Gonzalo Arango, «Los nadaístas» y otros poemas

Gonzalo Arango. Fuente.
Gonzalo Arango (Andes, 1931—Guachancipá, 1976) fue un poeta, ensayista y agitador cultural colombiano, fundador del Nadaísmo, un movimiento que sacudió los cimientos de la literatura y el pensamiento de su país. Su obra, testimonio de rebeldía, es un canto al desarraigo y una exploración de los límites entre la destrucción y la creación.
Pronto buscaría distanciarse del entorno católico y conservador en el que se crio, y a mediados de los años cincuenta, desencantado con la literatura tradicional colombiana y con el ambiente político del país, proclamó el manifiesto del Nadaísta, un llamado a la subversión de los valores establecidos y a la creación de una nueva sensibilidad artística. Esta corriente estuvo influenciada por el existencialismo, el surrealismo y la rebeldía de escritores como Rimbaud y Nietzsche. Fue una respuesta irreverente a la solemnidad académica y al moralismo literario.
Utilizando la poesía como arma para desafiar la hipocresía social y el conformismo, su obra está impregnada de ironía, desgarro y una constante búsqueda de libertad. Gonzalo Arango es un poeta con una gran capacidad para fusionar la lírica visionaria con la crítica mordaz. Prueba de ello podría ser el texto «Testamento» donde realiza un testamento simbólico donde reparte su legado entre el absurdo y la lucidez: «Mi gloria a los pobres de espíritu. / Mi felicidad a los psiquiatras. / Mi sífilis a la posteridad». Pero su poesía no es solamente provocación, sino que también encontramos dentro de ella una exploración espiritual y en los últimos años podemos apreciar en él un distanciamiento respecto al nihilismo radical y un acercamiento a concepciones más transcendentales de la vida.
Respecto a su faceta como ensayista, Gonzalo Arango destacó como por su agudeza en la crítica. El ensayo fue un género literario que le permitió reflexionar sobre lecturas y autores, construyendo su propia voz dentro del género a través de metáforas y pensamientos. La irreverencia y la contradicción siempre fueron parte de él, como ya hemos mencionado anteriormente, y también se vieron reflejadas en sus escritos ensayísticos. A su vez, muestra una mirada profunda hacia la construcción social, política, espiritual e intelectual de las obras, a cuyo estudio y crítica dedica su tiempo. Es destacable que, con apenas veinte años, ya escribiera textos sobre José Enrique Rodó («Rodó, expresión estética del idealismo») y José Martí («El idealismo de José martí») en Letras Universitarias [textos que pueden encontrar en El oso y el colibrí (y otros perfiles, notas, críticas, ensayos)]. En estos ensayos, debatiría las obras de estos autores como creaciones emblemáticas de la literatura latinoamericana y como testimonios de compromiso político. Con estos textos podemos apreciar en Arango el compromiso con lo colectivo. Aquí comenzaría a germinar su rechazo al «pensamiento domesticado», una actitud que lo acompañaría toda su vida. Como bien destaca Juan Felipe Restrepo David, en el ensayo «Un faulkneriano en Colombia» dedicado a la obra La hojarasca, de Gabriel García Márquez, intenta explicar la novela como un logro de forma y novedad para la literatura colombiana.
La obra de Gonzalo Arango es una amalgama de géneros en donde están incluidos la autobiografía, el ensayo, la crítica literaria, las cartas, el periodismo, la poesía, la narrativa, los perfiles, etc. Exploró una gran diversidad de registros, logrando construir, además, una imagen de sí mismo a través de un diálogo interno constante. Una obra muy interesante en la cual podemos comprobar esta mezcla es El oso y el colibrí (1968), libro que nace en plena Guerra Fría cuando Arango presentó al poeta soviético Eugenio Evtushenko en un festival en Cali. Es una obra fragmentaria que rompe con las convenciones, en la que se combinan cartas, poemas, comentarios políticos y hasta antologías. La idea de Gonzalo Arango siempre fue la de romper las estructuras rígidas de los géneros, cosa que hace en El oso y el colibrí.
