Poemas de año nuevo

Escribe y traduce los poemas del inglés | David Marroquí Newell


Poemas de año nuevo poemas navideños. Revista Aullido Literatura Poesía.

Ya ha pasado. El último petardo ha resonado en la distancia, el último brindis ha quedado atrás, y las luces, poco a poco, van apagando su efervescencia. Enero ha llegado con su luz fría y diáfana, mañanas ajetreadas y sus calles que, despojadas del oropel, respiran de nuevo con el ritmo pausado del invierno verdadero y, como ya hicimos anteriormente con nuestros poemas navideños, queremos ahora hacer lo propio para celebrar año nuevo. Por ello, os hemos preparado una selección de poemas de año nuevo para celebrar la entrada del año con buen pie, ya sea el derecho o el izquierdo, depende de si uno es diestro o zurdo.

Es en este interludio, en este puente suspendido entre el adiós y el bienvenido, donde el tiempo parece detenerse a hacer balance. El aire ya no huele a castañas y pólvora, sino a limpio, a horizonte por estrenar. Es el momento de guardar las esferas del árbol, de doblar el papel de regalo, y de quedarse ante la ventana, con una taza caliente entre las manos, mirando el año nuevo que se extiende, vasto y callado, ante nosotros.

Terminan, quizás, las dos semanas más poéticas de todo el año, dejando un espacio lleno de potencial. Es el ruido de fondo de los propósitos que aún son sueños ligeros y de la tranquilidad que sigue a la celebración.

Porque los propósitos de enero son como esas semillas que descansan bajo la tierra firme del invierno: invisibles aún, pero cargadas de la geometría de un brote futuro. No se trata de romper con lo vivido, sino de entablar un diálogo nuevo con el tiempo, de permitir que ciertas cosas caigan con las hojas viejas y que otras, lentamente, alcen el vuelo desde el interior. Este año, quizás, el único propósito verdadero sea aprender a escuchar el ritmo propio entre el silencio y el ruido, y atreverse a trazar, día a día, el mapa de una geografía más propia y serena.

Por eso, para acompañar estos primeros días del nuevo año, queremos ofrecer una selección distinta de versos. Son poemas sobre la luz tenue del amanecer invernal, sobre la huella en la nieve virgen, sobre el valor de volver a empezar y la belleza melancólica de lo que se queda atrás. Son poemas que hablan del tiempo y del corazón; del lento y necesario morir y renacer de las cosas.

Encontrarás voces que susurran sobre la esperanza que se construye en la quietud, sobre la fortaleza que nace de la introspección y sobre esa paz peculiar que solo se encuentra cuando el mundo se detiene a tomar aliento.

Para estas tardes largas de enero, para ese primer café en la tranquilidad recuperada, guarda estos versos. Que sean la compañía silenciosa y el faro sutil para los primeros pasos del año.

 

Mira, no pido mucho,
solamente tu mano, tenerla
como un sapito que duerme así contento.
Necesito esa puerta que me dabas
para entrar a tu mundo, ese trocito
de azúcar verde, de redondo alegre.
¿No me prestas tu mano en esta noche
de fin de año de lechuzas roncas?
No puedes, por razones técnicas. Entonces
la tramo en el aire, urdiendo cada dedo,
el durazno sedoso de la palma
y el dorso, ese país de azules árboles.
Así la tomo y la sostengo, como
si de ello dependiera
muchísimo del mundo,
la sucesión de las cuatro estaciones,
el canto de los gallos, el amor de los hombres.

Julio Cortázar

 

Vamos a comenzar nuestros poemas con algunas peticiones; pero en esta noche de lechuzas y promesas roncas, Cortázar no pide el año nuevo ni brindis, ni campanadas, sino una mano. Sólo una mano. Esa geografía íntima donde el mundo se le volvía puerta, azúcar verde, redondo alegre. El poema suspira con un «no, por razones técnicas» que sabe a distancia, tal vez a olvido. Entonces él, hechicero de lo invisible, trenza el aire e hila cada dedo con madeja de luna, moldea la palma como un durazno recién nacido y pinta en el dorso un país de árboles azules donde antes sólo había noche.

Así, en su cuarto, mientras afuera estallan los cohetes y los abrazos de extraños, él cierra los ojos y la sostiene como quien sostiene el eje del mundo. Porque de este acto de amor imaginario dependen las estaciones, el canto de los gallos, el amor entero de la humanidad. Su feliz año nuevo es un conjuro dulce y triste que construye a cada campanada con la única materia que la ausencia no puede robarle: la memoria.

