Desde el aula y la palabra: por una educación crítica y sensible

Escribe | Catalina Villalobos Díaz


Desde el aula y la palabra: por una educación crítica y sensible. Catalina Villalobos. Revista Aullido Literatura Poesía.
Esta reflexión nace desde el cruce entre pedagogía y creación, entendiendo la enseñanza como un acto crítico, sensible y profundamente político. En un contexto que precariza lo educativo, se reivindica el aula como espacio de resistencia, encuentro y posibilidad.

Enseñar y crear no son oficios separados. En mi experiencia, la pedagogía y la labor artística se entretejen como hilos de una misma trama: ambas exigen imaginación, sensibilidad, pensamiento crítico y una profunda responsabilidad ética con el presente que habitamos.

Desde el aula y desde la escritura, intento construir espacios donde el conocimiento no sea imposición, sino encuentro; donde el saber no sea vertical, sino una conversación colectiva que nos transforma.

La pedagogía crítica —inspirada en diversas voces que entienden la educación como una práctica de transformación social— enfrenta hoy desafíos profundos dentro de las instituciones educativas. Pensadoras como Bell Hooks han hablado de enseñar como un acto de amor radical; otros, como Jacques Rancière, cuestionan la autoridad tradicional del saber. Incluso figuras históricas como Gabriela Mistral encarnaron una forma de enseñanza profundamente ética y expresiva.

En el contexto actual, atravesado por la lógica neoliberal, estas perspectivas resultan incómodas: se imponen resultados medibles, planificación estandarizada y eficiencia técnica. ¿Pero dónde queda el asombro?; ¿dónde la pausa, la emoción, la duda fértil? ¿Dónde se permite el silencio que antecede a una buena pregunta?

Como docente y artesana del feminismo, sostengo que enseñar también es un acto de resistencia. Lo es cuando insistimos en que la educación debe ser un espacio que cultive pensamiento crítico y no obediencia; que fomente la comunidad y no la competencia; que valore la emoción como parte legítima del proceso de aprender.

En mis clases y en mi escritura, intento defender el derecho a imaginar otros mundos posibles, a repensar lo que damos por hecho, a incomodar las certezas instauradas.

La escritura literaria ha sido, para mí, una forma de educación profunda. No como transmisión unidireccional de contenidos, sino como posibilidad de compartir memorias, lenguajes, heridas y afectos. Gabriela Mistral, en su doble rol de maestra y poeta, encarnó esa potencia transformadora que aún hoy nos inspira.

Escribir, enseñar, leer juntas: esas son también formas de sanar, de reaprender el mundo, de encender nuevas formas de ver.

Sin embargo, hablar de pedagogía en Chile, donde me hallo, exige una mirada crítica sobre las condiciones materiales en las que trabajamos quienes educamos. La carrera docente ha sido históricamente precarizada. A profesores y profesoras se nos exige pasión, vocación y entrega, pero se nos niega un salario digno, estabilidad laboral y tiempo para investigar, pensar, vivir.

Hay una romantización peligrosa del «amor por enseñar» que justifica políticas miserables con la excusa del sacrificio. Y no: amar lo que uno hace no debería ser incompatible con exigir condiciones justas.

La educación pública ha sido campo de batalla por décadas. Hoy, muchas de esas luchas siguen vigentes. Defender la pedagogía como práctica sensible, colectiva y política no es un gesto menor: es una forma concreta de resistir al vaciamiento neoliberal, de afirmar que otro tipo de escuela —más libre, más humana, más justa— es posible.

Mi apuesta es seguir posicionándome desde ahí: desde el aula y la palabra; desde el cuerpo que enseña y también se deja enseñar; desde la voz que no se resigna a repetir lo impuesto. Porque enseñar, imaginar y resistir no son caminos paralelos. Son, en realidad, un mismo acto de amor radical.

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