José Hierro: un poeta en el poema
Escribe | Aníbal Fernando Bonilla

José Hierro, autor de Quinta del 42, retratado durante una rueda de prensa. Fuente.
Siendo la poesía un modo expresivo y una amalgama de sensaciones, sentires y percepciones, José Hierro (Madrid, 1922-2002) exteriorizó en su poema: «Una tarde cualquiera», perteneciente al libro Quinta del 42 (1952), un planteamiento inserto en lo que se denomina autobiografía poética. El primer verso es un indicador de aquello: «Yo, José Hierro, un hombre».
Efectivamente, según el vate, se perfila un individuo común como cualquier otro del orbe (con carencias y anhelos), no obstante, describe sus emociones tendido desde la cama, lo cual nos da una pista que está en el lecho de la aflicción física (fiebre), sin que esto sea un obstáculo ante el afán por alcanzar la ensoñación, o al menos, rememorarla desde la alucinación, tomando en cuenta que en sus líneas se conjuga escepticismo, vacilación y tristeza. De acuerdo con el criterio de Nora González Gandiaga, respecto de la obra de Hierro:
En toda su escritura poética y en varios poemas se inscribe el nombre que, por otra parte, es una constante en las obras de numerosos poetas casi coetáneos […]. El yo desdoblado admite que se registre el lector como inquisidor, autoevaluador del mismísimo José Hierro. Es el simulacro que leemos en la cadena discursiva por la metaescritura. Se autoremiten las propias actitudes ante la vida de José Hierro y ante el accionar del hombre mientras dura su tiempo.
Hay un uso directo de la primera persona del singular para retratar a través del monólogo interior sucesos del pasado, en donde la relación maternal asume relevancia y hasta reiteración dialogal: «Mi madre me dio el hilo / y la aguja, diciéndome: / ‘Enhébramela, hijo; / veo poco’». Aquel episodio de entraña familiar tiene esencia comunicativa en el texto más allá de la evocación del tránsito de los días. En tanto, el yo lírico detalla tales circunstancias, en el ambiente externo hay niños que juegan, alborotan, corren, cantan, lo que permite establecer conexión con una infancia lejana. Ese hombre llamado José Hierro (hacedor del poema y, a su vez, protagonista del mismo), se torna débil frente a los acontecimientos vivenciales; ese trabajador del campo con el cesto a cuestas en la espalda, tal vez un cultivador del trigo o de las bondades que emanan de la tierra, acoge un sentimiento de derrota, con total desánimo para asumir con valentía los bemoles de la jornada laboral, profesional, ciudadana. Es en medio de la lluvia con su sinfonía vespertina en donde se encuentra el autor con el vacío, con la nada como entelequia existencial, acompañada de la voz insistente de la madre, ante su obediencia de hijo. Se podría conjeturar que caben las contradicciones de la propia vida.

Monumento a José Hierro en Santander, el que fue inaugurado en 2008. Foto de Sasha Popovic.
Este poema circular tiene peculiaridad testimonial con rasgos epistolares contenidos de exageración y absurdo: «Amigos: / yo estaba muerto. / Estaba / en mi cama, tendido. / Se está muerto aunque lata / el corazón, amigos». Aparece la muerte —aún sin consumarse en condición de materia— como una sombría posibilidad de «hundimiento», «ceniza», «olvido», siendo —junto con el sentir onírico— el eje conductor de la misiva poética. El Azul de Rubén Darío pinta la carne débil del poeta-autor que con lenguaje conversacional invoca a los elementos de la naturaleza, a las estaciones climáticas, en un cántico cuyo encabalgamiento coadyuva con el objeto del «sueño concluido». Aquel encabalgamiento al que el autor se refirió como un «juego de concepto frío y ordenado y de verso y ritmo encrespado [que] crean una especie de conflicto interior que el lector puede percibir».
Hierro fue un ferviente practicante de la construcción íntegra del poema, cuya unidad debiera ejecutarse tras el equilibrio necesario entre el fondo y la forma. A su vez, como afirma Pedro J. de la Peña, fue «partidario de la poesía temática, de la poesía con argumento».
El poema comentado de nueve estrofas algo irregulares, vista con cierta extensión, compuesto de verso libre (aunque desde esa asimetría se acentúan heptasílabos y octosílabos), interioriza en el signo identitario de José Hierro —quien fuera miembro de la Real Academia Española, Premio Nacional de las Letras (1990), Premio Reina Sofía (1995), Premio Miguel de Cervantes (1998), entre múltiples distinciones—, utilizando para el efecto, elementos isotópicos (apenas detallados en este trabajo) de «Una tarde cualquiera».
Bibliografía
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- GONZÁLEZ GANDIAGA, Nora. (1999). Yo y los otros en la voz poética de José Hierro. Revista signos, 32, pp.17-22. https://dx.doi.org/10.4067/S0718-09341999000100003
- GONZÁLEZ HERRÁN, José Manuel. (1974). José Hierro: La poesía como forma de autoconocimiento. Peña Labra, 13, pp. 33-35. pdf
- HIERRO, José. (2017). Poemas esenciales. Instituto Cervantes de Marrakech-Fundación Abertis.pdf
- PEÑA, Pedro J. de la. (1977). La concepción poética de José Hierro. Cuadernos Hispanoamericanos, 319, pp.132-138.
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