Jenofonte, el escritor y el soldado

Escribe| Mikel López Aurrecoechea

Artículo publicado originalmente en Témpora Magazine el 6 de octubre de 2015.


Durante la antigüedad, tanto para griegos como para romanos, la historia de la Hélade tenía una trinidad de autores: Heródoto, Tucídides y Jenofonte. Heródoto es recordado como el padre de la historia. Tucídides, por ser el primer historiador «científico», ya que cuestionaba todas las fuentes que le llegaban. Pero el caso del ático como veremos es distinto…  ¿Podemos considerar a Jenofonte como historiador? ¿Quién fue este ateniense de ideales espartanos? ¿Sus libros son históricos o meros «best-seller» de la antigüedad?

Para intentar responder estas preguntas nos aproximaremos a la vida de este autor, a veces tan contradictoria como fascinante, donde sin duda muchas de sus experiencias merecían ser puestas por escrito.

Busto de Jenofonte, Berlin

Busto de Jenofonte, Berlin. Fuente

Jenofonte nace en Atenas en torno al año 430 a.C. en el seno de una familia acomodada, la cual le dio una educación basada tanto en las letras como en las artes de la equitación y la caza. Dentro de esta educación que Jenofonte recibió, se debe destacar la figura de Sócrates, pues aunque no fue discípulo suyo, el filósofo siempre fue un referente para él, representándolo en sus escritos como una autentica figura paterna. Algo muy reseñable es que sus primeros veinticinco años se desarrollaron durante un conflicto armado, creciendo en el contexto de la brutal Guerra del Peloponeso, en la cual llegó a participar como jinete, aunque por desgracia para él, su bando fue el perdedor de la contienda. Tal vez el factor de ser derrotado ante la facción espartana, que se situaba como ciudad hegemónica de toda Grecia, unido a su educación conservadora, recta y fiel a las tradiciones y a la moral, hicieron que ese Jenofonte de veinte años mirara hacia la poderosa Esparta con admiración.

Con el final de la Guerra del Peloponeso, que duró más de veinte años, una gran cantidad de soldados se encontraban desmovilizados. Situación que fue aprovechada por el príncipe Ciro, quien conspiraba para derrocar a su hermano y coronarse rey de Persia. Para ello reunió un contingente de hoplitas griegos, con una experiencia más que considerable tras el largo conflicto. Este grupo de mercenarios vino de ciudades como Tesalia, Megara, Beocia o Esparta (esta última permitiendo ir a sus soldados seguramente para devolver la ayuda prestada contra Atenas). De este modo, a través de su amigo Próxeno de Beocia, se ve invitado a unirse a la expedición. Parece ser que Jenofonte no formó parte del contingente armado, según cuenta él mismo, acompañándoles solo como un mero espectador, queriendo ver los acontecimientos en primera persona. Debemos de tener presente que ningún griego, salvo los generales y capitanes, tenía conocimiento de que iban a atacar al rey persa, dándose cuenta del hecho ya en Cilicia.

Había en el ejército un cierto Jenofonte, de Atenas, que no iba como general, ni como capitán, ni como soldado. Próxeno, que era viejo amigo suyo, le había invitado a que abandonase su patria, prometiéndole, si venía, que le procuraría la amistad de Ciro, la cual para él mismo tenía más importancia que la patria. Jenofonte, leída la carta, consultó a Sócrates, de Atenas, sobre este viaje. Y Sócrates, temiendo se atrajese Jenofonte la enemistad de sus conciudadanos si entraba en amistad con Ciro, que parecía haber ayudado con todas sus fuerzas a los lacedemonios contra Atenas, le aconsejó fuese a Delfos y pidiese consejo al dios acerca del viaje.