What can be said in New Year rhymes,
That’s not been said a thousand times?

The new years come, the old years go,
We know we dream, we dream we know.

We rise up laughing with the light,
We lie down weeping with the night.

We hug the world until it stings,
We curse it then and sigh for wings.

We live, we love, we woo, we wed,
We wreathe our brides, we sheet our dead.

We laugh, we weep, we hope, we fear,
And that’s the burden of the year.

Ella Wheeler Wilcox

¿Qué puede decirse en rimas de Año Nuevo,
Que no se haya dicho ya mil veces?

Llegan los años nuevos, se van los viejos,
Sabemos que soñamos, soñamos que sabemos.

Nos levantamos riendo con la luz,
Nos acostamos llorando con la noche.

Abrazamos al mundo hasta que escuece,
Luego lo maldecimos y por alas suspirando.

Vivimos, amamos, cortejamos, desposamos,
Enguirnaldamos nuestros orgullos, amortajamos a nuestros muertos.

Reímos, lloramos, esperamos, tememos,
Y esa es la carga de un año.

Ella Wheeler Wilcox

 

Hay algo que duele y a la vez consuela en la vieja verdad que Ella Wheeler Wilcox teje en estos versos: que el Año Nuevo no es un umbral hacia lo desconocido, sino un espejo que nos devuelve, una y otra vez, nuestro propio rostro mutable. El año nuevo, que debería llegar con promesas frescas, lo hace más bien con el eco de todo lo que ya hemos vivido. Somos criaturas de ritmo y contradicción: nos despertamos entre risas bañadas por el alba, y al anochecer, el mismo corazón que albergaba la luz se convierte en un puño húmedo de lágrimas. Abrazamos este mundo con un ardor tan feroz que termina quemándonos, y entonces, entre el humo del desencanto, suspiramos por unas alas imaginarias que nos lleven a ninguna parte.

Vivimos, amamos, tejemos coronas para nuestros frágiles orgullos y, con la misma manos, alisamos la sábana última sobre lo que se nos fue. Es este latido doble, esta danza de opuestos entre la esperanza y el miedo, entre la unión y la pérdida, es lo que marca el compás de nuestros días. Cuando el año agota su aliento, nos deja el peso sereno y familiar de haber estado vivos. Este poema de año nuevo es un recordatorio de que estamos hechos de claroscuros, y que en ese eterno retorno reside, quizás, nuestra única y verdadera permanencia.

The rain this morning falls
on the last of the snow
and will wash it away. I can smell
the grass again, and the torn leaves
being eased down into the mud.
The few loves I’ve been allowed
to keep are still sleeping
on the West Coast. Here in Virginia
I walk across the fields with only
a few young cows for company.
Big-boned and shy,
they are like girls I remember
from junior high, who never
spoke, who kept their heads
lowered and their arms crossed against
their new breasts. Those girls
are nearly forty now. Like me,
they must sometimes stand
at a window late at night, looking out
on a silent backyard, at one
rusting lawn chair and the sheer walls
of other people’s houses.
They must lie down some afternoons
and cry hard for whoever used
to make them happiest,
and wonder how their lives
have carried them
this far without ever once
explaining anything. I don’t know
why I’m walking out here
with my coat darkening
and my boots sinking in, coming up
with a mild sucking sound
I like to hear. I don’t care
where those girls are now.
Whatever they’ve made of it
they can have. Today I want
to resolve nothing.
I only want to walk
a little longer in the cold
blessing of the rain,
and lift my face to it.

Kim Addonizio

La lluvia de esta mañana cae
sobre los últimos restos de nieve

y la lavará. Puedo oler otra vez
la hierba, y las hojas desgarradas

que se depositan suavemente en el barro.
Los pocos amores que se me ha permitido

conservar aún duermen
en la Costa Oeste. Aquí en Virginia

cruzo los campos con solo
unas pocas vaquillas como compañía.

De huesos anchos y tímidas,
son como las chicas que recuerdo

de la secundaria, que nunca
hablaban, que mantenían la cabeza

baja y los brazos cruzados sobre
sus nuevos pechos. Esas chicas

ya rondan los cuarenta. Como yo,
a veces deben quedarse

de pie frente a una ventana tarde en la noche, mirando
un patio trasero silencioso, una

silla de jardín oxidada y los muros puros
de las casas de otros.

