Dos textos de «Las palabras nunca están ahí cuando las necesitas», recopilación de ensayos de Ingmar Bergman
Ingmar Bergman (Upsala, 1918–Fårö, 2007) es uno de los cineastas más relevantes del siglo XX, considerado por muchos el autor más original del cine moderno europeo por películas como Fresas salvajes (1957), El séptimo sello (1957), Persona (1966), Gritos y susurros (1972), Sonata de otoño (1978) o Fanny y Alexander (1982).
Merecedor de numerosos galardones (entre los que figuran tres Óscar, el Oso de Oro del Festival Internacional de Berlín, el León de Oro del de Venecia y seis premios en Cannes), cuenta en su haber con más de 60 películas escritas o dirigidas y 170 producciones teatrales que han eclipsado a los más de cien libros o artículos de los que es autor.
Los guiones de sus propias películas, pero también obras de teatro, cuentos, cartas, diarios, artículos, ensayos y novelas forman parte de esta bibliografía (cuya mayor parte se encuentra inédita), que da cuenta de una de las primeras vocaciones de Bergman: la de escritor.
Con anterioridad, la editorial Fulgencio Pimentel ha publicado parte de la obra literaria de Ingmar Bergman con Mis padres. Trilogía familiar compuesta por los volúmenes La buena voluntad (2021), Niños de domingo (2021) y Confesiones privadas (2024).
A partir de esta semana el mismo sello ha puesto en circulación Las palabras nunca están ahí cuando las necesitas (2025), volumen en el que se recopila la obra ensayística de Bergman, de la que resultan tan vigentes como universales sus asuntos, con traducciones revisadas en consonancia con el tiempo presente, con cubiertas ilustradas por Manuel Marsol, además de la decidida voluntad de devolver y descubrir tanto a los amantes de la literatura como a los admiradores del cineasta sueco una pieza fundamental para comprender la totalidad de su obra.
En esta entrega os traemos la «Nota preliminar» de Las palabras nunca están ahí cuando las necesitas (Fulgencio Pimentel, 2025) firmada por los editores de la recopilación, así como el ensayo «La piel de serpiente se llena de hormigas» de Ingmar Bergman, escrito en 1965.
Nota preliminar de Las palabras nunca están ahí cuando las necesitas
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Además de sus celebradas novelas de madurez y sus libros de memorias, obras de teatro, cartas, cuadernos de trabajo, diarios, guiones y argumentos, la producción literaria de Ingmar Bergman comprende alrededor de un centenar de ensayos y artículos de los que este libro aspira a ser una selección definitiva.
. En el texto más antiguo del volumen, encontramos a un Ingmar Bergman adolescente en su pupitre del instituto Palmgrenska, enfrascado en la pregunta sobre Selma Lagerlöf de su examen de Sueco; el más reciente es una introducción para el guion nunca terminado de la película El pez. Farsa cinematográfica, publicado en la revista Aura en 1998; en ese momento, Bergman tiene 80 años y vive recluido en Fårö, aunque todavía despliega una gran actividad en el Dramaten y el Teatro Radiofónico, y acaba de terminar el guion de Infiel, que Liv Ullmann llevará al cine dos años después. A lo largo de las seis décadas que hay entre uno y otro texto, Bergman ha pasado de ser un joven interesado en el cine y el teatro, culto y con algunas ambiciones literarias, a convertirse en uno de los cineastas y directores teatrales más influyentes e icónicos de la historia y en el autor de una extensa obra escrita que empieza a encontrar un eco a la medida de su valía.
. Ya fuera por encargo, por oficio o por propia iniciativa, Bergman había descubierto muy pronto en el ensayo breve un ejercicio que se adaptaba singularmente bien a su temperamento observador e inquieto, y se sumergió con naturalidad en las preocupaciones fundamentales de su quehacer artístico con considerables soltura y agudeza lógica. Al igual que en su obra narrativa y en los relatos iniciales de sus películas, prescindió sin miramientos de la excesiva meticulosidad del estilo a cambio de mantener la frescura de sus intuiciones y un lenguaje colorista que evoca ambientes y situaciones con gran precisión sensual.
