«Delirios y quebrantos» de Ángel Jaquem en cinco textos

Ángel Jaquem (Tánger, Marruecos, 1987). Director de cine, poeta y gestor cultural. Escritor precoz, con 8 años, sin saber muy bien que fuerza intangible le llevaba a hacerlo, escribía poemas cortos a sus compañeras de pupitre. Pasó su infancia leyendo y a los 12 años ya disfrutaba de los clásicos rusos, con una especial predilección por Nikolái Gógol y Fiódor Dostoyevski.

Tras el colegio floreció su amor por el séptimo arte. Jaquem ha dirigido cinco cortometrajes, los cuales han sido ampliamente premiados en el extranjero. Hoy día trabaja en series televisivas españolas y de plataformas digitales como director.

Ha publicado dos relatos «Maquíllate» y «Hoja marchita» en la revista La gran belleza. También es gestor cultural y ha organizado festivales de cine o eventos como Jazzbandismo (mezcla de jazz y poesía) y Librófagos anónimos (club de lectura para dar a conocer editoriales independientes y escritores desconocidos).

Hace pocos meses publicó Delirios y quebrantos (Editorial Cuadranta, 2024), su primer poemario. De este título provienen los cinco textos que ponemos a vuestra disposición.


Harakiri

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Hienas husmean hojalata hundida,
halcones hostigan helénicos horizontes,
hormigas horadan húmedas hendiduras,
hambrienta hiel hilvana hechos,
hondos huecos hirientes,
hipótesis helicoidales,
herrumbrosos haberes,
hoces hincadas, huesos hacinados,
hecatombe huracanada, hormigueo helado,
hórrido haz halado.
Hay humo, hiedras, hojarasca, hogueras,
historia histriónica, herida hermética,
hipertermia, hipoxia, hipocresía,
hábitos hieráticos, herejía.
¡Horror! ¡Harakiri! ¡Hambre! ¡Histeria!
Huida homicida hacia Hades.
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De Delirios y quebrantos (Editorial Cuadranta, 2024)

La ciudad de los inmortales

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El frenesí de la luna incendia
labios nacarados que mendigan
besos celestes,
ojos que solo fulgen de ausencia,
cuerpos arrobados,
se retuercen como sierpes.

Convulsión de lujuria,
libélulas en formol
baten sus alas salvajes,
huyen del viento de la bahía,
mártires de tortuosos pesares,
caen en el vacío absoluto
con el peso pulcro
del recuerdo impoluto.

El deseo llega entre polvo
y la memoria, en el momento
exacto en el que se cierra
una magnolia sedosa
y el silencio irracional
quiebra los cristales de la noche.

Lenguas como caracoles
se arrastran sobre cuerpos en llamas,
silentes olvidos de sangre
sobre desnudos de bronce.

Los rostros son murmullos de carne,
roe sus mejillas la sal del llanto,
máscaras de magnesio que esconden
el secreto del lirio que quiso ser susurro.

Arde el humo de las bocas,
eclipse de luz y sombra,
reino de lo irreal
donde nunca amanece
y los besos no dejan huella,
solo etéreas cicatrices.
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De Delirios y quebrantos (Editorial Cuadranta, 2024)

La náusea

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Obscuros ángeles
devoran rostros
entre las ruinas
del mundo,
cadáveres con pulso
mueren de sobredosis
de absurdo.
Siento el gélido susurro
del diablo de mi hombro,
me promete la luna
en la hora del lobo,
instante helado
donde el hombre
descubre su sepulcro
en lo más hondo
del vulgo,
almuerzo desnudo
de Borroughs.
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De Delirios y quebrantos (Editorial Cuadranta, 2024)

Canciones desde el manicomio

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I

Lánguida estrella con nombre
que ilumina esta triste buhardilla,
humilde pero tierna escarcha
del sueño eterno,
yo sucumbo al misterio
de las flores,
a su nocturno y dulce
temblequeo.

