La escritura, ese oficio desnudo
Escribe| Aníbal Fernando Bonilla
Una y otra vez la página en blanco. Sensación de vacío entre la impotencia y frustración, llegando al límite del desvarío. Una especie de laberinto sin mayores alternativas por vislumbrar la salida. Extasiarse ante la nada. La desnudez frente al espejo, sin ropaje alguno. Eso sí, el afán de cumplir con el llamado intrínseco, inexplicable, sublime, ante el destello creativo.
Nos robamos tiempo del tiempo para explorar el misterio literario (muy temprano en la mañana o muy tardíamente en la noche). La búsqueda de respuestas a la añeja inquietud sobre el significado de la escritura es más fuerte que las obligaciones habituales. Y aunque suene hasta elemental, con lo último sobrevivimos, y entre otras cosas, tenemos opción para el deleite con las letras, aunque las complicaciones/limitaciones de saciar tal goce sean palpables en la praxis social.
Pero volvamos al principio. Esta hoja hueca, lánguida, sin vocablos, es una tentación persistente. Como necesidad expresiva. Como aliento personal. Como delirio que trastoca las emociones. Como desafío ante la tarea de dar luz artística a las nociones comunes. Entonces, esbozamos lo que sería un primer borrador. A veces, de un plumazo. Otras, con enorme esfuerzo que concluye en fatiga mental/emocional. ¿Qué motivaciones específicas posee el escritor para el desarrollo y consumación del trance interno a través del uso sintagmático? O a su vez, podríamos cavilar sobre, ¿Cómo nace una novela? ¿De qué luz imperceptible emerge el poema? ¿Cómo surge el entramado del cuento? ¿Cuál es la intención del autor con la exposición pública de su original? Esa es la esencia del arcano inventivo; encrucijada que anuda el hondo sentir desde el insignificante sema.
Lo que vale, a fin de cuentas, es que fluya la escritura. Y que en tal torrente la selección adecuada de las palabras alcance el anhelado constructo lingüístico, que a ratos se torna esquivo. Palabras correctas que alumbren la provocación textual. Palabras pertinentes en la justa batalla por conquistar la precisión gramatical. Es evidente que el tejido de todo género literario exige de una voluntad autoral expresa. De una convicción sin pausa. Ante lo cual, es menester trabajar con denuedo aquella inspiración primera, propiciando hábitos frecuentes de escritura. Leer entrelíneas el entorno que nos rodea, con pura contemplación y hasta coraje. Tomar en cuenta la observación detenida frente a las otredades, también para deconstruir en base al pulso caligráfico la realidad lacerante.
«La escritura es lo desconocido. Antes de escribir no sabemos nada de lo que vamos a escribir. Y con total lucidez […] Si se supiera algo de lo que se va a escribir, antes de hacerlo, […] nunca se escribiría. No valdría la pena», confesó Marguerite Duras. Son variados los elementos que alimentan la prosa o el verso (o ambos yuxtapuestos) hallados posiblemente en la experiencia, en la frivolidad rutinaria, en la vasta imaginación o en las ideas por sí solas. El estado de felicidad o de angustia influye en dicho cometido. Lo que se pretende es atrapar al lector a través de la conjetura, del enigma, de la avidez con equilibro discursivo, tras bucear de manera profusa los entresijos del hombre.
La poética diaria de los sentidos
¿Cómo decir amor sin mencionar el término amor? He ahí el quid del asunto. La posibilidad con la grafía de tender puentes que amalgamen la intuición y la facultad hablante. Esta es la labor fundida en el acto lírico, que profesa otros decires, otros límites inciertos, otras punzantes llagas: el odio, la enfermedad, la desdicha, la agonía. Así de fatalista, hasta llegar a la muerte.
A propósito ¿son tiempos de apuesta poética? Según Federico Díaz Granados: «El lenguaje, en manos de la poesía, adquiere una estatura estética que trasciende porque el habla se eleva y contribuye a que el imaginario compartido y colectivo de las sociedades encuentren unas claves para construir una memoria y una cultura». Es esa memoria que está en juego respecto de la puesta de la escena poética. A más de la indiscutible estatura estética, también cabe la talla ética, porque quién puede menoscabar la condición legítima del poema para agitar conciencias, para provocar corazonadas, para estremecer la impávida conducta contemporánea subordinada al extremo por las tecnologías. Ante el suceder de los días y las noches, la poesía se yergue altiva, sin dar su brazo a torcer. Lo que presupone sostener un vínculo entre el sujeto solitario y la colectividad; propiciar que los públicos se conmuevan con el verbo fino o a su vez agudo. Saciar de encantamiento la pequeñez humana.
Los libros se producen tras un proceso dialogante en donde el escritor es un médium entre la representación real y lo verosímil, entre la solitaria meditación y la réplica escritural a ciertas incógnitas constantes. Aunque se escribe sin mayores certezas, consciente de que el poeta habita en la palabra, en la textura versal o en el secreto desciframiento que va más allá de lo fortuito. Hay una ruptura con el acontecimiento previsible, ya que el afán es rastrear en el ámbito desconocido, desplegando un ejercicio dicotómico textual.
¿Qué se acopia en el poema? Un recuerdo. Un latido. La penumbra. El beso finito. La lágrima inútil. La huella indeleble. El temblor de las miradas y los orgasmos. La rebeldía y la locura. La obsesiva forma de asumir la composición estrófica. El lenguaje connotativo, de exégesis múltiple. Siempre fuera de las fronteras, como mecanismo liberador. Exento de monotonía con el propósito de subvertir el mandato de las cosas, descifrando el logos desde una retórica singular. El poeta globaliza las soledades entre lo sombrío y la clarinada de la esperanza siempre posible. Como apuntó Roque Dalton: «Creo que el mundo es bello,/ que la poesía es como el pan,/ de todos».
Cae la tarde y observo desde mi ventana, el cielo manchado de colores resplandecientes: celeste, anaranjado, grisáceo, blanquecino. Apenas, minutos de aquel espectáculo natural. Para mí, eso es la poesía. Ahora, habrá que plasmarlo en el poema. Ya lo anunció Duras: «la escritura llega como el viento, está desnuda, es la tinta, es lo escrito, y pasa como nada pasa en la vida, nada, excepto eso, la vida».
Referencias bibliográficas
—Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión. (2020, junio). Roque Dalton, poesía e insurgencia a 45 años de su muerte. Casa palabras, No. 45, 5. pdf.
—Díaz Granados, F. (2024, marzo, 21). La importancia de la poesía en el mundo actual. Revista Diners. En: https://revistadiners.com.co/cultura/arte-y-libros/139213_importancia-poesia/
—Duras, M. (2022). Escribir. Tusquets editores.