(Anabasis, libro III.1)

La campaña de Ciro salió de la ciudad de Sardes, adentrándose hacia el corazón del Imperio Persa y descendiendo el curso del Éufrates hasta Cunaxa, donde se produjo el enfrentamiento contra el rey Artajerjes II. En esta batalla los griegos formaron en el flanco  derecho, pegados al Éufrates, donde consiguieron vencer a los persas, pero el resto del ejército rebelde fue flanqueado y derrotado. El propio Ciro cayó muerto al intentar cambiar el rumbo de la batalla mandando el mismo una carga de caballería. De este modo, los persas rebeldes fueron puestos en fuga, muertos o capturados, quedando los griegos abandonados a su suerte incluso por sus enemigos en el mismo campo de batalla, sin comida ni techo, rodeados de miles de kilómetros de territorio enemigo.

Óleo que repreenta la carga de Ciro el Joven en Cunaxa. Cuadro de Adrien Guignet. Siglo XIX. Louvre, París.

Óleo que representa la carga de Ciro el Joven en Cunaxa. Cuadro de Adrien Guignet. Siglo XIX. Louvre, París.  Fuente

Tras llegar a una tregua con el sátrapa Tisafernes, que hacía de emisario de Artajerjes, se convocan a los generales para tratar el retorno de los griegos, pero fueron asesinados por los persas. Es en ese momento donde Jenofonte, que ha sido un simple espectador, tiene un sueño y decide hablar con sus compatriotas, a los que seduce con un discurso que alentó el ánimo de los griegos que terminarían por elegirlo como uno de sus generales. Comenzará de este modo una marcha de vuelta a través de territorio enemigo, cruzando por sí solos casi toda Mesopotamia y los Montes Tauro hasta llegar al Mar Negro.

Decidimos cruzar el país haciendo el menor daño que podamos, si se nos deja volver a nuestra patria; pero si alguien nos impide el paso, decidimos luchar contra éste con todas nuestras fuerzas.

Quirísofo de Lacedemonia (Anabasis, Libro III .3.17)

Toda esta epopeya será contada por primera vez por Soféneto de Estinfalo, quien no le dará a Jenofonte un papel relevante, por lo que el ático escribirá la aventura detallando su importancia en la empresa, pero lo hará bajo un pseudónimo: Temistógenes de Siracusa, según nos cuenta Plutarco. Tiempo después, desde su exilio reescribirá la obra, ahora sí, bajo su firma. Durante el texto de Jenofonte, éste siempre aporta la mejor propuesta a seguir, llegando incluso en algunos momentos a ponerse por delante de Quirísofo de Lacedemonia, quien fue en realidad el general en jefe durante el repliegue griego. No obstante, es de reconocer que su participación en la retirada fue crucial, además de narrarla con un estilo que recuerda a Heródoto, recreándose en los detalles culturales, paisajísticos y todo aspecto exótico de las tierras que recorren.

Con la vuelta a Grecia, Jenofonte se pondrá a las órdenes del rey espartano Agesilao II, con quien combatirá en Asia menor y quien terminaría por ser su protector y amigo. Este acercamiento hacia Esparta, que encajaba con su carácter conservador y amante de las antiguas tradiciones, así como a la admiración del ateniense por esta ciudad, sería vista con recelo por sus compatriotas. Aunque había más atenienses que apoyaban a Esparta en esos tiempos, el caso de Jenofonte llegará a ser intolerable, condenándole al exilio y embargando sus bienes después de que éste tome parte durante la Guerra de Corinto, combatiendo contra los ejércitos de su propia ciudad en Coronea.

Tras su destierro, Jenofonte será bien recibido en Esparta, donde pese a ser extranjero se le dará un trato privilegiado, y tal vez por influencia de su amistad con el rey, se le dará una villa en Escilunte. Tal era la inclinación de Jenofonte por esta ciudad, que no dudará en mandar a sus hijos para que sean educados allí. Durante el tiempo que pasó exiliado en Escilunte escribirá la mayoría de sus obras. Entre ellas podemos encontrar algunos tratados sobre las actividades que él mismo practicaba, como la equitación y la doma (De la equitación o Hiparquico), la caza (Cinegético) o la administración doméstica y de fincas (Económico).

