Die Wunde Heine

Escribe| Violeta Garrido


Heinrich Heine actúa desde y con el Romanticismo contra el Romanticismo. Sin embargo, no debería hacerse de este enunciado —sobre el que, por otra parte, se ha insistido en diversas ocasiones desde el ámbito académico dedicado a este periodo y a este artista— una lectura simplista centrada en adjudicarle el título de «último romántico» al poeta alemán. Se hace imperioso aquí traer a colación precisamente la distinción que hace Rüdiger Safranski entre el Romanticismo entendido como época y lo romántico en tanto que actitud del espíritu, que ciertamente halló su expresión perfecta en el periodo del Romanticismo pero que no se limita a él[1]. Heine se reconoce a sí mismo en un cierto Romanticismo (el de los «ruiseñores», la herencia de Novalis a la que no quiere renunciar), mientras somete a crítica otros aspectos («no te quejes ya como un Werther / que se consume por Carlota» escribía en La Tendencia).

Las circunstancias personales que vivió y la rueda histórica imparable hacen que parte de la crítica consista en politizar el fenómeno. Y es que, en una fecha tan tardía como 1844, cuando se publica su Alemania. Un cuento de invierno, la burguesía busca consolidarse como clase dominante, se fortalecen los relatos nacionales y están emergiendo los primeros socialismos en Europa: parecía inevitable no tomar partido, ya sea formando parte de la Joven Alemania o trabando amistad con los intelectuales progresistas más lúcidos de su época. Las aspiraciones que Heine manifiesta en dicho texto,tanto en el prólogo como en el caput I, se articulan de manera explícita y entrarían a formar parte de lo que Engels denominó algo más tarde como «socialismo utópico», en oposición al socialismo materialista de tipo científico que él defendía[2]. En las líneas que siguen intentaremos ofrecer un esbozo de la vinculación del poema ya mencionado con las premisas básicas que manejaba la izquierda hegeliana del momento.

Exiliado de su lugar de origen por simpatizar con las tendencias progresistas francesas y lejos de claudicar, Heine utiliza la literatura para reforzarse: no es un traidor ni un espía a sueldo de gobiernos extranjeros —aduce—, sino un patriota que profesa un sincero amor por Alemania (incluso en las composiciones más ácidas y satíricas como Anno 1839). Pero su patriotismo rechaza la condición excluyente y belicosa del nacionalismo de corte puramente chovinista, puesto que el suyo tiene por objeto, fundamentalmente, restituir «la dignidad al pobre pueblo». El carácter marcadamente popular de su concepción patriótica recuerda a la de Herder, quien llega a comparar la nación con un «gran jardín» en el que tienen cabida todos los pueblos de Europa. Ellos, desde luego, no son responsables de la exacerbación absolutamente interesada que más tarde hizo el nacionalsocialismo de sus postulados, pero ambos contribuyen, en cierta medida, a asentar la idea de la unidad cultural de la nación alemana.

En las primeras estrofas del poema, Heine se siente conmovido por el canto triste de una niña alemana. Se trata de la «vieja copla de la resignación», que se convierte en una herramienta para expresar el pesar de una vida rodeada de carestía, y mediante la cual, por cierto, podría establecerse un lejano pero sólido paralelismo con el cante flamenco, cuya potencia poética —al margen de la banalización a la que ha sido sometido posteriormente en España— radica justamente en la «pena», una figura básicamente existencial relacionada con la miseria de las clases populares, como muy bien advirtió en su tiempo García Lorca[3].

Caricatura de Heinrich Heine

Caricatura de Heinrich Heine. Fuente

Frente a esas desgracias, Heine propone una canción alternativa, distinta: la hora de felicidad para el pueblo alemán que está al llegar. Si la moral católica propone la aceptación paciente de los padecimientos del mundo terrenal en aras de una futura vida celestial exenta de sufrimientos, el protestantismo (sobre todo el calvinismo), admitiendo la doctrina de la predestinación, se apresta a edificar ese supuesto reino de los cielos en el presente a través del ejercicio de una vida activa[4]. La declaración de «aquí en la tierra queremos fundar / nosotros el reino de los cielos» que aparece en el Cuento se muestra, por lo tanto, totalmente heredera de la narrativa luterana. La ironía de la situación —si es que puede decirse así— emerge cuando se desvela que quienes pretendieron llevar a cabo las promesas de justicia e iniciar la construcción del imperio celeste en este mundo, con Thomas Müntzer a la cabeza, resultaron brutalmente asesinados por esas autoridades principescas que, de nuevo acudiendo a Heine, «a escondidas bebían vino / y en público predicaban agua». De todas formas, y a unque Max Weber apuntase la importancia ideológica que tuvo la ética protestante para el fortalecimiento del capitalismo y el desarrollo de la razón instrumental[5], los deseos de Heine a este respecto se inscriben sobre todo en el ambiente intelectual propiciado por lo que se ha dado en llamar izquierda hegeliana. En este poema, la edificación del reino celeste en la tierra tiene para Heine (y para otros colegas de esa generación) un sentido encaminado hacia la desalienación de la religión, empleando la terminología de Feuerbach. La actitud de «desdivinización del cielo y divinización del hombre»[6] , predominante en ese círculo, encuentra una síntesis magistral en las primeras páginas de Los hermanos Karamázov:

(…) porque el socialismo no es sólo la cuestión obrera o del denominado cuarto estado, sino que es, ante todo, la cuestión del ateísmo, de la plasmación moderna del ateísmo, es la cuestión de la torre de Babel que se construye precisamente sin Dios no para alcanzar los cielos desde la tierra, sino para hacer bajar los cielos a la tierra[7].

