«La eternidad» en la aparición del poema
Escribe | Aníbal Fernando Bonilla
Editorial: On y va
Nº de páginas: 101
ISBN: 978-989-9206-19-9
Autor: António Manuel Venda
Idioma original: portugués
Traductor: António Manuel Venda
Del hacer rutinario emergen los versos de António Manuel Venda (Portugal, 1968). De las circunstancias sencillas. De la noche con muchas estrellas. De la historia. Del mito. De los dioses. De la festividad milenaria. De los rasgos identitarios. De las calles transitadas ante la fascinación de las flores. De la compañía de los gatos y las luciérnagas. De la plaza pública. De la memoria que pugna siempre frente al olvido. De la quietud y el abrazo como enredadera humana. De la mirada inmóvil y la ternura. De las manos, del cabello fresco, de los pies henchidos de barro. De los pantalones blancos y la muchacha de veinte y cuatro años con una t-shirt azul. Apenas un momento tras la celebración con la palabra oportuna. El suceso o detalle fugaz registrado en el papel para la perennidad. El aliento aquel tatuado a partir del primer verso, y cada subsiguiente eslabón metafórico.
La eternidad (On y va, 2025) titula su poemario bilingüe (español y portugués). Cada poema (veinte en total) es una fotografía. Una estampa. Un paisaje de palabras, de colores, de sentires. Abre este cuaderno así: «hay el milagro / de un río / cerca / tan cerca / de nuestros besos / y yo descubro / un camino / que tú me enseñas / a recorrer / cada día / que vivimos / de la eternidad».
En este corpus fragmentado evidentemente se configura una ruta que lo explora la voz poética desde sus adentros, desde sus pasiones, compartiendo la intimidad que germina en rostros henchidos de contento o en la respiración agitada tras el milagro; fragancia de mandarinas esparcida en cada madrugada. Hay un tono rítmico enriquecido por la reiteración de grafías, por el manejo repetitivo de imágenes que se entrecruzan, que van y retornan en esa búsqueda incesante del horizonte promisorio, en donde «la mujer más bella» danza en el regazo de la tierra y se eleva hacia el infinito profundo de la ensoñación.
Hay la referencia insistente del amor permanente y victorioso, como vorágine de vida. La amada desde la mitad del mundo o desde cualquier otro lugar, entregada al arpegio del poeta: «es mi cuerpo / que se confunde / con el tuyo / o tu cuerpo / que se confunde / con el mío». Silueta de montaña o sonido de mar, los poemas de Venda transcurren desde el inusitado devenir de los días que envuelven «un misterio / inexplicable», junto con el anhelo literario. ¿A quién dedica sus textos el poeta? ¿Para quién está dirigida esta poética de la cotidianidad? Apenas el indicio de la remembranza recurrente urgida de huella amatoria «que nos une / para siempre / tantas cosas / tantos motivos / tantos anhelos / tantos sueños / tantos versos / nos unen / para siempre». La admirable contemplación a la otredad femenina, contagiada de la sensualidad escrita, a semejanza del Cantar de los Cantares: «¡Que me bese con los besos de su boca! // ¡Oh la más bella de las mujeres!».
La eternidad (A Eternidade) se abriga del crepúsculo, de los ayeres latentes, del apostolado que engendra mirlos en el silente palpitar de la creación lírica. En sus páginas recorren las ruinas griegas, el calor sevillano o la cromática artesanal otavaleña. Es un collage de impresiones atesoradas por el autor y que requiere de su exposición poética, de modo sincrónico, ordenado, sin aspavientos, peor con vanos artilugios lingüísticos. Aquí lo que prevalece es la locución genuina de lo observado, el ejercicio de la traslación de esa emoción inicial que intenta ser liberada/reflejada en el advenimiento textual. Aunque se pierda la pureza del instante propicio en donde se erige la poesía, queda como testimonio vital la construcción pragmática del poema. Para satisfacción del hacedor. Para embeleso del lector.
Hay un énfasis retórico circular desde el verso de corta longitud cimentado de estructura descriptiva; los hechos comunes contados con la singularidad de la primera persona, a través de un pasadizo giratorio que transgrede el tiempo. Venda no sólo que es un atento testigo del designio de las personas y las cosas, sino que se funde en un melódico susurro romántico cuyo hechizo es parábola y comunión excelsa. No existe tragedia, sino placer ante la caricia y la alegría fecundada por los siglos de los siglos.
¿Qué es la eternidad? Ya lo dijo Arthur Rimbaud: el sol que huye acompañado del oleaje de aguas interminables.