Cartografía íntima de un atlas en rojo
Escribe | David Marroquí Newell
Editorial: La Tortuga Búlgara (2025)
Nº de páginas: 112
ISBN: 979-13-87535-10-0
Autor: José Luis Díaz Caballero
Prólogo: Patricia Crespo
Idioma original: Castellano
Imaginemos que, sobre la mesa de nuestro estudio —quien tenga un estudio, que a veces ya es mucho imaginar—, desplegamos un gran atlas como aquellos de las antiguas enciclopedias, viejas glorias de la sabiduría sustituidas en las estanterías por adornos baratos de bazar de Internet o, en el mejor de los casos, por otros libros. Pero este atlas que tenemos sobre nuestra mesa imaginaria no es común: en lugar de la orografía de los continentes, en lugar de mapas políticos con las fronteras conocidas, encontramos otra topografía y otros límites. En sus páginas descubrimos los ríos, las montañas y los países que hemos ido construyendo a lo largo de nuestra senda vital. Es la geografía íntima del poeta José Luis Díaz Caballero, unos bosques y unas pendientes creados a través del verso y del recuerdo.
La geografía de este Atlas en rojo se erige como un palimpsesto donde se superponen las capas de la memoria personal con la inevitable memoria colectiva que todos llevamos dentro. Somos herencia de los que nos precedieron, y Díaz Caballero teje con hilos de distintas generaciones un tapiz que cuestiona esas herencias recibidas:
Me pregunto cómo os afectó la muerte de Franco,
(…)
En vuestra burbuja erais
tiranos de la Nada,
Nada os cambió.
En sus páginas no vemos un poeta que juzga, sino que expone la parálisis de quienes habitaron esa nada que se transmite como legado envenenado.
Quien me conoce sabe de mi debilidad por las mitologías, por las construcciones de mundos, ya sean las clásicas o aquellas más contemporáneas que pueblan la literatura de fantasía y ciencia ficción. Por eso no pude dejar de maravillarme ante este poema, desde luego espléndido, y que no dudo en destacar aquí.
Pero Atenea,
este disfraz de mendigo
que me sugieres
no es disfraz,
sino la piel inquietante
que se me impuso
en los albures de la guerra.
Estos versos condensan la tragedia identitaria del poemario. La súplica a la diosa de la sabiduría revela la amarga comprensión de que ciertas máscaras, con el tiempo, se adhieren a la epidermis hasta confundirse con la propia naturaleza. La guerra no como conflicto armado, sino ese viaje ulisiano, esa batalla silenciosa donde se negocia diariamente la supervivencia del yo.
Siguiendo la estela de los griegos, me gustaría evocar a otro viajero, cuyo periplo, aunque diferente al de Ulises, guarda una similitud esencial. Como Orfeo, José Luis Díaz Caballero desciende al inframundo de la identidad en busca de su propia Eurídice. Pero, como enseña el mito, nadie puede sacar a Eurídice del reino de las sombras. Uno siempre vuelve la vista atrás para comprobar que todo sigue en su sitio para descubrir que no es así, y es en ese instante cuando todo lo que pretendíamos rescatar a la luz se desvanece, dejándonos con la única opción de seguir caminando hacia adelante.
El ritmo de esta obra avanza hacia lo ceremonial, hacia esos actos rituales donde lo íntimo se vuelve trascendente. El momento catártico llega con una poderosa confesión
Y es hoy, mirándome al espejo,
cuando inicio la incesante
y siempre ebria ceremonia
en la que arderán así
las pieles de mi padre.
Con la imagen del fuego purificador que consume las vestiduras, el poeta se deshace de los atuendos paternos, acto simbólico de ruptura generacional donde el sujeto poético se afirma en su derecho al incendio y al renacimiento. Porque esta cartografía de Atlas en rojo es, en esencia, un renacimiento: una búsqueda interior cuyo largo viaje sólo puede culminar en un volver a nacer.
La pericia de Díaz Caballero reside en transformar el dolor en conocimiento, la herida en fuente de creación. Cada poema opera como un cartógrafo que dibuja con sangre y tinta los contornos de una geografía interior marcada por el exilio. No es un destierro físico, sino ese extrañamiento fundamental que habita en el espacio entre el yo y su reflejo, entre la palabra y el silencio.
Alzarse.
No contra la ley del padre,
sino contra su silencio.
Levantar una ley
que no está escrita,
que se escribe
con la misma sustancia
de la que se hace el vértigo
en las caídas.
Una ley que no pida perdón
por nacer
en el país de la cicatriz.
Si antes la ceremonia del incendio marcaba un punto de inflexión, el poemario nos revela luego la arquitectura de esa nueva ley interior. El poeta precisa el alcance de su insurrección, una revolución íntima que funda su propia legitimidad en la experiencia vivida, incluso en el fracaso y el riesgo, construyendo una ética personal desde la materia prima de la caída.
Así, la cartografía de Atlas en rojo culmina en la fundación de un nuevo territorio. Este «país de la cicatriz» es la patria final a la que conduce todo el viaje; un lugar no de la vergüenza, sino de la asunción plena donde la herida, lejos de ser un estigma, se convierte en el origen de una soberanía recién conquistada. Es la máxima expresión de un yo que, habiendo recorrido sus ruinas, elige no reconstruir la antigua ciudad, sino fundar una nueva nación en el mismo epicentro de la fractura.
Llegando a la parte central del libro, podemos encontrar un área de tránsito, de cambio, reemplazo; de esa alegría de las cosas que comienzan pero también de la agonía de las cosas que acaban. Vidas. Hablamos de las vidas. Del transitar por ellas, por sus fronteras hasta su final. Hablamos de abrir y cerrar momentos y de saber que una vez que se inicia algo, es tan sólo el preámbulo para su punto y final. En «Noche de boda» podemos apreciar ese inicio avocado al irremediable fin.
En Las Vegas nos abraza
un deseo improbable de pertenecernosJuego o apuesta,
todos los síes
conducen a la extinción
Este fin es irremediable. Lo sabemos en cuanto tenemos constancia de la muerte; pero al mismo tiempo el ser humano se aferra a la esperanza de una idea de seguir aquí de una forma u otra, nos aferramos a una idea de continuidad, de que el final puede ser el nuestro, pero tal vez no sea un final del todo. «Inocencia» es ese poema en el que se lanza una pregunta fundamental que encierra todo el contenido de una vida: «¿Qué será de mí?»
La observamos, ambos, como si
fuera ya un fantasma negociando
la desposesión del abismo.No esperas una respuesta,
sino el anuncio —sutil
desmentido de la muerte—,
de tu próximo nieto.
Y no, madre.
El lenguaje de la obra oscila entre la contención clásica y el arrebato visceral, creando una tensión que mantiene al lector en un territorio fronterizo donde lo personal se universaliza. La voz poética se desdobla constantemente: es el cartógrafo y el territorio, el juez y el reo, el heredero y el parricida. Esta ambivalencia dota a la obra de una riqueza conceptual que trasciende la mera confesión.
Trazo el mapa de mis fronteras con tinta de memoria,
dibujo los ríos que se secaron en mi garganta,
señalo los puertos donde naufragó mi exilio.
Esta es la cartografía del que aprende
a habitar sus ruinas sin pedir permiso.
Atlas en rojo no ofrece consuelos fáciles, sino la belleza áspera de quien ha preferido cartografiar sus ruinas antes que habitar en mentiras ajenas, creando un territorio identitario a partir de las propias cicatrices y pérdidas. La poética de esta obra brilla como un acto de resistencia frente al olvido.