Los textos no ficcionales de Gonzalo Arango nos muestran a un hombre activo entre libros, activo en cuanto al debate político y las tertulias nocturnas en los bares; un hombre que vivía en la irreverencia, la poesía; un hombre que cultivó una voz honesta dentro del mundo de las letras.
En cuanto al legado del nadaísmo, aunque él mismo lo fundó como un movimiento desafiante, provocador y nihilista, Arango tomará otro camino hacia posturas más reflexivas y espirituales en su última etapa, diciéndose incluso que se distanció hasta renegar de él. Esto no evitaría que acabara siendo un movimiento que dejaría una huella profunda e indeleble en la literatura colombiana. Sus adeptos llevaron a cabo escritos iconoclastas y una fuerte crítica a la sociedad del momento.
Gonzalo Arango, que falleció a los cuarenta y cinco años en un accidente automovilístico, no solo transformó la literatura colombiana, sino que también redefinió el papel del poeta como un provocador, un iluminado y un testigo de su tiempo. Su obra, entre el grito y la plegaria, sigue resonando como un eco de rebeldía y pasión por la palabra.
Los poemas que presentamos aquí de Gonzalo Arango son «Sonata metafísica para que bailen los muertos», «Pena capital», «Poema a mi Sobretodo», «Los nadaístas» y «¡Soy otro!».
El primero de los poemas, «Sonata metafísica para que bailen los muertos», es un poema muy característico del nadaísmo. En él podemos encontrar la ironía y una meditación existencial sobre la vida y la muerte, con un tono y una visión nihilista de la existencia en la que vivir y estar muerto parecen tener un peso similar. Se reflexiona sobre el rol del poeta y nos presenta también a la poesía, en apariencia inútil, puede ser un medio para enfrentar y resignificar la muerte.
«Pena capital», un poema emblemático de Gonzalo Arango, contiene un gran punto de autocrítica y confrontación con el mundo. Para el poeta, la poesía es tanto un acto de creación como de castigo. El poema tiene algunas imágenes perturbadoras que vienen a enfatizar la transitoriedad y la decadencia de sus aspiraciones como poeta. Esta autocrítica radical que es característica del nadaísmo. Es un poema con una fuerte declaración existencial, al mismo tiempo que una declaración personal frente a la poesía.
En «Poema a mi Sobretodo» podemos apreciar el lenguaje directo de Arango donde revaloriza un objeto cotidiano que podría pasar desapercibido para cualquiera. El poeta colombiano convierte a su sobretodo en testigo de su historia, en su mejor amigo. El objeto se, común, se llena de significado personal y emocional. No es un sobretodo cualquiera, es el sobretodo de Gonzalo Arango y es tan parte de él como el poeta del sobretodo.
Un poema que plasma el espíritu de rebeldía de una generación. «Los nadaístas», podría ser un poema que resume o se puede erigir como un manifiesto estético del movimiento fundado por Arango. El poema plantea una pregunta existencial: «¿por qué hay cosas y no más bien Nada?». Vemos en él la irrupción del caos con la llegada de los nadaístas, los cuales se introducen en todos los aspectos de la vida cotidiana. Las imágenes que lanza el poema son impactantes y se fusionan el mundo natural con el urbano. Aquí podemos ver la identidad del nadaísta: ser nadaísta es abrazar la duda, la transitoriedad y la negación de las certezas absolutas.
Por último, «¡Soy otro!», poema escrito en prosa, es un texto muy representativo y simbólico. Es un poema escrito en su última etapa y nos muestra a un poeta que se reinventa a sí mismo, purificándose mediante el fuego y renaciendo como el ave fénix, dejando atrás su pasado, despojándose de él, de todo aquello que le definía para declararse finalmente como «otro». Esta destrucción del pasado y reinvención de uno mismo sería una declaración de libertad, una puerta abierta a una nueva identidad, más auténtica y menos atada a las convenciones. También podemos ver en la simbología del poema aquella negación del movimiento que él mismo fundó, apartando su propio legado y convirtiéndose en un nuevo y renacido Gonzalo Arango, de corte más espiritual y menos provocador.