Cuadro de la condena de Sócrates de Jacques Louis David. Siglo XVIII. Museo Metropolitano, Nueva York.

Cuadro de la condena de Sócrates de Jacques Louis David. Siglo XVIII. Museo Metropolitano, Nueva York. Fuente

Un hecho importante en la vida de Jenofonte fue la sentencia a muerte de Sócrates (399 a.C.), que sucedió mientras los griegos llegaban al mar Negro y conseguían huir del Imperio Persa. Aunque no sabemos si dicho acto terminó por alejarlo de la política de su ciudad, lo cierto es que cuando en el año 393 a.C. Polícrates publica un panfleto antisocrático, Jenofonte se ve obligado a redactar una respuesta. Dicha respuesta ahora es conocida como Apología de Sócrates, encontrándose como el primer libro de la obra Memorables.

En esta obra se enfrenta desde su exilio a los difamadores del filósofo, evitando que se relacione a Sócrates con aquellos traidores de la democracia, que personificados en hombres como Critias, uno de los treinta tiranos, o Alcibíades, desterrado en dos ocasiones por ayudar a espartanos y persas respectivamente. Pero a la vez que defiende al filósofo, es el propio Jenofonte el que por extensión se aleja de la imagen de antidemocrático que él también tenía. Es posible que con esto muestre que seguía teniendo interés en volver a su ciudad natal algún día.

Pese a ser ateniense, como vemos, Jenofonte tenía arquetipos muy distintos en su ideario. Entre ellos se encuentran algunos tan opuestos como Atenas, Esparta o la misma Persia. A lo largo de su vida fue capaz de defender a Sócrates y la democracia, a la vez que escribía sobre el Estado Lacedemonio o Persia y las describía como estados utópicos e ideales.

Un ejemplo de ello es su obra Constitución de los lacedemonios, escrita en torno al 360 a.C. En esta habla de las instituciones creadas por Licurgo, sus leyes o la articulación de la sociedad de Esparta. No falta en ella un toque de crítica, haciendo referencia a cómo los espartanos de su tiempo, pese a ostentar la hegemonía, se han alejado de las antiguas leyes. Esta relajación moral, según él, es la causa de una «venida a menos», que curiosamente coincide con la hegemonía que pronto perderían en favor de Tebas. Este control de Esparta había tenido su punto de inflexión diez años antes, con la derrota de esta en Leuctra. Otra obra que trata sobre Esparta será Agesilao, una obra biográfica que le dedica al monarca tras su fallecimiento, en la cual muestra el aprecio que le tenía, no dudando en exagerar sus acciones como general y gobernante.

Otra de sus grandes obras será la Ciropedia, donde vuelve a describir un ideal político, usándolo de ejemplo para sus contemporáneos, aunque para ello tenga que sacrificar la veracidad histórica. El título de la obra hace referencia a «la educación de Ciro», así como a las consecuencias de esta, puesto que en este caso excede la etapa educativa y escribe su biografía completa de Ciro el Grande. En esta obra nos muestra un gobernante con un sentido inaudito de la justicia. Como decimos, dentro de esta idealización, Jenofonte no hace honor a la verdad, incluso en las ocasiones en las que la conoce. Un ejemplo es narrar la muerte del rey, describiéndola en su cama, para poner en sus labios unas últimas palabras. Pero el hecho es que Ciro murió combatiendo contra los masagetas mandados por la reina Tomiris. Este hecho debió de ser mas que conocido por Jenofonte cuando estaba en el corazón del imperio que éste gobernante formó gracias a sus conquistas.

