Naturaleza Salvaje I: del teocentrismo natural a la decadencia barroca

Escribe| Ana González Serrano


Créditos de foto de portada a David Marroquí Newell.


La naturaleza siempre ha formado parte de nuestra vida y ha estado íntimamente ligada a nosotros. Numerosos escritos utilizan el paisaje y los elementos climatológicos, en algunos o en la mayoría de sus textos, como lenguaje de su expresión espiritual, artística o emocional; bien sea como lugar en el que disfrutar de la sencillez y la calma, bien como expresión de sentimientos «salvajes» y perturbadores o como búsqueda de sí mismos.

El presente artículo trata de desvelar el mito de la naturaleza desde su concepción y demostrar cómo esta se ha ido abriendo paso en la poesía, adaptándose a su tiempo y contexto. Debido a la extensión que pudiera generar dicho tema, realizaremos un viaje en el que nos centraremos en su evolución hasta finales del siglo XVII, haciendo mención a diversos textos y estudios que se han realizado hasta la época, así como a distintas obras que prueban dicha trayectoria.

Antiguo Egipto. National Geographic. Naturaleza Salvaje I: del teocentrismo natural a la decadencia barroca. Ana González Serrano.

Antiguo Egipto. Fuente.

Empezamos nuestro periplo en periodos antes de Cristo, donde la naturaleza y la religión estaban íntimamente ligadas y arraigadas en civilizaciones como la de los antiguos egipcios (5500 años a.C).

Ellos dan respuesta al sentido de la vida a través de más de setecientos dioses, entre los que destaca Osiris[1], dios de la fuerza y la fecundidad de la naturaleza, su esposa Isis y su hijo Horus, dioses del orden natural.  Esta civilización, que podría considerarse la precursora de la filosofía, considera que la naturaleza es el origen del movimiento y de la creación; y, por tanto, hay que rendirle culto. Si bien es cierto que en esta época todavía no existe la poesía como tal, marcará las pautas de un pensamiento que perdurará hasta varios siglos después.

Seguimos avanzando nuestra travesía hasta llegar a la Grecia Arcaica (del VIII al VI a.C). Ahí encontramos unos poemas que se atribuyen a Homero, la Ilíada y la Odisea.  Ambos están basados en la contemplación de la naturaleza como reflejo de las acciones humanas, pero, también, como límite del espacio entre lo divino y lo mortal. El paisaje está ausente en la historia Troyana, no obstante, aparece como un símil de acciones o consecuencias de la guerra: «por allí se derramaron entonces los troyanos en su fuga, y Hera, para detenerlos, los envolvió en una densa niebla».[2]

Años más tarde, filósofos como Platón (429-347 a.C) y Aristóteles (384-322 a.C), definirán la naturaleza como el principio del movimiento o la sustancia[3], es decir, centrarán la naturaleza en sí mismos, en la reflexión del ser como ente corpóreo y, además, en aquello que conforma o categoriza a los dioses.

Continuamos nuestra expedición, llegamos a la Roma clásica, también conocida como la Antigua Roma (del VIII a.C. al II d.C.).  Este periodo se caracteriza por una gran influencia helénica, así como por su percepción de la naturaleza salvaje y metafórica, a través de escenas de naufragios (reflejadas en el arte figurativo), o de simbolismos representativos del contexto cultural; como es el caso de la Eneida de Virgilio (70 a.C-19 a.C), en donde cada elemento natural hace referencia a un concepto. Por ejemplo, la tempestad simboliza el caos social, político, personal o cósmico; la vegetación, las preocupaciones dinásticas; la montaña, se asocia a la divinidad y a las dificultades[4], etc. Así pues, en el libro I de la Eneida (vv.50-156), Juno, llevada por el odio que siente por Troya, provoca una tremenda tempestad contra los fugitivos troyanos[5]. En este caso, la tempestad simboliza el caos socio-político y la guerra entre griegos y troyanos.

Los romanos de la decadencia. Thomas Couture. Naturaleza Salvaje I: del teocentrismo natural a la decadencia barroca. Ana González Serrano.

Los romanos de la decadencia. Thomas Couture. Fuente.