. No le serán ajenos los giros audaces ni las opiniones tajantes, lo que convierte en memorables muchos de sus exabruptos. Por momentos distinguimos la influencia de algunos de sus escritores favoritos, como August Strindberg y Hjalmar Bergman. Sorprendentemente —o no tanto— frente al tópico que lo retrata como un director tiránico y lúgubre, interesado casi exclusivamente por cuestiones existenciales, el humor brota en sus textos sin cesar, si bien unas veces de manera brutal, intempestiva, y otras apenas perceptible, rodeado de sutilezas y sobrentendidos.
. Las distintas secciones de este volumen se solapan por razones obvias, pero son siempre testimonio de las diferentes cuestiones de orden vital, profesional y espiritual que constituyeron el núcleo de la búsqueda artística del autor. Como era de esperar, los textos regresan una y otra vez al asombro sentido por el Bergman niño ante la pantalla. El cine como invento mágico es por eso un motivo recurrente, tanto como las evocaciones de sus padres y los descubrimientos en la casa de su abuela, en Upsala. Otros textos se asoman a su carrera teatral, que lo convirtió en el responsable de los principales teatros de su país, en pasajes tan llenos de tensión y amargura como de expresiones de amor al arte escénico y al trabajo con los actores, quienes, a su vez, protagonizan algunos de los textos más bellos del volumen. Rescatamos también una muestra de su casi desconocida labor juvenil como crítico cinematográfico y alguna de sus más tempranas vivencias como espectador teatral.
. Publicados en buena parte del mundo a partir de los años sesenta, los tratamientos de guion de Bergman son con frecuencia obras literarias terminadas, a menudo magistrales, y presentan la forma de un relato en prosa o de una nouvelle. Dichos textos incluyeron casi siempre un prólogo del propio autor, dirigido —al menos, en origen— a sus colaboradores. Varios de los prólogos seleccionados para este volumen fueron publicados junto con los respectivos relatos, mientras que otros solo existían en su forma manuscrita. Entre estos últimos, quizá el menos conocido es también el que más enciende la imaginación: nos referimos al del guion inédito de la frustrada adaptación cinematográfica de la opereta de Franz Lehár La viuda alegre. Por desgracia, el productor Dino de Laurentiis nunca llegó a reunir el capital necesario para realizar el proyecto, a pesar de que se barajaron nombres tan sonoros como el de Barbra Streisand para el papel protagonista.
. Es importante señalar la presencia de los dos textos más difundidos de Bergman acerca del arte y el oficio cinematográficos: el seminal «Hacer cine», de 1955, y el extraordinario —y fundamental para comprender al autor— «Cada película es mi última película», de 1959. Es, precisamente, el arco temporal que va de Sonrisas de una noche de verano a El manantial de la doncella, puntuado por El séptimo sello y Fresas salvajes; o, lo que es lo mismo, la serie de películas que lo convirtieron en el director más aclamado del mundo.
. Resulta difícil pasar por alto la abundante presencia de autoficciones entre sus escritos, lo que deja entrever la obsesión temática por la propia imagen de Bergman. El ejemplo más claro son las numerosas entrevistas ficticias que el autor se hizo a sí mismo a lo largo de toda su vida profesional. Entre los seudónimos utilizados para caracterizar a sus entrevistadores figura el del crítico francés y antagonista de nuestro autor Ernest Riffe, quien le da a Bergman la oportunidad de desplegar todo su sarcasmo acerca de la crítica y la irritante tendencia de esta a especular sobre las supuestas derivas políticas y religiosas de sus víctimas.
. No obstante, Bergman nunca fue exageradamente activo en el debate público. Las contadas ocasiones en que se pronunció fueron aquellas en las que él o su obra eran objeto de escarnio o en las que se creyó obligado a oponerse activamente a alguna medida que afectaba directa o indirectamente a su ámbito de trabajo. Eso no fue óbice para que, casi sin excepción, las películas de Bergman provocaran encendidos debates en la prensa: venía siendo así desde Tortura, el primer guion cinematográfico del autor, cuando diversas voces de la prensa se preguntaron si aquello podía considerarse realmente un reflejo de lo que ocurría en los institutos suecos; Bergman contestó en esa ocasión con el texto titulado «Un cuchillo en un grano de pus». Tres décadas más tarde, diversos escritos le servían para comentar las circunstancias de su exilio voluntario en Alemania. Seis años después de aquella espantada, el autor regresaría a Suecia para cerrar su etapa fílmica con Fanny y Alexander y centrarse en el proyecto narrativo que terminaría dando a luz la etapa más importante de su obra literaria, la compuesta por los volúmenes autobiográficos Linterna mágica (1987) e Imágenes (1990) y las novelas La buena voluntad (1991), Niños de domingo (1993) y Confesiones privadas (1996). Antes de que esos títulos dieran la medida de su estatura como escritor, los ensayos presentes en este volumen sirvieron a su autor de vivero y caseta de tiro, y hoy nos permiten observar la lenta pero durable formación de una identidad biográfica inseparable de la artística que el propio autor despachaba así en un borrador inédito de Linterna mágica: «Un viejo mártir inveterado y mentiroso compulsivo que jamás ha dudado en darle a la realidad la forma que pensaba que exigía en cada momento».
