El arquero y sus flechas

Escribe | Jorge Arias


 

En memoria de Carlos Cousillas,
para quien Los discípulos en Sais
fue su libro de cabecera.


El arquero y sus flechas. Jorge Arias. Los discípulos de Sais, Novalis. Revista Aullido Literatura poesía. Estudiante levante el velo a la diosa Isis en el templo de Sais.

Interpretación a través de IA del momento en el que el estudiante se dispone a levantar el velo a la diosa Isis.

 

La primera frase del libro dice todo: «Varios son los caminos del hombre (…) Quien los siga y compare, verá emerger extrañas formas que parecen pertenecer a una gran escritura cifrada que podemos leer en todas partes (…) En todo presentimos la clave de una escritura mágica» pero sin forma, «como si el alkahest, el solvente universal de los alquimistas, hubiera sido vertido sobre nuestros sentidos». Por todas partes se llegará a Roma; el libro es una discusión libre de los caminos que conducen a una verdad oculta que, al fin de cuentas, está también en el comienzo de los caminos.

Los discípulos en Sais (1798) reconoce como antecedente la balada de Friedrich Schiller La imagen velada de Sais (1795); es a la vez su continuación y quizás su crítica; y aún una crítica no exenta de ironía.

Cuenta Schiller que un joven, ansioso por conocer la verdad y guiado por un sacerdote de Isis, viaja a Sais, Egipto, donde hay un templo con una estatua de la diosa cuyo rostro cubre un velo. El sacerdote dice que la verdad está debajo del velo, que nadie debe levantar. Desoyendo estas advertencias, al llegar la medianoche el joven escala los muros del templo, va hacia la estatua y levanta el velo; al amanecer los sacerdotes encuentran al joven tendido e inconsciente ante la estatua de Isis. Nunca quiso revelar lo que vio y oyó; desde entonces, y para siempre, la felicidad huyó de su vida.

 

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Los discípulos en Sais es un libro tan vario como los caminos del hombre; hay diálogos, conatos de controversia, muchos viajes, un episodio sentimental y un poema que lo recuerda. El ritmo de la narración parece un ensayo estocástico, como si el libro hubiera sido escrito a vuela pluma, sin tomar aliento, con materiales dispersos y diversos y sin correcciones. Como si el autor imitara al pescador que «cuanto más al azar lanza su red (…) mejor es su captura» y tratara a la actividad del pensamiento como un arte análogo al de los arqueros Zen, que aciertan con sus flechas en un blanco que no han visto.

La primera parte del libro se titula «El discípulo». Una voz de alguien que no se identifica pero que resultará ser el maestro, dice que «lo incomprensible es solo el resultado de la incomprensión, que busca lo que ya tiene (…) la sagrada escritura no necesita explicación». El maestro revela que de niño era muy curioso y que viajó mucho; tiene ante sí una «sagrada runa». De sus discípulos, unos abandonaron sus enseñanzas por el comercio, otros viajaron a lejanas tierras; el maestro elige un niño que por su misma naturaleza tiene algo mágico o divino, porque «donde hay un niño, hay una edad de oro», (Novalis, Observaciones misceláneas. No.96). El niño emprenderá un largo viaje, y al regresar, lo sucederá como nuevo maestro en la enseñanza. Otro discípulo, que no comprendía las ideas del maestro, cambia de pronto, se aleja, vuelve feliz y alegre; maestro y discípulos oyen su canto exaltado; trae una piedra que el maestro besa y pone con las otras runas.

El arquero y sus flechas. Jorge Arias. Los discípulos de Sais, Novalis. Revista Aullido Literatura poesía. Templo de Isis con la diosa al fondo.

Templo de Isis con la diosa al fondo. Recreación de IA.

Un discípulo que no viaja y permanece en un estado de introspección, sueña con una doncella dormida que lo espera. No puede ni quiere comprender al maestro, pero el maestro quiere que cada uno siga su camino; alienta al discípulo y al mismo tiempo lo ayuda a no entender. Hay un fin, un templo donde debe ocurrir una revelación: allí, «como ningún mortal puede alzar el velo, debemos tratar de ser inmortales; quien no busca levantar el velo, no es un verdadero discípulo de Sais».

Una segunda y última parte se titula «Naturaleza» donde Novalis vuelve al tema principal, la perdida unión perfecta entre el hombre y la naturaleza, que la poesía puede restaurar. «Debe haber pasado mucho tiempo desde que los hombres dieron nombre a los muchos objetos que caen bajo la acción de sus sentidos y se colocaron en oposición a ellos». Debemos «restaurar el simple estado natural» donde, para  los primeros hombres, todo era familiar, compañero y encontraban, en vez de explicaciones científicas, mitos y poemas sobre hombres, dioses y bestias.

