El extraño caso de la isla Panorama o «El Poe japonés»
Escribe| José Manuel Romero Santos
Editorial: Satori (2016)
Nº de páginas: 176
ISBN: 9788494468568
Idioma original: japonés
Edogawa Rampo (1894-1965), AKA Hirai Taro, fue el autor japonés de misterio más prolífico de las décadas de los 20 y los 30. Fue, de hecho, el creador de la Asociación de Escritores de Misterio de Japón. Su novela, El extraño caso de la Isla Panorama, objeto de esta crítica, no escapa a esta predilección de su autor por el género.
La Isla
Panorama: vista pintada en un gran cilindro hueco, en cuyo centro hay una plataforma circular aislada para los espectadores, y cubierta por lo alto a fin de hacer visible la luz central.
Diccionario de la Real Academia Española
La isla de la novela de Rampo está constituida por una sucesión de paisajes que se alternan como en un panorama y que representan las zonas de la mente desquiciada de su creador, Hirosuke Hitomi. Antes de la existencia de la Isla Panorama, Hitomi es un escritor de ficción mediocre, obsesionado con la creación de una obra de arte definitiva y sin parangón. Su obra, sin embargo, no tomará la forma de un texto.
Doppelgänger
El parecido físico entre Hitomi y su antiguo compañero de la universidad, Genzaburo Komoda, resulta impactante, fascinante incluso y, con todo, los dos compañeros no están unidos por lazos de sangre. Ni siquiera se trata de un amigo. Komoda es un simple conocido con el que únicamente comparte las antiguas bromas de sus compañeros de clase en torno a su parecido; un conocido de cuya existencia prácticamente se ha olvidado. Hasta el momento de enterarse, claro está, de que Genzaburo Komoda acaba de morir.
El plan
Aquí comienza lo verdaderamente interesante de la novela.
Nota: Parecía que esta reseña corría el riesgo de parecerse más a un resumen escolar que a una crítica. Si decido detenerme ahora es precisamente porque, repito, aquí comienza lo verdaderamente interesante de la novela.
No en vano Jesús Palacios, en su siempre fascinante epílogo, llama a Rampo «el Poe japonés». Confluyen en las páginas de esta novela el tema del doble de William Wilson, la mente frenéticamente planificadora de El corazón delator, los signos de un misterio descifrable de El escarabajo de oro o Los crímenes de la rue Morgue, la devastadora intrusión del elemento extraño en el paraíso artificial de La máscara de la muerte roja, la atracción por lo macabro de un cuerpo sin vida de Ligeia, La caída de la Casa Usher o La verdad sobre el caso del señor Valdemar, etc., etc. y más etc. Todo este panorama vinculado al imaginario que fundó Poe está barnizado con una mezcla de la propia cosecha (o casi) de Rampo: la carnicería explícita y erótica casi celebrada de sus páginas.
Es en este momento, al sumergirnos en la mente de Hitomi, cuando presentimos que puede haber algo «grande» en Rampo: el mecanismo de los pensamientos de su personaje queda expuesto y en sus engranajes distinguimos la estructura de nuestro propio cerebro: «el crimen es sencillo de cometer, pero, bien pensado, ¿se trata realmente de un crimen?». Después de todo, el plan consiste en robar una identidad que prácticamente ya te pertenece. Komoda es la versión de ti mismo que nunca llegaste a ser pero que mereciste ser. Tomar lo que te pertenece por derecho propio es un ajuste de cuentas con el destino al fin y al cabo.
Pero no es tan sencillo. Está el temor universal al castigo, a la ofensa a un poder invisible y superior. Esto conduce a la duda y, esta, al tormento.
La decisión
No quedan ya cabos sueltos. No hay marcha atrás. En el mausoleo familiar de los Komoda, Hitomi procede a la exhumación del cadáver (por un momento, lo juro, creí que tendría que citar también El entierro prematuro en la enumeración anterior). Lo morboso de la escena no tiene nada de malo: lo que la hace fascinante es la detallada respuesta que da Rampo a una de nuestras preguntas (una de esas nunca formuladas en alto): ¿cómo se lleva a cabo una impostura? y, sobre todo, ¿qué se siente al desenterrar un cadáver?
El ascenso y…
A partir de este momento la trama comienza a desinflarse. Puede que se trate del último tramo de la novela, pero el tempo de la narración se relaja. Acabo de decir que la trama se desinfla. No es cierto. La trama no se desinfla, pues hace tiempo que el desenlace ha quedado cumplido, concretamente en el momento en que Hitomi tomó su decisión. Lo que sigue es francamente lamentable, en términos literarios (o, tal vez, occidentales): mujeres desnudas contratadas como figurantes de la pesadilla de Hitomi, aparatosas descripciones de la isla y de sus trampantojos planificados, un escritor/detective ex machina que surge en las últimas páginas y un final prácticamente circense.
Epílogo al epílogo
No diré nada del texto de Jesús Palacios incluido, como viene siendo habitual en Satori, al final del libro. Nada, excepto que me resulta más interesante que la novela en sí. En cuanto a Edogawa Rampo, debemos cuestionar la idoneidad y el valor literario, más allá de las convenciones del género, de su exhibición de una violencia per se, disfuncional. Debemos celebrar, en cambio, su pionero tratamiento de lo unheimliche unido a un erotismo desapegado, su estilo sencillo y, de nuevo y siempre, sus acertadas descripciones de la maquinaria del pensamiento humano.