Otro de los conceptos relevantes en cuanto a la naturaleza que nos deja el periodo grecolatino es el tópico beatus ille, con el que el poeta Horacio (65 a.C- 8 a.C), inicia su Epodo II alabando la tranquilidad de la vida rural, lejos de la ciudad, sus males y su corrupción (vv.1-4): «Beatus ille qui procul negotiis, /ut prisca gens mortalium/ paterna rura bubus exercet suis,/ solutus omni faenore»; cuya traducción es la siguiente: «Dichoso aquél que lejos de los negocios, de los préstamos, de los intereses monetarios, labra con sus propios bueyes, el campo que cultivaban sus padres, libre de deudas».[6]

El mito de la naturaleza objetivada en detrimento de lo artificial, que encontramos también en el libro de los Salmos de Salomón (60 a.C), así como en otros textos religiosos y paganos de diferentes culturas,[7] perdurará hasta varios siglos después de Cristo.

Prosiguiendo nuestro camino, aterrizamos en la Edad Media (del siglo V al siglo XV), caracterizada por una mentalidad dogmática y una humanización de la naturaleza, que se encuentra en comunión con el ánimo del autor.

Beato de Osma. La victoria del cordero (Códice de Osma) Naturaleza Salvaje I: del teocentrismo natural a la decadencia barroca. Ana González Serrano.

Beato de Osma. La victoria del cordero (Códice de Osma). Fuente.

En esta época, predominan las Chansons de geste, narraciones sobre las hazañas de un héroe en un espacio poco descriptivo y en donde la naturaleza desempeña un rol importante; tal y como ocurre en la Chanson de Roland [8](vv.814-815) : «Halt sunt li pui e li val tenebrus/ Les roches bises, les destreiz merveillus»; cuya traducción es la siguiente: «Altos son los pinos y el valle tenebroso,/ las rocas grises, las destrezas maravillosas». El paisaje refleja zonas oscuras y tenebrosas. La contraposición luz y oscuridad simboliza el concepto del bien y del mal heredado del Neoplatonismo[9]; lo cual sugiere que en ese lugar sucederá algo terrible o trágico.

El poeta nos muestra un ambiente sobrecogedor y amenazador, a modo de premonición de los hechos que sucederán allí posteriormente, transmitiendo así la angustia que siente Carlomagno ante tal suceso. «Halt sunt li pui…»: Estas son las palabras que repetirá Roland una y otra vez hasta el momento de su muerte, bajo uno de esos pinos, donde le entrega su alma a Dios; como si la naturaleza sirviese de refugio al héroe a la hora de morir. Este concepto de naturaleza como refugio, se extiende a distintos poemas y cantares de gesta del mismo periodo.

Fray Luis de León, 1598 Francisco Pacheco Del teocentrismo natural a la decadencia barroca

Fray Luis de León, 1598, por Francisco Pacheco (1564 – 1644). Fuente.

 

Seguimos adelante hasta llegar al Renacimiento (del siglo XV al siglo XVI), un periodo de paz, placer sensorial y paisaje agradable, representado por el tópico locus amoenus y ese beatus ille horaciano. Es ahí mismo, donde nos encontramos a Fray Luis de León (1527-1591), versionando a Horacio con un tono algo más abstracto que su predecesor (vv.1-4): «Dichoso el que, de pleitos alejado, / cual los del tiempo antiguo, /labra sus heredades, no obligado/ al logrero enemigo».[10] Fray Luis es un ejemplo claro de aquel pensamiento todavía vigente desde la Antigüedad, la naturaleza idealizada y la transfiguración pastoral, que tanto marcará la literatura del Siglo de Oro.

El poeta del Renacimiento busca la serenidad, la tranquilidad, la armonía y los elementos que transmitan un ideal y una perspectiva positiva del mundo que le rodea. En pocas palabras, podríamos definir el Renacimiento como la transición de la adoración de la naturaleza «divinizada», a la admiración de esta como vínculo entre el hombre y su entorno.