Sonata metafísica para que bailen los muertos
Yo era poeta y me gustaba cantar
nunca hice nada más útil en la tierra
ni nada más inútil:
sólo cantar.
Iba los domingos a los cementerios
y cuando no tenía nada que hacer
que era siempre
iba en los días de semana
allí aprendí y olvidé muchas cosas:
que vivir no es importante
y que estar muerto tampoco.
Me sentaba bajo los cipreses
hiciera sol o luna
Lo más importante era yo
que por casualidad estaba vivo.
Antes de mí vivió
y vivirá mucha gente
eso no interesa.
Por eso me reconozco tanta importancia
y a veces pienso sin vanidad
que yo soy un genio
un verdadero genio tenebroso.
En los cementerios yo cantaba cosas lúgubres
sobre la muerte
y las cosas alegres
eso dependía de los muertos
no de mí
porque los muertos me hacían cambiar
mi visión de las cosas.
Yo no me sentía alegre
Tampoco triste
esa era una patria diferente.
Zumbaban las moscas en torno
a las viejas putrefacciones
y luego se posaban en el papel
y defecaban alegremente
sobre mi canto.
Esas tenues defecaciones le daban a mis
himnos
un cierto sabor elegíaco
pero nada más
el sol ventana matinal
bajaba hasta las hojas de mis cantos
quemando la impureza.
La poesía quedaba en el centro incorruptible
de su voz espantosa.
Yo seguía cantando…
los instantes de la reflexión me cansaban
por las bellas inútiles ideas de la muerte.
En los intervalos de la poesía
orinaba sobre los pinos
aprovechando los entierros.
El enterrador se enojaba conmigo
porque yo orinaba en sus pinos
sobre cuya verdura y laxitud
tenía extrañas teorías.
Cuando relucía su cólera
me invitaba a que hiciera esa cochinada
en la letrina
donde él la hacía
pero yo supuse con razones incontrovertibles
a su lógica
que los muertos de noche
harían lo mismo que el enterrador
y me asqueaba ser como los muertos:
yo los admiraba de lejos
y los quería por no ser como yo
meando como los hombres verdaderos
sobre los pinos verdaderos.
Cuando me aburría
fumaba las hojas de eucaliptus
que recogía del lado de las tumbas
y las metía en mi pipa calcinada
de viejos fuegos y otras adoraciones.
Yo producía oleadas de humo
que se confundían en lo alto
con los rezos y las inmundicias.
Otras veces me deslizaba en el sueño
Entonces los muertos se aburrían sin mí
nostálgicos de existencia
y lo que hacían era enviar a sus moscas
tutelares
para despertarme y no cesara de cantar
los muertos sabían que sin mi canto
estaban perdidos
yo les traía el verdor del campo
la celeste quietud
y el suave olor de las lilas.
Mi presencia no era un consuelo
sino una defensa contra el olvido
su seguridad en el estar aquí
y yo les hacía el homenaje de mi ser
de mi saberme ser.
En las plazas y calles de los hombres
yo sufría el gusto irresistible de la soledad
por un momento está bien
por un día
por media vida
pero no para siempre.
Muchos años pasé entre ellos
sin más oficio que estar allí
como un vagabundo detenido
en el sitio de su sueño.
La paz inmensa me invadía.
Una vez necesité cambiar
buscar una nueva dimensión del cielo
y de las distancias.
Prometí no volver.
Pero de regreso a nuevas adoraciones
encontré a la Monja que salía del cine
y la quería hacer el amor.
Como no había más sitio para la castidad
de los dos
la llevé al cementerio y allí nos amamos
entre el zumbido de las moscas
y el rumor cómplice de los muertos.
Estos se despertaron con el sonido del amor
y salieron de sus tumbas a gozar en nosotros
recuerdos inmemoriales
y bailaron en torno a nuestros cuerpos
desnudos y vertiginosos
imitando nuestros movimientos brutales
Yo no tuve vergüenza esta vez por los muertos
que carecían de conciencia
por eso bailaban y eran tan felices.
De una manera nueva
los muertos estaban en el mundo.
Pena capital
El sueño de mi vida nunca fue la belleza sino el poder.
Y no un poder cualquiera. ¡El Poder Absoluto!
