Deidades de un cántico silencioso

Escribe | Aníbal Fernando Bonilla


El refugio de lo dioses de Janneth Rico Preciado

Abisinia Editorial (2023)
Nº de páginas: 64
ISBN: 978-958-49-8726-6
Autora: Janneth Rico Preciado
Idioma original: Castellano


Dentro del universo poético existe una conjunción de sensaciones que van entretejiéndose con una tonalidad particular en lo atinente al texto, que deviene, a su vez, de la textura que poseen las palabras, o con más ambición, del fenómeno lingüístico, a partir de una composición enriquecida de colores, amalgamas y acepciones.

¿Qué se quiere decir en el poema? Tal vez, el mar azul, el beso amante, el brillo primaveral, el amanecer crepuscular, el llanto del afligido, los recuerdos, las angustias, los temores, la incertidumbre frente al trajinar enardecido de los días. La poesía se disemina en el tiempo y en el espacio. En tanto, el poema contiene esa revelación instantánea de aquel primer albor emocional que sacudió al poeta. Entonces, distinguimos tal emoción poética —desde el azar, lo fortuito, o lo intencionado— de la emoción ordinaria a través del lenguaje que alcanza un grado de apreciación artística.

Esa expresión mágica con las letras es el resultado de una pesquisa obsesionada del autor(a), consciente de la complejidad del uso pertinente de las palabras -del portento de las palabras- y de las dificultades sobre la constitución de un discurso lírico equilibrado, atrayente y conmovedor.

 

La poesía como llaga y fulgor 

Janneth Rico Preciado (Sogamoso, Boyacá, Colombia, 1979) entiende a la poesía como una trasmutación creativa cuyos derroteros son inverosímiles. O, a su vez, como una danza de contrarios. Así lo revela en su obra El refugio de los dioses (Abisinia Editorial, 2023), publicada en Buenos Aires y Bogotá, con llanto, con rabia, con soledades. En su estructura se interconecta la prosa poética de longitud extendida y la línea versal contundente de marcada economía expresiva. La suma de modos diferentes de articulación metafórica. «Escribo con la punta de los huesos» nos dice la poeta como un anuncio ceremonial indetenible y frenético, en donde el ritmo acompasado se vuelve fuego y ardor en cada sílaba empleada. Tras las máscaras hay un ser que explora la identidad del yo, a ratos, indescifrable, pero que es rastro y vigilia, al colmo del destello onírico: «soy quien escribe y habita el sueño de otra».

Signos provenientes del universo o de la tierra dadora de frutos que se juntan con la vitalidad nocturna para descargar todas las energías posibles en la hoja, en principio, vacía y callada. Rico Preciado pretende resignificar los malabares de la vida, ante lo cual se deja llevar por una exclamación interna: «Solo mis huesos saben del crujir de un grito agudo».

El cuerpo del poema también puede ser asumido como una extensión del cuerpo humano, más allá de la materialidad de un mecanismo determinado, por la transmisión que supone lo inasible. Cuerpos que no logran despojarse de ciertas heridas e incomodan a lo largo de la intrahistoria. Cuerpos que manan del ritual antiguo, llenos de placer. Cuerpos que procuran señalar algo con sus extremidades en abrazos prolongados. Cuerpos despojados de ternura que luchan con manos y uñas por alcanzar la etérea redención. Cuerpos desnudos que deambulan a la intemperie como estado natural. Cuerpos eclipsados por los poderes fácticos que se vuelven invisibles/irreconocibles: «Transito el sendero doble del dolor. / Una niña repite el nombre de los desaparecidos». No obstante, hay una luz emancipadora en medio del desierto y con toda la contundencia del viento: «Salgo de este cuerpo para ser una legión de pájaros».

Cada poema es una plegaria que irrumpe en lo sagrado. Asimismo, se advierte un llamamiento al animal lacerado que ha logrado sobrevivir de las fauces del vacío, pese a la fragilidad de las alas y la sangre derramada. Una advocación angustiante a los dioses y a los adioses, porque queda la conciencia de la finitud del hombre. La plegaria a deidades con el objeto de alcanzar el milagroso encanto de caminar «sobre el agua», aunque luego venga la condena eterna. Apariciones bíblicas en el desquiciado tormento del hallazgo poético. Porque nuestra poeta hurga sin descanso en el tumultuoso intento de dar con el vocablo perfectamente alucinante: «despojada de cuchillos me quedó la palabra entre los labios».

Hay un vínculo entre rasgos mitológicos y la creencia femenina que se aferra al redescubrimiento de la belleza, o a la visión multidimensional a través del espejo como imagen fragmentada, cuestionando la mansedumbre y evitando el precipicio: «Mi fe ha entrado al sitio donde se formulan las preguntas y se hacen los dibujos en el aire». El hablante íntimo describe con singularidad el silencio del origen, el enigma de lo habitable. En este cántico hay una dinamia complementaria con ilustraciones fotográficas de la misma autora que nutren a la obra al nivel de una propuesta de arte interdisciplinario, que no se desentiende de la sensibilidad social (tal como en «Plegaria desnuda», dedicado a José Herrera, líder comunitario). Los textos de Janneth Rico Preciado en su conjunto mantienen una «cadencia vertiginosa» motivando al dulce resplandor del colibrí. Baile en pleno delirio de lluvia. «Soy la música».

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