope / caballo ciego / a galope / relinchos que estremecen, / te siento te siento / aunque no sepa qué sentir. / Hablas, y yo entiendo. / Dices que siempre has estado en mis sueños, / […]».
Una vez atravesado el umbral, se advierte que el encuentro con la muerte —discretamente— permanece, ya en la experiencia, ya en la proyección del futuro: «Intuyo un círculo de luz en los ojos de la muerte»; «Recorremos la vida con los ojos vueltos /hacia lo ya muerto. / Y tú me dices: / Así vivimos, / despidiéndonos siempre». El título de esta segunda parte ya no remite a una primera persona, sino que se cifra mediante una interrogación situada entre lo colectivo y lo impersonal: «¿Por qué los pájaros cantan en la noche?». Sin duda, el centro de gravedad de dicha sección sea el poema que arroja luz sobre el título del libro: «Zamak», acrónimo en alemán de los componentes que dan lugar a esta aleación metálica, a saber: zink, aluminio, magnesio y cobre. En este sentido, sus versos y la propia anotación previa de la autora nos da la clave de su poética: «Zamak —aleación de metales—, en esta nueva acepción, aspira a la alquimia del lenguaje». De este modo, Vargas Pacheco utiliza esta voz para materializar su proceso de exploración, mezcla y síntesis del lenguaje a través de la fundición y búsqueda de la maleabilidad de las palabras, que entiende como una suerte de materiales primigenios.
La alquimia, como vengo señalando, se logra acudiendo a lo natural, porque se barrunta en ello una existencia y un lenguaje más original: «Recordar que fui creada de la misma materia / y, como ellas, sujeta al barro»; «Y la tierra un lugar fértil más allá de los hombres. / Confiados al lenguaje de lo natural». Cuanto más se profundiza en dicha alquimia, con más seguridad transita la voz poética la indagación de la incertidumbre a través del lenguaje: «Seguir en el asombro. Acechando. / […] / No es posible vivir en la claridad / cuando te amamantan las sombras». Finalmente, la búsqueda y el trabajo de alquimia dan sus frutos, si no mediante la claridad, sí a través de presentimientos y revelaciones; el intenso ejercicio poético con los materiales ha logrado trascender: «Conducida por el parpadeo de un ángel que fue mío, / casi a rastras, / ascendemos hacia las cimas / de la Serra de Tramuntana, / bosque suspendido del cielo». El poema que cierra el libro, «Mundo sonoro», constata la conclusión que la exploración de lo natural, la materia, la muerte y el lenguaje vienen preparando: que la materia poética es constitutiva de la vida y que en ella está todo y estamos todos. Así acaba Zamak: «Sin distinción entre hombre, animal o flor / en cada gota hay / un yo / y / un nosotros».
En definitiva, Zamak (2025) de Pilar Vargas Pacheco viene a ofrecernos un lúgubre y luminoso recorrido de los senderos por los que hemos de seguir al misterio de la palabra poética. En ellos, la materia, el tiempo y lo natural funcionan como huellas que esta poeta funde, transforma y palpa poéticamente y cuya exploración ha tenido a bien regalarnos en esta obra. Ojalá recorra estos y otros senderos —salvajes, variables— muchas veces más.