No rendir cuentas a nadie, a nada, más que a la grandeza misma.
Porque soy débil aborrecí la debilidad en los hombres y en la historia,
y solo me rendí reverente ante las fuerzas cósmicas de la naturaleza.
Sé que no alcanzaré al éxtasis
ni llegaré a coronarme en el trono de los despotismos
por culpa del santo temor que me inculcaron
y que me convirtió en sacristán de Dios,
mendigo de los fantásticos festines de la gloria.
No viviré bastante para la nostalgia del poder y las lamentaciones del infortunio
de crearme un destino a base de amontonar palabras.
Soy cada día este cadáver que desaparece bajo un torrente de babas, ruidos agónicos
y destilaciones de una enfermedad que sofoca al monstruo en mi alma.
Perdido para este mundo y para Dios.
Mi vida es hoy una fortaleza saqueada, la sustancia viscosa, hediente,
que emana del cadáver de mi gran sueño del Poder.
Me sobrevivo como una babosa en su repugnante humedad,
y todo se precipita para cubrirme de irrisión,
para que no aspire más a esas ígneas fulguraciones
donde los elegidos han forjado su grandeza exterminadora,
el estremecimiento de los cielos.
Para vengarme de esta migaja de ignominia a la que he sido condenado,
ejerceré el terror,
contagiaré la peste,
irradiaré mi enfermedad a todos los vientos desde el falso trono de la poesía.
Aún más, disfrazaré mi piedad con la horrible máscara del tirano y dictaré un decreto:
Yo
Gonzalo Adolfo
tirano del mundo
me sentencio a la
PENA CAPITAL
de pasar la vida
frente a una máquina de escribir
escribiendo
la palabra MIERDA
por los siglos de los siglos de los siglos.
De la antología Obra negra (1974)
Poema a mi Sobretodo (Poema a mi Sobrenada en otras versiones)
El sobretodo es mi mejor amigo
bebemos vino de consagrar en los viñedos
y nos emborrachamos,
compartimos el amor con las mujeres.
Mi sobretodo es sensual y seductor.
En la cárcel era un colchón
en los prostíbulos era un refugio
con las manos hundidas en los bolsillos
que me salvaba del naufragio de los besos baratos.
En el invierno me defendía de la lluvia
y en el verano era una sombra luminosa.
Mi sobretodo era una incitación voluptuosa a la pereza,
al calor, al heroísmo, al amor, al invierno.
En los momentos de peligro me hacía pasar por detective
y me daba un aire respetable de gran señor del hampa.
Mi cuerpo se pierde en él cuando me persiguen,
en mi buena época del parlamento él hablaba por mí:
silencioso
tímido
elocuente.
Ha sido una bella disculpa
para eludir serias responsabilidades históricas.
Mi sobretodo es a veces el lecho del amor
en los sitios despoblados de la ciudad
tiene un oculto sabor de pecado prohibido.
Mi sobretodo es un gran honor.
Tiene más historia que una alfombra mágica.
Yo lo consagro como el receptáculo privilegiado
donde algunas mujeres tendieron su columna vertebral
completamente desnudas
de cara al sol o a la noche.
Mi sobretodo es testigo de la ternura y el terror.
fue acariciado por manos sofocadas de mujer
y desgarrado por puñales de odio.
Mi sobretodo tiene quemaduras de tabaco
y huellas de disparos asesinos
y marcas sospechosas de labios rojos.
Yo lo empeño por 8 pesos en los momentos de apuro,
mi sobretodo está saturado de sudor animal
tiene residuos de manchas de sangre y aceite…
sonidos vegetales.
Cuando no llueve y hace calor me lo quito
me hundo en la noche oscura y mojada
o me hundo en el día lleno de sol, seco.
Mi sobretodo es humano y feo
y todos los domingos guarda en sus bolsillos
la angustia de la semana.
De la antología Obra negra (1974)
Los nadaístas
Los nadaístas invadieron la ciudad como una peste
de los bares saxofónicos al silencio de los libros
de los estadios olímpicos a los profilácticos
de las soledades al ruido dorado de las muchedumbres
de sur a norte
al encenderse de rosa el día
hasta el advenimiento de los neones
y más tarde de la consumación de los carbones nocturnos
hasta la bilis del alba.