Deben acostarse algunas tardes
y llorar con fuerza por quien solía

hacerlas más felices,
y preguntarse cómo sus vidas

las han llevado
tan lejos sin ni una sola vez

explicar nada. No sé
por qué camino aquí fuera

con mi abrigo oscureciéndose
y mis botas hundiéndose, saliendo

con un suave sonido de succión
que me gusta oír. No me importa

dónde están esas chicas ahora.
Lo que hayan hecho de ello

pueden quedárselo. Hoy no quiero
resolver nada.

Solo quiero caminar
un poco más en la fría

bendición de la lluvia,
y alzar mi rostro hacia ella.

Kim Addonizio

 

Hay un instante en el año en que el mundo parece vacilar entre lo que se va y lo que todavía no es. Kim Addonizio lo captura cuando la lluvia de enero lava con suavidad implacable las últimas huellas del invierno. Ese olor a tierra desnuda que deja esta lluvia es el que nos devuelve, siempre, a nosotros mismos. La soledad del paseo entre vaquillas tímidas desencadena un recuerdo vívido de la adolescencia y proyecta sus vidas hacia el presente, imaginándolas, como ella, enfrentando noches de insomnio y la perplejidad de una vida que avanza sin ofrecer explicaciones. Ellas, con sus cuerpos nuevos y torpes, son espejos de un tiempo remoto: el de las muchachas que eran, cruzadas de brazos sobre el asombro y el miedo de existir.

Frente a la presión de hacer balance o proponerse cambios, la poeta elige una resistencia serena: no quiere resolver nada. Encuentra consuelo en la simple permanencia dentro del momento frío y lluvioso, en la sensación física de las botas hundiéndose en el barro y en el gesto de alzar el rostro para recibir la lluvia. La vida no nos ha dado explicaciones, solo nos ha traído hasta aquí. Es un poema sobre llevar el peso del pasado y aun así encontrar una paz precaria y activa en la aceptación del presente, en caminar sin un destino claro bajo la «bendición» de lo que simplemente es.

 

Un año más sus pasos apresura;
un año más nos une y nos separa;
un año más su término declara
y un año más sus límites augura.

Un año más diluye su amargura;
un año más sus dones nos depara;
un año más, que con justicia avara
meció una cuna, abrió una sepultura.

¡Oh! dulce amigo, cuya mano clara
en cifra de cariño y de ternura
la mía tantas veces estrechara!

Un año más el vínculo asegura
de su noble amistad, alta y preclara.
¡Dios se lo otorgue lleno de ventura!

Salvador Novo

 

Hay años que pasan como hojas arrastradas por el viento y otros que dejan su peso de luz o de sombra en el alma. Salvador Novo siente que cada año que se va es un paso que nos acerca y nos aleja a la vez, una paradoja que se mece al son del tiempo con la misma mano que entreabre sepulturas. Al leer a Salvador no puedo evitar sentir esa amargura que se diluye lentamente como azúcar en el café de la tarde, y esos dones imprevistos que el tiempo depara con mezquindad y generosidad a partes iguales.

Aquí urge la mano clara de un amigo en la que puedo encontrar ese puente que no se lo lleva la corriente. La amistad es ese vínculo, alto y preclaro, que no lo desgasta el calendario; sino que al contrario, cada año que cae es un nudo más que lo asegura. Por eso hoy, frente a lo que viene, no puedo hacer más que pedir pido más que pedir a la ventura que esa mano te alcance plena y serena, al igual que la luz se posa sin prisa en el umbral de la tarde. Que te sea otorgada simplemente porque existes.

I drop the dying year behind me like a shawl
and let it fall. The urgent fireworks fling themselves
against the night, flowers of desire, love’s fervency.
Out of the space around me, standing here, I shape
your absent body against mine. You touch me as the giving air.

Most far, most near, your arms are darkness, holding me,
so I lean back, lip-read the heavens talking on in light,
syllabic stars. I see, at last, they pray at us. Your breath
is midnight’s, living, on my skin, across the miles between us,
fields and motorways and towns, the million lit-up little homes.

This love we have, grief in reverse, full rhyme, wrong place,
wrong time, sweet work for hands, the heart’s vocation, flares
to guide the new year in, the days and nights far out upon the sky’s
dark sea. Your mouth is snow now on my lips, cool, intimate, first kiss,
a vow. Time falls and falls through endless space, to when we are.

Carol Ann Duffy

Dejo caer el año que muere tras de mí como un chal
y lo dejo caer. Los urgentes fuegos artificiales se lanzan
contra la noche, flores del deseo, fervor del amor.
Del espacio a mi alrededor, aquí de pie, moldeo
tu cuerpo ausente contra el mío. Me tocas como el aire dadivoso.