Dejando atrás este estado de bienestar emocional, pasamos del teocentrismo al antropocentrismo del Siglo de Oro (1492 – 1681), un periodo de transición entre el Renacimiento y el Barroco en el que el hombre es el centro de todas las cosas. En su perspectiva humanista, la experiencia personal pasa a narrarse en primera persona. De acuerdo con Ignacio García Aguilar (2009), la poesía del Siglo de Oro «está enriquecida a partir del fecundo diálogo entre las tradiciones vernaculares propias y la literatura de otros universos geográficos y culturales, fundamentalmente el de raíz italiana» (p.13).[11]

En este momento histórico, coexiste la poesía tradicional y culta, aquella influenciada por autores como el ya mencionado Fray Luis de León o Garcilaso de la Vega (1503-1536), con la renovación de la misma, llevada a cabo por autores como Góngora (1561-1627), Lope de Vega (1562-1635) o Quevedo (1580-1645).  Lo cual, supuso un enfrentamiento entre los culteranistas, aquellos centrados en renovar el lenguaje poético culto renacentista, y los conceptistas, que concedían mayor importancia al contenido; al tiempo que se iba sembrando interés por una tercera rama, interesada por la lírica tradicional y popular.

Garcilaso de la Vega y Guzmán, por Ojeda y Siles, Manuel (Museo del Prado). Naturaleza Salvaje I: del teocentrismo natural a la decadencia barroca. Ana González Serrano..

Garcilaso de la Vega y Guzmán, por Ojeda y Siles, Manuel (Museo del Prado). Fuente.

En dicho contexto, la naturaleza, aparte de representar ese locus amoenus de antaño y de ser utilizada para adornar el amor cortés por influencia petrarquista (de forma mucho más pasional), también aparece como un elemento humanizado y susceptible. Así pues, en la Égloga I de Garcilaso podemos observar cómo la naturaleza se mueve en base al estado de ánimo del autor (v.178) «…me veo / en esta agua que corre clara y pura». (v.199) «los árboles parecen que se inclinan». Versos que, años más tarde y situando la acción en el mismo lugar (La Sagra de Toledo) retomará Cervantes (1547-1616), en su novela Los trabajos de Persiles y Sigismunda, historia setentrional, III, 8 «aquí resonó su zampona, a cuyo son se detuvieron las aguas deste río. No se movieron las hojas de los árboles». Según Silvia M.Potel (2004) «las oposiciones devienen de un mismo desenlace: el shock emocional de la Naturaleza sensitiva».[12]

Llegando al culmen de nuestro recorrido, nos adentramos en el Barroco[13] (del siglo XVII al XVIII),en donde visualizamos un paisaje fúnebre, exasperante y retorcido; un mundo lleno de sombras, pesimismo y desengaño, que poco o nada tiene que ver con su pasado. Un periodo marcado por el tempus fugit y el memento mori, así como por su extravagancia, artificialidad y ostentosidad; en el que Quevedo y Góngora, son los principales protagonistas. Tal pensamiento no es de extrañar teniendo en cuenta la situación de España en ese momento: un país en bancarrota debido a los conflictos (guerras, epidemias y despilfarros de la Corte), muertes por hambrunas, una severa Inquisición y una monarquía autoritaria; así como una obsesión por la «limpieza de sangre[14]».

De este cúmulo de sensaciones se nutre la naturaleza, apareciendo, por primera vez, como «escondite de los sufrimientos»[15] y considerándose un objeto al que referenciar en sentido figurado. Un ejemplo de ello es el soneto «Torcido, desigual, blando y sonoro» de Quevedo; en cuyos versos podemos comprobar esa asociación entre el ruido del agua y el murmullo, pasando a aumentar el cauce con las lágrimas del poeta (VV.5-8): «En cristales dispensas tu tesoro, /líquido plectro a rústicos amores, /y templando por cuerdas ruiseñores, /te ríes de crecer, con lo que lloro». En este soneto, vemos cómo el poeta se ríe de sus propias penas (en este caso, se intuye que es el miedo a envejecer; si bien es cierto que no hay referencias a la verdadera causa de sus males), a través del sonido y del caudal del agua.

Luis de Góngora, por Velázquez (Museo de Bellas Artes de Boston). Naturaleza Salvaje I: del teocentrismo natural a la decadencia barroca. Ana González Serrano..

Luis de Góngora, por Velázquez (Museo de Bellas Artes de Boston). Fuente.

