Persecución y muerte de un éxtasis («El Gran Meaulnes» de Alain-Fournier)
Escribe | Jorge Arias
Henri – Alban Fournier, que adoptó el nombre literario de Alain–Fournier, nació el 3 de octubre de 1886 en La Chapelle d´Angillon, Francia, y murió como teniente del ejército francés en la Primera Guerra Mundial, en Les Éparges, o Saint Remy la Calonne (Francia), el 22 de septiembre de 1914. Su única novela, Le grand Meaulnes, es el libro francés más vendido en el mundo después de El principito.
Este artículo trata sobre este autor y ese libro, Le grand Meaulnes, de Alain-Fournier, 331 págs. Émile Paul Fréres, 1913.

Retrato de Fournier en 1905. Fuente.
En la página 74, Meaulnes, extraviado y solitario bajo un viento helado, entra a un camino entre dos postes blancos. Allí lo detiene «una emoción inexplicable…un contentamiento extraordinario que lo elevaba, una tranquilidad perfecta y casi embriagadora, la certeza de que había alcanzado su fin y que en adelante solo cabía esperar felicidad».
En instantes como el que describe Fournier, todas nuestras faltas y pesares aparecen tan redimidos como olvidados nuestros méritos. Vivimos un instante del que sólo sabemos que querrá perdurar inmóvil en nuestra vida hasta el fin, porque contiene la parte de luz que nos ha sido dispensada; y sabemos que nos fue concedido un tesoro que tiene todos los materiales y toda la sabiduría que necesitamos para crear.
Eso vivió Fournier cuando entró al mundo de la fiesta de casamiento de Franz de Galais, fiesta irreal y real a la vez, como si fuera un sueño en que pudiera, no sólo vivir sino, aún dirigir su vida, ser feliz; cambiarla para bien, como si fuera una realidad llevada a un estado superior del alma.
El comienzo y gran parte de la narración está a cargo de François Seurel, de quince años, cuyo padre, a quien se nombra Monsieur Seurel, dirige una escuela e internado que prepara para las Escuelas Normal y Superior en el poblado rural de Sainte-Agathe. La escuela dispone de un un patio grande con cobertizo, cuarto de lavado y una parra; la estación de ferrocarril está a tres kilómetros, el café Daniel en la plaza. La madre, Millie, tiene a su cargo las tareas domésticas y el curso de primera enseñanza.
La vida de François sería perturbada por alguien que «apagó la lámpara que iluminaba el dulce rostro materno inclinado sobre la cena (…) lámpara alrededor de la cual éramos una familia feliz (…)» Ese alguien es Augustin Meaulnes, su condiscípulo de diecisiete años, hijo de una viuda acaudalada, que habla de su hijo «con un aire superior y misterioso».
Un alumno, Moucheboeuf, irá a la estación de ferrocarril, en un coche tirado por un burro, a buscar a los abuelos de François, que pasarán las fiestas de fin de año con la familia. Meaulnes advierte que se ganaría tiempo yendo a buscar a los abuelos a la anterior estación, Vierzon; se apropia del coche y sale; no se sabe de él por tres días con sus noches. El coche y el burro son restituidos por un lugareño.

Le Grand Meaulnes. Fuente.
A su regreso, Meaulnes cuenta su aventura a François. Se había extraviado, durmió en un corral abandonado; llegó a una finca semiarruinada, donde se desarrollaba una fiesta a todo costo, dirigida por niños. Es la boda de Valentine Blondeau y Franz de Galais, hijo del dueño de la propiedad. En la habitación donde ha dormido, Meaulnes encontró ropa elegante de otra época que viste para la celebración; cuando vuelve trae un chaleco de seda, que no le pertenece. La novia, Valentine, ha rehusado el matrimonio en el últmo momento; adujo que es una modesta costurera, indigna de un príncipe que además es muy joven; la fiesta sigue igual. Meaulnes encuentra al desolado novio, Franz de Galais, oye sus confidencias; Franz tiene una pistola a mano; intentará suicidarse.
En un paseo por barco, que forma parte de los festejos, Meaulnes encuentra a una joven, Yvonne de Galais, hermana del novio, con la que insinúa una aproximación. Unos invitados, finalizada la fiesta, devuelven a Meaulnes a Sainte Agathe. Meaulnes esboza un plano del lugar de la fiesta.
Unos bohemios, cuya vida aparente es un circo y que subsisten mediante el robo de pollos y huevos, instalan su carromato en Sainte-Agathe. Uno de ellos, que tiene la cabeza vendada, se inscribe como alumno del colegio de Seurel. Una tarde, con otros alumnos, asalta la casa, quieren el plano de Meaulnes; se retiran ante la aparición de un paisano. Meaulnes y François salen a perseguirlos, caen en una emboscada, hay golpes; los asaltantes despojan a Meaulnes del plano. Al fin se hace la paz: el bohemio es Franz de Galais que, desesperado por el abandono de su novia el día de la boda, se ha pegado un tiro sin más consecuencia que una herida superficial. Luego de jurarse con Augustin y François amistad eterna, Franz da las señas de Yvonne en París. Meaulnes viaja a París a continuar sus estudios y a buscar a Yvonne; pero en la casa que indica Franz no vive nadie.
Durante su estadía en la capital, por obra del azar, Meaulnes se vincula con Valentine Blondeau, a quien presenta como su esposa, sin saber que es la renuente novia de Franz. Al saberlo se siente obligado a compensar a Franz recobrando para él a Valentine.
Al azar de un paseo, François encuentra a Yvonne y a la propiedad maravillosa donde transcurrió la fiesta. Yvonne y Meaulnes se casan. A poco de la boda, respondiendo a un llamado acústico de Franz, Meaulnes deja a su esposa y parte en pos de su amigo. Es una busca larga e infructuosa; cuando regresa a su hogar, largo tiempo después, Meaulnes encuentra que Yvonne ha muerto a consecuencias del parto; han tenido una hija, con la que ha de vivir.
¿Pero qué hacer con aquel valioso material, cómo eternizarlo, si fuera posible? Fournier se decidió por la peor de las alternativas: escribir una continuación que desmerece la fiesta inolvidable, obliterando un sueño de maravilla con un marchamo que dice «mentira». La fiesta maravillosa fue solo una pedestre fiesta campesina que terminó mal. Mediante un vocabulario descuidado llega a poblar 331 páginas con artificios, reminiscencias, adornos, sucesos inútiles, cuando no contradictorios con el curso de la acción.
La historia de Meaulnes y su fiesta, a la vez soñada y vivida, era buen material para un cuento que pudo finalizar con el regreso de Meaulnes a Sainte Agathe, llevando como prenda de su aventura el chaleco de seda, un tanto como el viajero en el tiempo de H.G. Wells en The time machine (1895) que vuelve del porvenir con flores en los bolsillos.
Los dos postes blancos del inicio del éxtasis son las «puertas de marfil» de Aurélia de Gerard de Nerval; la fiesta de la que participa sin estar invitado es de Sylvie, del mismo Nerval; aún el paseo lacustre recuerda el cuadro Embarque a Citerea de Watteau. Mas claras son las semejanzas de Le Grand Meaulnes con La puerta en el muro, también de H.G Wells (1906, 25 páginas) donde los viajes a un país de sueño terminan ambiguamente, sin saberse si fueron alucinaciones o éxtasis. El chaleco de seda que trae Meaulnes de la fiesta debió valer por las flores del viajero del tiempo: una garantía de la realidad del mundo que se vivió como fantástico. Pero, con el andar de la novela, Fournier rebaja al chaleco de seda a una confusión de vestuarios.