Lo más lejano, lo más cercano, tus brazos son oscuridad, sosteniéndome,
así me inclino hacia atrás, leo en labios el cielo hablando sin cesar con luz,
estrellas silábicas. Veo, al fin, que rezan por nosotros. Tu aliento
es el de la medianoche, vivo, en mi piel, a través de las millas entre nosotros,
campos y autopistas y pueblos, el millón de pequeños hogares iluminados.

Este amor que tenemos, dolor invertido, rima perfecta, lugar equivocado,
momento equivocado, dulce labor para las manos, vocación del corazón, se enciende
para guiar al año nuevo, los días y las noches lejos, sobre el mar
oscuro del cielo. Tu boca es nieve ahora en mis labios, fría, íntima, primer beso,
un voto. El tiempo cae y cae por el espacio sin fin, hasta cuando estemos.

Carol Ann Duffy

 

Dejar caer el año viejo como un chal que se desliza de los hombros hacia el olvido. Afuera, el cielo estalla en un ansia de colores, un deseo efímero que nos recuerda que la vida es un suspiro. Y aquí, en la quietud, nos inventamos. El aire se vuelve en las manos amadas y la oscuridad en su contorno; un cuerpo hecho de recuerdo y anhelo que se ciñe con más verdad que la realidad. Lejos, siempre cerca. Así, Carol Ann Duffy captura la soledad íntima de una noche de celebración global, transformándola en un acto de amor y creación. En el instante preciso en que el año muere y nace el nuevo, utiliza la quietud para conjurar la presencia física de quien está lejos.

De esta forma, los fuegos artificiales y las estrellas, que para todos son espectáculo, se vuelven para ella un lenguaje privado: sílabas de luz que parecen rezar por su unión. Es el oficio de las manos de la poeta, la llamada fija del corazón. El poema define ese amor como una paradoja donde la ausencia duele, pero esa misma herida es la prueba y el sustento del sentimiento. El tiempo cae inexorable con la esperanza de un futuro esperado: «hasta cuando estemos». La despedida del año se convierte, entonces, en un acto de fe en que el amor es más fuerte que el calendario y la distancia.

 

Esta noche los Reyes olvidarán tus señas.
No habrá ninguna estrella que brille sobre ti.
Y tal vez solo puedas escuchar el aullido
ronco de la ventisca, como en los viejos tiempos.
Descargarás la sombra de tus hombros cansados
y apagarás la vela, justo antes de dormir.
Porque este calendario tiene muchas más noches
que velas disponibles.

¿Qué es esto? ¿La tristeza? Quizás sea la tristeza.
Esa vieja canción que sabes de memoria.
Que se va repitiendo. Deja que se repita.
Y déjala que vuelva a suceder de nuevo.
Y que suene también en la hora de la muerte.
Como agradecimiento de los ojos y labios
hacia aquello distante que a veces nos obliga
a entrenar la mirada.

Y contemplando el techo, te quedas en silencio:
el calcetín, colgado, exhibe su vacío.
Entiendes finalmente que tanta mezquindad
es solo garantía de que te has hecho viejo.
Que es demasiado tarde para creer en milagros.
Y al alzar tu mirada hacia el oscuro cielo
de pronto te das cuenta de que hoy el más sincero
regalo eres tú mismo.

[1965]

Joseph Brodsky

 

En la fría antesala de un año nuevo, Brodsky teje una meditación sobre la soledad. Es la noche en que ya no llegan los Reyes ni brilla estrella alguna; solo queda el cansancio que se descarga como una sombra. En un día como este, la tristeza se reconoce como una vieja canción que te alegró en algún remoto día y que, de aceptarse, afinará tu mirada. El mundo no es más que un calcetín vacío, a la cuenta de noches que superan las velas, a la certeza de que los milagros han dejado de creer en nosotros. Dulce paradoja esa, la de un milagro que ha dejado de creer.

Pero en este poema podemos encontrar una revelación: el regalo más verdadero y sincero eres tú mismo. Sin consuelo ni magia en el horizonte, solo la presencia propia es el único y último don en la vastedad del frío. Es la austera epifanía de alguien que, habiendo pasado la mitad de sus días, encuentra en su propia mirada entrenada por el tiempo, el único reflejo que perdura.

Con esto terminamos. No podía ser menos que con esperanza y una pica de sabiduría y verdad universal. Por supuesto, amigo y amiga lectora, te deseamos un año nuevo lleno de palabras que te alcancen, de silencios elocuentes y de la serena valentía para llenar, a tu ritmo, el lienzo en blanco que hoy empieza.

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