El displacer de Stefan Zweig
Escribe | Gonzalo Montes Amayo

Stefan Zweig y su segunda esposa Lotte Zweig. Ambos se suicidaron el 22 de febrero de 1942 durante su exilio en Brasil. Fuente.
Nunca he padecido depresión —clínica, quiero decir—. Tampoco he probado la ketamina para dormir ni amortiguar los golpes desleales. Eso no significa que no tenga momentos abúlicos producidos por la tristeza que causa lo inesperado. Es una sensación extraña, pues es necesario que el motor interno continúe carburando. Sin ilusión, todo gripa, hasta las ganas de levantarse de la cama o la suficiente producción de testosterona para procrear.
Hace unos meses, un amigo que sí que padece depresión clínica diagnosticada recibió un consejo particular de parte de su psicólogo. Éste le dijo que se abstuviera de ver el telediario, ya que luego las noticias afectarían negativamente su «inestable entendimiento». Cuando me lo comentó, me sorprendió; nunca pensé que dejar de lado la realidad que nos rodea fuera una cura recomendable; tampoco que tener depresión clínica pudiera ser considerada como una «inestabilidad del entendimiento». Siempre he pensado que las noticias actuales no dejan de ser las mismas y reiteradas de la historia, pero con diferentes disfraces para nuestra pena. Es decir, hay hambre en el mundo, pero a nadie le importa; las desigualdades entre ricos y pobres continúan siendo desproporcionadas a pesar de los avances tecnológicos y biomédicos; los conflictos armados persisten junto a las traiciones, la corrupción de los políticos y los populismos. En resumen, «la lucha entre los poderosos y menesterosos», tal como le escuché sentenciar a un amigo escritor el otro día.

Tapa de la primera edición en alemán de Die Welt von Gestern (1942) de Stefan Zweig, libro editado tras la muerte de su autor y que en español se conoce como El mundo de ayer. Fuente.
No obstante, también mi amigo me dijo que le había dicho que llegados a este punto de locura colectiva «había que diferenciar entre las enfermedades severas (trastorno bipolar, esquizofrenia, delirio persistente…) o el conjunto de malestares (depresión, ansiedad, angustia…)» que a todos nos acosan en mayor medida en los últimos tiempos. Y he aquí que me viene a la memoria cómo Thomas Mann calificó a Stefan Zweig de «hombre débil» por su incapacidad para seguir viviendo. Y claro, yo no puedo estar más en desacuerdo, aunque en muchos casos —yo incluido— miremos de manera oblicua a las personas que padecen enfermedades o sentimientos que no entendemos. No obstante, ¿significa debilidad suicidarse por la atroz sensibilidad para afrontar que el mundo en el que había vivido hubiese sido destruido?; ¿o por vivir la vida sin aceptar que la ausencia de dolor y la tranquilidad mental (aponía y ataraxia) son estados inalcanzables? (En mi opinión, los que tienen los umbrales de la sensibilidad baja son los únicos que pueden cambiar el mundo). Probablemente todas estas preguntas no tienen respuesta y buscarlas solo nos lleva a la melancolía, pues si por algo destacaba el protagonista de este panegírico no es tanto —en mi opinión; además, sería muy osada criticar su obra— por su capacidad como escritor, que también, sino por su humanismo salvaje, por ser un luchador de los principios éticos y morales de la cultura europea y, especialmente, por la capacidad empática que tenía hacia las personas y que exploraba igualmente a través de la relación epistolar que mantenía con Freud —dime con quién vas y te diré quién eres—.
De ahí que crea que donde más destaca como artista polifacético era en su capacidad extraordinaria para escribir biografías de personajes olvidados y recordados, pues para ser un buen biógrafo uno no debe de centrarse solo en el relato que se puede encontrar en los libros de historia, sino también en el mundo interior de los biografiados, en sus miedos y ambiciones, en sus debilidades y canalladas, en sus deseos más oscuros, perversos y triviales…

Tankabwehr (1935-1938) de Franz Eichhorst es un fresco de propaganda nazi. Fuente.
Sus Diarios más allá del archiconocido libro El mundo de ayer, describen casi al día y de manera cronológica todo lo que siente durante la Primera Guerra Mundial, el periodo de Entreguerras y la Segunda Guerra Mundial, hasta su triste despedida, pues para él no hay belleza en la violencia. Sus diarios no dejan de ser como un viaje a través del tiempo, quizá algo parecido al de Ulises, pero en sentido contrario. Es decir, Ulises da sentido a su existencia a través de la ilusión de reencontrarse con sus seres queridos. En cambio, Stefan Zweig va perdiendo la ilusión con el paso del tiempo hasta que ya no encuentra sentido a su vida…
…Y sin energía, no hay vida, aunque…
…Eso vaya en contra de muchas creencias que dictaminan que la vida por sí misma es un regalo. No niego ni quiero negar que tiendo a pensar de igual manera, pero también entiendo que ciertas personas vean la vida como una caja que cuando se queda sin espacio, no tenga sentido seguir conservándola.
De ahí los numerosos comentarios que escribe en sus Diarios:
«vivo presa de la atonía»; «improductiva apatía»; «ya que en ocasiones me asalta una ataraxia patológica»; «lo más espeluznante es que no he sentido absolutamente nada»; «no entiendo cómo la gente puede vivir con normalidad a pesar de las desgracias de la gente»; «me pregunto si es persona quien no siente nada de nada, quien es capaz de tal indiferencia frente a la situación más espeluznante»; «la historia universal es sobrecogedora cuando se la mira de cerca»; «¿cómo es posible que en un mundo en el que existe algo tan bello, en este preciso instante los hombres se estén lanzando granadas?»; «lo hirieron cuando intentaba ayudar a otro»; «¡me gusta más este tipo de héroes que los que avanzan sin mirar nunca atrás!»; «diría que la angustia es una parte innata de mi personalidad»; «las personas me agotan más que me estimulan».

Stefan Zweig y Joseph Roth en Ostend en 1936. Ambos escritores registraron en su obra la decadencia y caída del Imperio Austrohúngaro. Fuente.
Y es que, sin duda, también a veces me pregunto si seré esclavo de los mismos sinsabores. Sin embargo, la diferencia es que yo por fin acepté que por mucho tipo de respiración y yoga que practique es muy difícil alcanzar niveles ataráxicos permanentes.
Por otro lado, también me pregunto si el intento de que no le afectara el pogromo histórico que su pueblo sufrió desde la época de Alejandría y su amor por la lengua alemana de Schiller, Goethe y Rilke, catapultó a su absoluta desolación, tal y como expresó: «una vergüenza secreta y atormentadora de que la ideología nazi fuera concebida y redactada en lengua alemana». (Paradójico que justo este año 2025 se hayan cumplido 80 años de la liberación de los sobrevivientes del campo de exterminio de Auschwitz).
En todo caso, una pena que un humanista como él terminara de tal forma, sin ilusión por la humanidad y con una crisis interna que terminó con su vida en febrero de 1942 a 10.000 kilómetros de su ciudad natal. Nadie sabe qué se le pasó por su cabeza antes de morir, si visualizó a un héroe luchando contra «el sinsentido de que el nazismo se extendiera por todo el planeta» o simplemente a una rubia prostituta de un burdel parisino de su época de peripecias en la capital francesa.