Va solo hacia ninguna parte
porque no hay sitio para él en el mundo
no está triste por eso
le gusta vivir porque es tonto estar muerto
o no haber nacido.
Es un nadaísta porque no puede ser otra cosa
está marcado por el dolor de esta pregunta
que sale de su boca como un vómito tibio
de color malva y emocionante pureza:
“¿por qué hay cosas y no más bien Nada?”
este signo de interrogación lo distingue
de otras verdades y de otros seres.
Él es él como una ola es una ola
lleva encima su color que lo define revolucionario
como es propia la liquidez del agua
del hombre ser mortal
del viento ser errante
del gusano arrastrarse al agujero
de la noche ser oscura como un pensamiento
sin porvenir.
Ha teñido su camisa de revolución
en los resplandores de los incendios
en el asesinato de la belleza
en el suicidio eléctrico del pensamiento
en las violaciones de las vírgenes
o simplemente en el barrio pobre de los tintoreros.
Lleva su Camisa Roja como un honor
como un cielo lleva su estrella
como un semáforo produce su luz intermitente
de catástrofe
como una envoltura de Pall-Mall
perfumando su pecho de adolescente.
El nadaísta es joven y resplandece de soledad
es un eclipse bajo los neones pálidos
y los alambres del telégrafo
es en el estruendo de la ciudad
y entre sus rascacielos
el asombro de una flor teñida de púrpura
en los desechos de la locura.
Tiene el peligro de los labios rojos y los polvorines
mira los objetos con ojos tristes de aniversario
es el terror de los retóricos
y los fabricantes de moral
es sensitivo como un gonococo esquizofrénico
inteligente como un tratado de magia negra
ruidoso como una carambola a las dos de la mañana
amotinado como un olor de alcantarilla
frívolo como un cumpleaños
es un monje sibarita que camina sin temblor
a su condenación eterna
sobre zapatos de gamuza.
Sufre el vértigo de los sacudimientos
electrónicos del jazz
y las velocidades a contra-reloj
corazón de rayo de voltio que estalla
en el parabrisas de un Volkswagen
deseando la mujer de tu prójimo.
Se aburre mortalmente, pero existe.
No se suicida porque ama furiosamente fornicar
jugar billar-pool en las noches inagotables
brindar con ron en honor a su existencia
estirarse en los prados bajo las lunas metálicas
no pensar
no cansarse
no morirse de felicidad
ni de aburrimiento.
Es espléndido como una estrella muerta
que gira con radar en los vagos cielos vacíos.
No es nada pero es un nadaísta
¡y está salvado!
De la antología Obra negra (1974)
¡Soy otro!
Hice una gran hoguera de purificación con mi pasado. Mis secretas historias de ego terminaron en un puñado
de ceniza ardiente.
Los tiernos y atormentados amores de juventud; mis aventuras al servicio de lo maravilloso; mis soledades y
júbilos infames; mi imagen íntima y pública en mil ofertas diabólicas expresada; todo lo que no era yo: lo
externo, lo irredento, lo perecedero, lo fatuo, lo social, dejó de ser en mí para siempre.
Me había convertido en guardián de mis fantasmas, heraldo de pesimismos funestos, imitador de ruidos
fabulosos, egomaníaco hasta los abismos del tedio, patán de las mil maravillas, mistificador de revelaciones,
héroe a mil kilómetros del peligro, imaginador de celestes cataclismos, quiromántico de elixires sexuales,
embaucador de creyentes, forjador de tesoros femeninos para saquear en noches de festejo y penuria, recitador
de sésamos falaces, malhechor de caminos espirituales, desorientador de soles y lunas sin rumbo, artífice
desolado de mi propia ruina. ¡Ego puto!
Oh dioses con cuyas doradas majestades de luz osé rivalizar en poderes infernales y lirismos atroces,
derrumbando las esferas de la infinita armonía.
Me he dicho sin nostalgia ni pena adiós a mí mismo.
Pirómano del Ave Fénix, ¡soy otro!