El canto a la herrumbre de Antonio Soriano
Escribe | David Marroquí Newell
Antonio Soriano Santacruz (Alicante, 1991) pasó sus primeros años entre naranjos, rosas, hierros oxidados y piedra. A los once años y sin saber por qué, empieza a tocar el piano. Continúa en la carrera musical fascinado por Chopin, el análisis musical y los supuestos dorados de la ópera de la Edad Moderna. Acaba musicología y se muda a Madrid para dedicarse a la investigación musical. Actualmente reside en esta ciudad, donde realiza un doctorado sobre teatro musical del siglo XVIII madrileño. Alterna diferentes bares con paseos a Septiembre, su galgo. Le gustan los teatros, los fermentos, cantar boleros mientras cocina y muchas otras cosas, quizá demasiadas. Echa mucho de menos a su gato sin pata.
Todos los poemas que traemos hoy aquí son de su único y recién estrenado libro Nuevas especies de óxido (Boria Ediciones, 2020), un muy buen primer libro de estreno para un poeta novel. He de decir que ha sido un auténtico descubrimiento la poesía de Antonio Soriano y ha sido un acierto de Antonio Soriano explorar el mundo de las letras, en concreto el de la poesía, que tiene mucho que ver (o todo) con la música, su profesión. Un poeta que me ha gustado particularmente y al que merece la pena seguir la pista. Tiene un estilo ciertamente particular, con unas metáforas que vibran y juegan en el inconsciente colectivo, trabajadas pero fácilmente reconocibles, una poesía muy sentida y que hace sentir, difícil de describir sin ponernos poéticos.
El imaginario utilizado por Antonio Soriano está perfectamente representado en el título del libro. Es un poeta, éste, que canta a la vida de una manera contradictoria, a través de la decadencia, al igual que el óxido que deteriora lo presente convirtiéndolo en algo particular, en lo mismo pero en algo nuevo; un canto a la belleza de lo real, de lo sucio, pero con unas imágenes evocadoras, que juegan con la mística y lo mítico, con las contradicciones, con una «nube de mariposas o polillas», vida y muerte, dos caras de la misma moneda.
Da la sensación de ser Antonio Soriano un poeta que no escoge las palabras, sino que elige y nos brinda la fuerza que hay en ellas. Nos habla de adaptación, del dolor y su llorar; nos habla del amor y el desamor, desde luego, pero también se encuentra una crítica o corte social muy bien tratado, directa o indirectamente, en el poema «La herrumbre: Alicante o como aprendí a amar el vodca con tónica mientras decidíamos volvernos decididamente apátridas», en el que el poeta se siente apátrida. Los tres últimos poemas tratan de la huida (el libro está dividido en tres partes diferenciadas, esta huida correspondería a la última parte). La huida como concepto, dolorosa huida, pero también la huida como simple camino, como la senda de la vida, el recorrido personal, en la que «ya sólo caminar tiene sentido».
Verdaderamente me ha sido complicado escoger entre los poemas de Antonio Soriano. Difícil decisión dejar fuera cualquiera de los que se nos ha puesto por delante. Pero no quiero hablar de los poemas, porque no es esta una reseña del libro, y prefiero hablar de lo que evocan y que sea el lector o lectora la que saque sus propias conclusiones en la lectura.
Prólogo. Escenario vacío.
Entra. Respira, asiente y habla:
Vivir.
Vivir y darse cuenta de que ninguna herida está cerrada.
Levantarse.
Levantarse y morder la úlcera.
Y mirarse.
Mirarse en el espejo con los dientes llenos de sangre
y entender que
aun siendo devorado por una nube de mariposas y polillas
existe algo malo en todo esto.
La herrumbre: Alicante o como aprendí a amar el vodca con tónica mientras decidíamos volvernos decididamente apátridas
¿Qué se puede decir
de los hijos de la sal y la tierra yerma
de los dueños de la piedra blanca
de días vivos en sueños secos?
¿Qué podemos hacer nosotros
que caminamos por senderos
de polvo y alquitrán
y sentimos
la austera azotea y el árbol de artificio?
Nuestros padres abandonaron el ayer
salieron del pueblo
buscando burgo
y pensaron que la antigua ciudad aceptaría sus frutos.
Pero no tenemos vanguardia
ni reyes
ni reinas
ni ecos dorados de Málaga y Sevilla.
El Levante nos vendió a Europa
el propio viento nos traiciona
y la humedad aquí no es agua
solo sol
sol y sombra naranja.
¿Qué podemos hacer con nuestra patria marchita
con el cemento
con las falsas montañas
con los años setenta
el sol
la mafia
los cerdos
la muerte
alacranes desfilando y aire espeso?
¿Qué haremos con todo esto?
Con esta ciudad
que con el polvo nos ordena
nos bendice y nos encierra.
Que día tras día se somete
a una opinión burda
al niño que no llora
al pájaro que no canta
a la falsa poesía
a la senda inventada.
Trapecio de naranjas y soles
ya no quedan lugares en esta tierra
todo se lo tragó el mar
el único príncipe que nos ayuda.