Jenofonte nos dibuja una imagen idílica tanto del Gran Rey como de sus dominios. Pero vuelve a pecar de poca veracidad, ya que los valores usados muchas veces son los suyos propios. Ciro actuará durante toda la obra con la rectitud de un espartiata que se encuentra influido por el pensamiento inductivo de Sócrates. Vemos cómo el objetivo de Jenofonte no es hacer historia, sino escribir un relato con un cierto fundamento real, que sirve a su auténtico propósito: hacer una obra pedagógica y moral. No obstante, esta obra agradó a griegos y a romanos, extendiendo la fama de Ciro como un personaje romántico del que beberían tantos otros autores. Entre los lectores de esta obra encontramos a varios generales romanos, como Lúculo o Escipión, que tanto apreciaban las descripciones de técnicas militares encontradas en dicha obra.

Seguramente la obra en la que Jenofonte más se acerque a la labor de un historiador son las Helénicas, donde continua la obra de Tucídides. Para ello seguirá narrando la Guerra del Peloponeso donde lo dejó éste, en el 411 a.C. con el golpe de Estado en Atenas de los Cuatrocientos, y continuándola hasta la batalla de Mantinea en el 362 a.C. Lo cierto es que esta narración recuerda a la anterior de Tucídides, aunque al ser escrita desde su exilio, se nota como pese a intentar ser imparcial, la enfoca desde el punto de vista lacedemonio. Pese a todo, es de gran interés cómo relata la caída de Atenas a la vez que prosigue con la posterior ascensión de Esparta para continuar con su decadencia y caída.

Como vemos, en la mayoría de sus obras no cumple como un historiador. Cierto es que su experiencia como soldado le da una excelente visión en estos temas, como muestra su presencia en la bibliografía de cualquier obra sobre el mundo militar griego. Pero en términos generales, no hace Historia, y pese a la gran influencia que tenía de la filosofía, tampoco fue un filósofo, puesto que no aborda ningún problema existencial. No obstante, y aunque no fuera un historiador propiamente dicho, sus obras sí fueron de un gran valor para sus sucesores. Plutarco, por ejemplo, utilizó la obra sobre Agesilao como principal fuente a la hora de escribir sus Vidas paralelas, comparando al espartano con Pompeyo.

Es posible que Jenofonte deba ser considerado más como un escritor, el cual vivió en una época de transición, lo que sumado a una visión perspicaz, le hizo plasmar en sus variados libros gran parte de estos cambios. Su lenguaje fácil y simple le hizo ganarse a un público muy amplio, llegando a sobrevivir a lo largo de los siglos complaciendo los gustos de exquisitos lectores. El mismo Cicerón, diría de su estilo que era «dulce como la miel». Por otro lado, este simple escritor nos adelanta un periodo que comienza a llegar, el helenismo, con una lengua que deja ver la lengua koiné, y un sentir que no se vincula a una sola ciudad, sino al panhelenismo que se estaba haciendo común.

Es por ello que la importancia de Jenofonte no radica en su labor como historiador o filósofo, sino en su propia obra, ya que generó una obra tan amplia que terminó por crear una visión panorámica de este periodo de transición; un momento en el que las ciudades estado dejarían paso a otro tipo de Estado. Un Estado como el que extendería Alejandro Magno, quien por cierto, lo leía mientras conquistaba Persia haciendo un camino similar al que ya emprendieron los diez mil. Vemos como esta producción literaria, más que tratar de narrar la historia, consiguió hacerla.



Bibliografía|

JENOFONTE, “Anabasis“, Biblioteca Clásicos Grecolatinos, con estudio preliminar de Francisco Montes de Oca, 2006.

RIOS FERNANDEZ, Manuel, “Los silencios de Jenofonte en el Agesilao de Plutarco”, Habis, 1984.

CONNOLLY, P., “Los ejércitos griegos”, Madrid: Espasa-Calpe, 1981.

FERNANDEZ NIETO, Javier (Coord). “Historia Antigua de Grecia y Roma”, Valencia: Tirant lo Blanch, 2005.

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