El programa de la izquierda hegeliana, matizado de forma distinta en cada uno de sus representantes, se arma con la dialéctica que hereda del maestro para desenmascarar la religión como poder enajenado y descender de Dios a la realidad de los seres humanos. A Heine le interesan el pan y los guisantes, elementos indispensables para el sostenimiento básico de la vida humana (como lo expresa el famoso verso brechtiano de la Ópera de los dos centavos: «¡comer primero, luego la moral!»). El cielo, colonizado históricamente por Dios, ahora «se lo dejamos / a los ángeles y a los gorriones».

Pero incluso este reclamo a la satisfacción de las necesidades materiales del pueblo no deja de ser sensible, al incluir en ella «también rosas y mirtos, belleza y placer», anticipándose al célebre poema de James Oppenheim Bread and Roses, símbolo por antonomasia de las luchas de las obreras estadounidenses de la industria textil de principios del siglo XX. Se combate por el bienestar material, pero también por la realización individual: «Hearts starve as well as bodies; give us bread, but give us roses!»; o, lo que es lo mismo, se lucha por pasar del reino de la necesidad al reino de la libertad. Así también lo enuncia Heine a su modo.

A pesar de todo ello, ya en su escrito Sobre la historia de la religión y la filosofía, Heine observaba que «Alemania ha manifestado desde siempre una antipatía por el materialismo»[8]. En la Miseria de la filosofía Marx lo satirizaba en una frase: «Si el inglés transforma a los hombres en sombreros, el alemán transforma los sombreros en ideas»[9]. Y eso es lo que después critica Marx en La Ideología Alemana: en su opinión, esa aproximación eminentemente idealista a la realidad es lo que impidió no ya la culminación, sino la mera realización de una revolución burguesa alemana al estilo de la francesa en sus múltiples tentativas (1789, 1830 o 1848).

La parte final del poema, cuando Europa es caracterizada como novia en nupcias con la libertad, revela el clima ideológico dominante del momento: el legado ilustrado de la absoluta fe en el progreso histórico, del cual inclusive el marxismo más «canónico» fue víctima (con aquella popularizada noción de la «necesidad histórica del socialismo», por ejemplo). La crítica pertinente vendría posteriormente con la Dialéctica de la Ilustración. Podría decirse, por tanto, que el socialismo de Heine es romántico —es decir, utópico— en tanto que no identifica claramente las causas del sufrimiento que denuncia y no propone más que consignas generalistas sujetas a la sublimación de un futuro inconcreto. El suyo no es un romanticismo anclado en épocas pasadas (como lo fue el de sus antecesores), sino inquieto y confiado por el futuro. En otras palabras, Heine —antes de su alejamiento final del socialismo— está más vinculado a Bloch y a su principio esperanza que a Benjamin.

El romanticismo de Heine, pues, no se pone en duda, pero, en cierto sentido, su sensibilidad relativa a lo social lo lleva a manejar, al menos, un «concepto no aguado de la Ilustración»[10] y una lírica indiscutiblemente moderna. El lenguaje de Heine es, en el fondo, el lenguaje de un desarraigado que quiere aliviar la aflicción del mundo con su poesía, y con cuya lectura no estamos sino recreando ante nuestros ojos ese tiempo en el que el pueblo tenía mucho que ganar (y que aprender) y donde aún todo estaba por hacer. Hacer arqueología de la obra poética de Heine significa, entonces, acercar lo alemán a una escala humana, conociendo su génesis y sus contradicciones. Por eso, para nosotras, Heine no es ya nunca más Heine en sí mismo, sino, como decía Adorno, «Die Wunde Heine» [La herida Heine].


[1] Safranski, R. (2009). Romanticismo: una odisea del espíritu alemán. Barcelona: Tusquets, p. 14.

[2] Véase Engels, F. (1880). Del socialismo utópico al socialismo científico. Disponible en: https://www.marxists.org/espanol/m-e/1880s/dsusc/

[3] Véase, por ejemplo, la conferencia Teoría y juego del duende, de Federico García Lorca (Buenos Aires, 1933), disponible en: http://usuaris.tinet.cat/picl/libros/glorca/gl001202.htm

[4] Tenenti, Alberto (2011). La Edad Moderna. XVI-XVII. Barcelona: Crítica, p. 88.

[5] Véase Weber, Max (1969). La ética protestante y el espíritu del capitalismo. Barcelona: Península.

[6] Safranski, R., op. cit., p. 227.

[7] Dostoievski, Fiodor. (2012). Los hermanos Karamázov. Barcelona: RBA, p. 54.

[8] Heine, Heinrich. (2008). Sobre la historia de la religión y la filosofía en Alemania. Madrid: Alianza, p. 108.

[9] Marx, Karl (2004). La miseria de la filosofía. Madrid: Editorial Edaf, p. 195.

[10] Adorno, T. W. (2003). Notas sobre literatura. Madrid: Akal, p. 95.


Bibliografía|

Adorno, T. W. (2003). Notas sobre literatura. Madrid: Akal.

Dostoievski, Fiodor (2012). Los hermanos Karamázov. Barcelona: RBA.

Heine, Heinrich (1844). “Prólogo a la primera edición alemana, 1844”;“CaputI”. En Heine, Heinrich (1844). Alemania. Un cuento de invierno. (pp. 9-12 y pp. 16-23). Madrid: Hiperión. (2008).

Sobre la historia de la religión y la filosofía en Alemania. Madrid: Alianza.

Marx, Karl (2004). Miseria de la filosofía. Madrid: Ediciones Edaf.

Safranski, Rüdiger (2009). Romanticismo: una odisea del espíritu alemán. Barcelona: Tusquets.

Tenenti, Alberto (2011). La Edad Moderna. XVI-XVII. Barcelona: Crítica.

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