Según Novalis, los caprichos o invenciones de la naturaleza coinciden con la personalidad humana; por eso la poesía es el instrumento de elección de los verdaderos amantes de la naturaleza. El autor enuncia un pensamiento original y sorprendente: la poesía es un medio de conocer las verdades ocultas que se hallan bajo el velo de la diosa en Sais. Hermanada a la naturaleza, la poesía es creadora de otra entidad natural, el poema. Esta convicción recuerda, mutatis mutandi, al evangélico «Sed perfectos como el padre celestial es perfecto» (Evangelio según San Mateo 5.48); no imitar ni rivalizar con la naturaleza, sino crear de la nada formas al infinito, tan válidas como las del cosmos.

La idea de la necesaria unión con la naturaleza aparece en múltiples disertaciones del maestro y los discípulos; para sorpresa del lector, aparece en medio de sus discursos una historia propia de una revista infantil sobre los temas clásicos de niños perdidos y amores recobrados. El joven Jacinto y su amada Pétalo de Rosa son felices; de pronto, sin dar explicaciones, porque en Los discípulos en Sais nadie explica ni tiene que explicar, Jacinto parte de viaje y abandona a su amada, lo que suscita un poema donde Pétalo de Rosa llora el amor perdido. Jacinto, en su peregrinación mística, llega a levantar el velo de Isis: allí está Pétalo de Rosa. Se reúnen para siempre, se casan, tienen hijos, viven en familia. A pesar de esta exaltación de la mujer y de la diosa, Novalis dice también, sin temor a contradecirse, que «…Alguien tuvo éxito y levantó el velo de la diosa en Sais. Pero qué vió? Maravilla de las maravillas, a él mismo». (Fragmentos logológicos II, No.29).

El arquero y sus flechas. Jorge Arias. Los discípulos de Sais, Novalis. Revista Aullido Literatura poesía. Portada del libro de Novalis, Los discípulos de Sais, por Ediciones Hiperión.

Portada del libro de Los discípulos de Sais, obra de Novalis y edición confeccionada por Ediciones Hiperión. Fuente.

Luego de ese Intermezzo, Los discípulos en Sais vuelve con variadas formas y razones a la comunión con la naturaleza: «Estamos relacionados con todas las partes del Universo, como con el futuro y el pasado» (Observaciones misceláneas, 91); no obstante, las páginas finales están dedicadas al elogio de los científicos y de las personas simples, que pasan su vida cubiertos por la oscuridad del rebaño, como los artesanos y quienes se ocupan de tareas campestres, todos los que día a día luchan contra la naturaleza.

En este punto termina el manuscrito, editado como libro en 1802 por Ludwig Tieck y Friedrich Schlegel; cuál seria la conclusión no es difícil de imaginar. Los discípulos en Sais es una narración circular, que finaliza y renace varias veces. Habría nuevas y originales parábolas y pensamientos sobre la busca del absoluto; pero ya hemos visto que el velo de la diosa ha sido rasgado y que la revelación será, una vez más, que todo el saber posible estaba en el principio. Novalis roza fantasías iniciáticas, con sus alusiones a la alquimia y a las runas; seguramente le interesó la alquimia con sus elixires, retortas, matraces y sublimaciones, esa infatigable búsqueda, a través del ensayo y el error, que culminó en la química moderna.

 

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Creemos intuir, adivinar o imaginar al joven que escribió Los discípulos en Sais. Nacido en una familia noble de la Alta Sajonia el 2 de mayo de 1772, es audaz, enérgico y emprendedor, nada lo arredra; es indulgente con sus contradicciones, raptos y frases, como esa mención de las «sagradas runas», que promete enigmas y a nada conduce. Es reservado: no hay una línea que sugiera confesión o efusión; y no es obra del maestro ni de un discípulo, sino de un lagarto, el único momento tierno del libro, el poema sobre la pena de amor de Pétalo de Rosa.

A los veintidós años Novalis se enamoró de una adolescente, Sophie von Kuhn; se comprometen en matrimonio. Ella padece tuberculosis, él estudia Medicina para curarla; Sophie muere a los quince años; Novalis, que muere de tuberculosis en 1801, cuida a Schiller durante la enfermedad que lo llevó a la muerte, también la tuberculosis; como suele ocurrir, Schiller, el enfermo, sobrevive a su cuidador y muere años más tarde, en 1805.

Novalis ocultó su buen corazón, no cortejó el misterio, trabajó como ingeniero en una muy terrestre mina de sal; pero sus ideas e imágenes, a menudo insondables, iluminan siempre, como inesperados e inestables meteoros. Fue, quizás a pesar suyo, único y casi infinito. A la lectura, parece que no va a terminar nunca; pero no se termina nunca con Novalis.


 

Para este artículo empleamos la traducción de Ralph Manheim. Hemos consultado con provecho el prólogo de Margaret Mahony Stoljar a la edición de los Philosophical Writings, State University of New York Press 1997 y el prólogo de Andrés Ibáñez a la edición de Los discípulos en Sais, de Wunderkammer, colección cahiers, 2019.

 

«Los discípulos en Sais» de Novalis. («The novices of Sais», traducción de Ralph Manheim, prólogo de Stephen Spender, 129 pags. Archipelago Books, New York, 2005, 4a. Impresión).

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