Finalmente, no podemos abandonar el Barroco sin mencionar a Góngora, quien según Pablo García Baena[16] (2012), rehace la naturaleza y la enjoya con guirnaldas retablistas. Este autor, capaz de transmitir con impecable belleza los sentimientos más profundos y arraigados del ser (el miedo a morir sin haber disfrutado la vida lo suficiente), supone un antes y un después en la literatura barroca. Así lo refleja en su soneto CLXVI (vv.9-14):«Goza cuello, cabello, labio y frente, /Antes que lo que fue en tu edad dorada/ Oro, lilio, clavel, cristal luciente,/No sólo en plata o vïola troncada/Se vuelva, más tú y ello juntamente/ En tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada»[17].

Como hemos podido observar, la naturaleza ha pasado, de ser un elemento divinizado a un instrumento humanista, centrado en el «yo»; lo que la ha llevado a experimentar diversas emociones humanizadas según el contexto en el que se encontrase. Así pues, tan pronto ha sido utilizada como un elemento pacificador, como en un refugio en el que cobijarse y alejarse de la ciudad o como todo lo contrario, un elemento opresor capaz de someter a la sociedad en un estado gobernado por el miedo, la crisis, la muerte y el pesimismo.

¿Qué pasó después del Barroco? ¿Cuántos cambios más aguantará la naturaleza? ¿Será capaz de asentarse en un único concepto con el tiempo? ¿cómo influirá en los siguientes siglos? Las respuestas a estas y otras preguntas las encontraréis en el próximo artículo.

 


[1] https://redhistoria.com/lista-completa-de-dioses-egipcios/

[2] Canto XXI. Homero, S.VIII a.C. Obras Clásicas de siempre. Ilíada (p. 462). Mexico.Bibliotecadigital.ilce.edu.mx.http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx/Colecciones/ObrasClasicas/_docs/Iliada.pdf

[3] file:///C:/Users/usuario/Desktop/a/Abbagnano_-_Diccionario_de_Filosofia_2a.pdf

[4] Villalba Saló, J.C. (2019). La naturaleza en la Eneida. Función simbólica y poética (Tesis doctoral). Universidad de Zaragoza (España).

[5] Villalba Álvarez, J. (2004). Ecos Virgilianos en una tempestad épica de Silio Itálico (PVNICA XVII 236-290)1. Humanitas.14 (56), p.365.

[6] Torre, E. (1999). La traducción del Epodo II de Horacio (Beatus ille). Hermēneus. Revista de Traducción e Interpretación (1), p.2.

[7] https://elcorreodelsol.com/articulo/la-relacion-con-la-naturaleza-en-las-grandes-religiones

[8] Le Gentil.P.(1955). La Chanson de Roland. Connaissance des lettres. 2(43) vv.814-815.p.107.

[9] http://www.filosofia.org/enc/ros/ne9.htm

[10] http://www.edu.xunta.gal/centros/iesvalminor/?q=system/files/BEATUS%20ILLE.pdf

[11] García Aguilar, I (2009). Sobre poesía del siglo de oro. Un estado de la cuestión (2006-2008). Etiópicas (5), p.13.

[12] M.Potel, S. (2004). La naturaleza se humaniza. Presencia de Garcilaso de la Vega en Persiles III, 8. Actas v – actas cervantistas. Centro Virtual Cervantes.1 (2), pp. 852-854.

[13]https://www.edu.xunta.gal/centros/iesnumero1ribeira/?q=system/files/Barroco%201%C2%BA%20Bac.pdf

[14] Limpieza de sangre: sentir orgullo por no tener ascendencia musulmana o judía demostrable, en, al menos tres generaciones.Ibidem.p.2.

[15] Ceribelli, A. (2017). La naturaleza en la poesía de Francisco de Quevedo: ¿escondite o reflejo de la experiencia amorosa?. En Agraz.A y Sanchez.S. Topografías Literarias: El espacio en la literatura hispánica de la Edad Media al siglo XXI. (pp.95-96). Madrid (España): Biblioteca Nueva.

[16] Garcia Baena, P.(2012). El enigma de Góngora. Biblioteca Nacional de España. Sociedad estatal de acción cultural, p.239.

[17] https://www.espoesia.com/mientras-por-competir-con-tu-cabello-luis-de-gongora/

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