Portada de la película Le grand Meaulnes, Francia, 1967. Fuente.
Esta destrucción del sueño está hecha torpemente. Sobran escenas, como la charla con el herrero de las págs. 28 y 29, el capítulo del hombre en alpargatas (V, segunda parte) y todas las cartas de Meaulnes desde París. Fournier cree que hará inquietante a su novela con sólo calificar a objetos y seres como misteriosos. Así, el aire con que la madre de Meaulnes menciona a su hijo (pág.16), la comarca (pág. 54); el viaje (pág. 56); el chaleco de seda y el lugar (pág.113); el edificio (pág.116), la fiesta (pág.119), la Propiedad (pág.143); el pasaje (pág.155); la felicidad que entrevé Meaulnes (pág.175); la ocupación de François (pág.187); la joven mujer (pág. 214). Inserta una absurda escena de fuegos artificiales, a cargo de Meaulnes no bien llega al pensionado, pobre efecto encargado de prefigurar la fiesta deslumbrante
No hay en todo el libro una sola frase ingeniosa o elegante; y en las pocas veces en que Fournier intenta la metáfora los resultados son estos: «La clase del grupo Superior es clara, en medio del paisaje helado, como un barco en el Océano» (pág.31) y «Como dos pasajeros de un barco a la deriva, son, en el gran viento de invierno, dos amantes encerrados con su felicidad» (pág.267).
Hay contradicciones en el argumento. Por ejemplo, Meaulnes, al regresar de la fiesta, pergeña un plano tentativo del camino recorrido; cuando Franz le roba el plano mediante un ataque violento, le explica que lo robó para corregirlo (pág.146). Resulta extraño un ataque en regla para sustraer y mejorar un plano que se devuelve a su autor. Es curioso que, ahora compañeros de clase, no se hayan reconocido Franz y Meaulnes.
En una de las escenas finales, apenas recién casado, Meaulnes, llamado por Franz, deja a Yvonne para buscar a Valentine, y dice que sólo Meaulnes, que en toda la novela es el único que no ha encontrado nada de lo que busca, es el único que puede hallarla (pág. 264).
Meaulnes, como personaje, no merece el adjetivo de «Gran». Es un muchacho atolondrado, caprichoso y bastante inhábil. François, que dice haber sido un niño desgraciado, soñador y cerrado, adjudica a Meaulnes una importancia en su vida que el correr de la novela no justifica. Acompaña a Meaulnes en escaramuzas con otros estudiantes, encuentra a Yvonne, el amor de Meaulnes, la cuida cuando Augustin deja el hogar en busca de Franz, se gradúa de maestro. Su vida es tan chata como la de su padre, Monsieur Seurel, del que solo se sabe que tenía bigotes y gustaba de la pesca. No se ven los «días más atormentados y los más queridos de mi vida», ni se advierte que Meaulnes sea lo que fuere que François quiere decir, haya «conmovido toda nuestra adolescencia» y haya, con su partida, dejado la apocalíptica impresión de que «mi adolescencia acababa de irse para siempre».
Sainte Agathe es un punto en un mapa: estamos lejos de los sucesos de los cuentos de Anderson o Faulkner, que dicen de peripecias individuales dentro de un pueblo en segundo plano pero visible. Fuera de la declaración de amor en la fiesta, no hay vida sentimental, y menos sexo; no hay una escena en que los personajes coman, beban, tomen café.
Jacques Riviére dijo que Le grand Meaulnes es una novela de aventuras; algo semejante escribe Fournier en el último párrafo de su novela, cuando dice que Meaulnes y su hija, recién nacida, «parten hacia nuevas aventuras» (pág.331). No hemos visto ninguna aventura en el sentido usual de la palabra, sino un cúmulo de peripecias.
Alain-Fournier tuvo en sus manos un material noble. Como no podía olvidarlo, resolvió matarlo y sepultarlo.
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