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. Los editores
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De Las palabras nunca están ahí cuando las necesitas (Fulgencio Pimentel, 2025)
«La piel de serpiente se llena de hormigas»
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La creación artística siempre se ha manifestado en mí como un hambre. He constatado esta necesidad con alguna satisfacción, pero a lo largo de mi vida consciente nunca me he preguntado por qué ni de dónde surgía esta hambre exigiendo satisfacción. Solo ahora, en los últimos años, cuando ha empezado a disminuir y se ha transformado en otra cosa, he sentido la necesidad de profundizar en las causas de mi «actividad artística».
. Un recuerdo muy temprano de infancia es mi deseo permanente de llamar la atención de los demás hacia lo que hacía, ya fuera la destreza en el dibujo, el arte de golpear una pelota contra una pared o mis primeras brazadas nadando. Sentía una gran necesidad de fijar la atención de los adultos en esas manifestaciones de mi existencia en el mundo de los sentidos. Pero el interés que mostraban por ellas nunca conseguía saciarme. De modo que, cuando la realidad resultó insuficiente, empecé a fantasear. Muy pronto, me dediqué a entretener a los de mi edad con inauditas historias sobre toda suerte de secretas hazañas. Eran mentiras incómodas que indefectiblemente se desmontaban contra el sobrio escepticismo del entorno. Decepcionado, acabé rehuyendo toda compañía y me guardé mi mundo de sueños para mí.
. El crío ávido del contacto con los demás y poseído por la fantasía se había transformado con asombrosa rapidez en un soñador herido, astuto, suspicaz.
. Pero un soñador no es un artista. Solo lo es en sus sueños.
. La necesidad de que la gente me escuchara, de corresponderla, de sentir el calor de un grupo, persistía y se iba haciendo más fuerte a medida que la prisión de la soledad se cerraba en torno a mí. Es evidente que la cinematografía fue mi medio de expresión.
. El cine me permitiría hacerme entender en un idioma que iba más allá de los dones de la palabra —del que carecía—, la música —que no dominaba— y la pintura —que me dejaba indiferente—.
. Tenía ante mí la posibilidad de relacionarme con mi entorno en un idioma que me permitía hablar de alma a alma, casi con voluptuosidad, y en unos términos que escapaban al control intelectual.
. Con toda el hambre contenida del niño, me lancé sobre ese medio y, durante veinte años, incansablemente y bajo una especie de furor, trasmití sueños, fantasías, ataques de locura, vivencias de los sentidos, neurosis, crisis de fe y puras mentiras. Mi hambre siempre ha sido nueva. El dinero, la fama y el éxito llegaron sorpresivamente y, en el fondo, fueron consecuencias indiferentes a mis avatares.
. A pesar de lo dicho, no subestimo lo que hice. Creo que tuvo —que tal vez tiene— su importancia. Lo reconfortante para mí es que puedo ver el pasado bajo una luz nueva, menos romántica. El arte entendido como fuente de autocomplacencia puede, naturalmente, alcanzar cierta relevancia. Sobre todo para el artista…
. La situación hoy es menos complicada, menos interesante; sobre todo, menos sugestiva.
. Si quiero ser completamente sincero, tengo que decir que experimento el arte (no solo el arte cinematográfico) como un asunto sin importancia.