II

Ávido morador
de labios noctívagos,
de besos quebrantados,
de bellos rosales
que sangran manos,
se ha formado
un tornado
en tu delirio,
la noche ha tornado
en el triste soliloquio
de un hombre trastornado.

III

Me pierdo en lo etéreo,
ayeres, susurros y melodías,
la guadaña desnuda sobre el pecho,
en su filo ebrio néctar de ambrosía.

El cuerpo se corrompe, nocturno vulgar,
monumento a la carne, al exceso,
no hay dulce otoño, sacrílego cordero,
para quien toma el cáliz del azahar.

IV

En el vórtice del vacío
los lunáticos
razonan con la luna,
pero solo con
su cara oculta.
Cada trago remite amargura,
maldita lírica la tuya,
desgarra todas mis costuras.

V

¡Veneno de luz y murmullos
que en vida busca mi muerte!
¡Danza macabra de almas ausentes!
¡Clepsidra de licor ardiente!
¡Fervor de náyades!
¡Soledad sangrante de rosales
con sus espinas de orgullo!

VI

Si la desesperanza se ahoga en fiesta,
de la noche, en su trastienda,
beberemos profusa tristeza,
el reloj abrirá su mandíbula con fiereza,
pieles muertas alimentarán presunta belleza
y, entre la maleza,
el vacío encontraremos en cada naturaleza,
un grito lleno de soterrada certeza.

VII

Ardan estas sábanas impías,
ardan las máscaras sobre la mesilla,
arda tu sombra en la hoguera,
arda el cigarrillo hasta quemar mis huellas,
arda de los hombres su destino,
ardan de ideal los sueños, el último suspiro,
ardan mis versos, el vergel de mis delirios.

VIII

Lenguas de fuego,
neblina de ensueño,
liviana carcoma del tiempo,
triste pájaro que duerme
entre dos labios muertos,
piel-seda que se abre alrededor
del esqueleto como alas de cuervo.

IX

Virginales vidrios de eternidad,
suspiros de infinito mar,
sangrantes y místicas alas,
ebrios olvidos de irrealidad,
Vi el mal que asolaba la ciudad
y que a tantos trastornaba
reflejado en el lago sucio de la soledad.

X

Todo lo que hayáis hecho entre tinieblas
a la luz se revelará.
Todo lo que en la noche hayáis susurrado
en el cielo se proclamará.

XI

Amanecer en el éter de un surco eterno-
Cubrir el silencio de lápidas, murciélagos y diptongos-
Arder como fósforo, consumirse como vela-
Oscilar, escéptico, como el nardo frío, el lirio cósmico-
Silenciar el quejido de la brisa, el secreto del olivo-
Ahogarse en la sombra de la espiga, en el eco de un suspiro.
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De Delirios y quebrantos (Editorial Cuadranta, 2024)

Muerte para violonchello

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Buitres de pico corvo entonan
el responso de mi entierro.
Negras azaleas cubren al muerto,
tras los párpados verdes estanques de plomo.
Rompe el crascitar una brisa de agujas y miedos,
sorda carcoma parasita el cuerpo.
De un viejo violonchelo brotan ínfulas de silvestre amapola,
níveo espasmo en el que tu oscuro rostro mora.
Ya no canta el gallo ni al amor ni a la aurora
sino al terror nocturno de la memoria.
En las cuencas profundas del olvido
fulgen tenebrosas misas,
el cisne ya no anhela bellas armonías,
solitario, abate el cuello sobre el perenne
tormento de la ametría.
De vana esperanza y niebla,
en la yerma umbría de mis sauces,
florece sin epitafio una lápida.
El fuego devora mis penas con hambre de vida,
mudo estertor de lira silenciado
por la lumbre en la que arden nuestras retinas.
En vuelo sombrío abandonan los buitres
el corrompido cuerpo de la nostalgia.
¡Nada quedará en pie de esta ni de ninguna
otra iglesia sobre el miedo erigida!
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De Delirios y quebrantos (Editorial Cuadranta, 2024)

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