Al mar
al mar se va la vida
todo aquí ha de ser sepultado
por las mareas de luna enana
de luna bella.
Oh, el mar justo y bueno.
Único premio de esta tierra.
Única sangre que bebemos.
Única vida que no llora.
Lo que viene: lo que parece venir. Periscopio
Vamos
solventemos el azul de marzo
y ayudémonos en el despiece de nuestros ojos
para no ver
la feroz recaída
el naufragio.
Levanta y vamos.
Antes de que se acabe el hidrógeno en el cosmos
y en el vacío tengamos que mirarnos las nucas
sin horizonte concreto
y no oigamos la voz de lo nuevo.
Rápido.
No vaya a ser que el cielo se tiña de negro
y llegue la noche
sin crepúsculo que avise.
Si trastocan las luces y las sombras con las horas
te prometo que no estaré aquí.
Cuando los picos de estas montañas
aquellas que rebotan los ecos de tus risas y tus gritos
sean polvo
te haré sentir el hueco
la sombra
y tu llorarás
o creo que llorarás.
Quién sabe.
Pero a tiempo estamos de pegar las últimas bocanadas
solo del argón del aire.
Y sonreír en las últimas veces de tu nombre.
Las constricciones que hablan
la asunción santa del fin
el agnus muerto en el altar de los cánticos
no pueden tocarme
ahora.
No importa mañana.
Todo va bien
ahora.
La huida: mil dracos
Sí al roto.
Sí a la búsqueda insaciable de un te gusto.
Sí al quiebro.
Sí a la muerte de un gigante infantizado
asesinado por mil bocas y mordiscos.
Sí a las sombras premolares
que anteceden lo que muerde.
Sí al bocado que es más grande que la boca.
Sí al desnudo.
Sí a la idea penetrante y expansiva
de follarse a todo el mundo.
De sentirse nuevamente
. dividido.
Sí
. al desvergonzado intento de ofrecerse a devorarse.
Sí
. a la sombra alterna de lo que he sido.
Sí
. a la muerte por asentimiento.
La huida: pruebas del VIH
Espiral.
Maricones que son Ícaros acercándose
demasiado al sol.
Transexuales que son penitentes
en los acantilados del Aqueronte.
Espiral.
Heterosexuales que creían que serían de oro
y se rompieron como ídolos de barro cocido.
Enfermeros que comunican exclusión y muerte
como Torquemadas con un trabajo muy aburrido.
Espiral.
Nadie les dijo nada sobre el sexo.
El sexo da la vida.
Espiral.
El sexo os da la muerte.
Espiral.
Yo creía estar enamorado.
Espiral. Yo. Amor.
Centro.
Golpe.
Luz.
Una doctora que ya no es joven
me pregunta sobre besos negros y fisting.
Yo en el centro de las miradas.
Yo entreteniendo a Adriano en el circo.
Yo pintando para Rodrigo de Borja.
Yo cantando Pórpora a Felipe V.
Luz.
No, no hago fisting, gracias.
Yo solo soy el filo de la sombra que veis.
No, nada de sexo oroanal.
Solo escribo y creo querer a la persona
del espejo equivocada.
Yo.
Centro.
Yo.
Mi yo espiral.
Estoy sano, por ahora.
Solvento la plaga de los hijos de Sodoma
y aprendo uno a uno todos los idiomas Post-Babel.
Yo.
Él.
Y Yo.
Asumiremos la tormenta y saldremos adelante
sin la ayuda de ningún Perseo flameante.
Con o sin perdón
habremos de vivir.
La huida: senda
Aprendió a sobrevivir a base de viejas historias
y huesos de melocotón.
Aprendió a leer augurios y anticiclones
en los pelos que Casigato dejaba en la ropa
y en el sofá.
Aprendió de todo y de todos
lo indispensable para continuar a ciegas.
Aprendió de los terribles
a mover el hierro pesado
y lo militar del sexo y del esfuerzo.
Y aprendió de los hippies
los ciclos y tipos del té
y a tirarse en el suelo en las tardes
del verano madrileño
a escribir en la pared.
Aprendió de los pulpos
a abrazar con ocho brazos.
Aprendió de los vientos del verano
que el amor es algo propio
y que poco tiene que ver con lo azaroso.
Y aprendió de cierto pueblo
la permanencia
y la alegría de lo cotidiano.
Aprendió muchas cosas
aunque solo las justas que cabían en sus manos.
De Chopin aprendió la alegría
de lo triste.
De Monteverdi y Galuppi lo aprendió todo muy rápido.
Se aprendió de memoria el alfabeto
de las pieles
de ciertos nómadas
y recordó el lenguaje de las flores.
Y tras ello
un día
salió y se puso a caminar
desde el inicio de este Este
hasta el Poniente más brillante.
Andará
andará hasta que las hojas del ciruelo se hayan ido
y los chopos hayan predicho ya el marrón.
Allí en lo lejano todo esto será el polvo
que comíamos.
Pero ya no importa.
Lo aprendido sirve como camino
y tras la primera linealetra
es imposible desandar lo andado.
Para siempre ya esto es nada
y ya solo caminar tiene sentido.