. Literatura, pintura, música, cine y teatro se engendran y nacen solos. Nuevas mutaciones, nuevas combinaciones surgen y se destruyen. Desde fuera, la actividad parece frenética: es la grandiosa pasión de los artistas por proyectar para sí mismos y para un público cada vez más distraído imágenes de un mundo que ya no les pregunta lo que opinan ni lo que piensan. En unos pocos círculos de poder se castiga a los artistas, el arte se considera peligroso y digno de ser redirigido o asfixiado; en general, sin embargo, el arte es libre, desvergonzado, irresponsable y, como he dicho, el movimiento es intenso, casi febril, semejante a una piel de serpiente llena de hormigas. La serpiente ya está muerta desde hace mucho tiempo, consumida, despojada de su veneno, pero la piel se mueve, palpita, llena de insolente vida.
. Si ahora constato que yo vengo a ser una de esas hormigas, tengo que preguntarme también si tengo algún motivo para continuar moviéndome. La respuesta es que sí. La tengo a pesar de que miro el teatro como una vieja y querida amante, ya marchita; a pesar de que creo —y muchos lo creen conmigo— que el lejano oeste es mucho más estimulante que Antonioni o Bergman; a pesar de que la nueva música todo lo más que nos ofrece es un enrarecimiento matemático del aire; a pesar de que la pintura y la escultura se esterilizan a sí mismas y languidecen en su propia libertad paralizadora; a pesar de que la literatura se ha transformado en un pétreo cúmulo de palabras carentes de información y de peligro.
. Se da el caso de que hay poetas que no escriben versos porque viven sus vidas como poemas. Hay actores que no actúan, pero interpretan sus vidas como dramas extraordinarios. Hay pintores que no pintan, se conforman con cerrar los ojos y, en el interior de sus párpados, evocan las visiones más hermosas. Hay cineastas que viven en sus filmes y no malgastarían jamás su talento en materializarlos. Del mismo modo, creo que la gente hoy puede permitirse rechazar el teatro porque vive en medio de un drama que estalla sin cesar en tragedias locales. No necesita la música porque sus oídos son bombardeados cada minuto por huracanes de sonido en los que se alcanza y se supera el umbral del dolor. No necesita crear, porque la nueva concepción del mundo ha transformado a las personas en animales funcionales, sujetos a problemas metabólicos interesantes, sí, pero inservibles para que germine la poesía.
. El ser humano —lo digo tal y como yo me siento a mí mismo y siento mi entorno— se ha liberado, es vertiginosamente libre. La religión y el arte se mantienen con vida por razones sentimentales, como una cortesía convencional hacia el pasado, como una benévola atención hacia los cada vez más nerviosos ciudadanos del tiempo libre.
. Sigo hablando de mi visión subjetiva. Estoy convencido de que otros sostienen una opinión más equilibrada y objetiva. Si me paro a considerar todo este aburrimiento y, a pesar de todo, afirmo que quiero seguir haciendo arte, es por una razón muy sencilla. (Dejo a un lado lo puramente material).
. Esa razón es la curiosidad, una infinita y nunca saciada, siempre renovada, insoportable curiosidad, que me empuja hacia delante, que no me da sosiego, que sustituye completamente el hambre de comunidad, de pertenencia, y de tiempos pasados.
. Me veo como alguien que, tras muchos años preso, cayera de repente y dando tumbos en la ruidosa, crepitante, estrepitosa vida civil. Me atenaza una curiosidad indomable. Miro, observo, soy todo ojos. Todo me resulta irreal, fantástico, aterrador o ridículo.
. Capto un grano de materia al vuelo, ¿tal vez es una película? Qué importancia puede tener ahora; ninguna, pero a mí me interesa, así que es una película. Deambulo con ese objeto capturado con mis propias manos y me siento alegre o quizás melancólicamente ocupado. Me apretujo junto a las otras hormigas. Hacemos un trabajo colosal. La piel de serpiente vibra.
. Esta y solo esta es mi verdad. No pido que lo sea para nadie más. Naturalmente, como consuelo para la eternidad, presenta muy poco valor, pero como fundamento y piedra de apoyo de mi actividad artística durante unos cuantos años venideros es más que suficiente; al menos, lo es para mí.
. Ser artista por y para uno mismo no siempre es tan placentero, pero a cambio presenta una ventaja fenomenal: el artista comparte su circunstancia con todos y cada uno de los seres vivos, que solo existen por y para sí mismos. En conjunto, es probable que formemos una gran hermandad, que existe de esta manera en egoísta comunidad, sobre esta tierra cálida y sucia, bajo un cielo frío y vacío.
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De Las palabras nunca están ahí cuando las necesitas (Fulgencio Pimentel, 2025)

