Entre la mugre, poesía
Escribe | David Marroquí Newell
Editorial: Candaya (2023)
Nº de páginas: 96
ISBN: 978-84-18504-62-4
Autor: José Daniel Espejo
Idioma original: Castellano
Cuando alguien no cree en nada ni en nadie; ni en el cielo ni en la tierra; ni en el destino o el azar, no tiene donde sostenerse. El cojo se sostiene en su pierna buena, y en la poesía. De la mierda crea una obra y de lo feo saca una fotografía que inmortaliza lo que nadie querría ver. El cojo no hace esto para el mundo, en el que no cree, sino para sí mismo.
Perro fantasma es un grito ahogado en el paisaje desolado de nuestra poesía reciente. El poeta convoca un coro de sombras compuesto por voces descascarilladas de yonquis, ancianas olvidadas, cuerpos enfermos y almas sin empleo, todas trenzadas en la figura del «cojo de los cuadernos», quien disuelve sus identidades como sal en agua sucia, formando una niebla humana donde lo individual se pierde, reflejo exacto de la desintegración en los márgenes.
qué feos somos, señor
todos en mi barrio a veces sueño
que nos borran y ponen encima
unas grandes alamedas / todo lo que es
bueno y fértil y crece con orden
y produce por sí mismo tan hermoso
qué fácil distinguirlo de mi calle
La obra hurga con uñas sucias en las heridas abiertas del capitalismo. Allí, en la sangrante tierra, José Daniel Espejo encuentra el reflejo de nuestra podredumbre. Un poema largo donde la exclusión económica, la pobreza medicalizada, los vínculos familiares corroídos por la rabia y la necesidad, se hace uno convirtiéndose en una foto brutal de cómo la máquina social capitalista devora a sus engranajes más frágiles.
La belleza y la fealdad es la aleación de metal con el que está hecha la moneda. Ambas forman al mismo tiempo e indivisiblemente las dos caras.
y ambas cosas conviven milagrosa
mente equilibradas enteras perfectas
el monstruo que soy la primavera
el río lleno de mierda y una garza
que bebe de él
majestuosa
Su lenguaje es un puente tendido entre el fango y las estrellas. En su estética de versos que se quiebran como huesos mal soldados conviven imágenes de una hiriente belleza: ese río cargado de inmundicia donde una garza bebe, majestuosa. El yo poético se reconoce como contraparte de la garza, como parte del río lleno de mierda pero de la que es capaz de beber la misma belleza. La ironía es un arma blanca en manos del poeta con la que filtra su veneno contra los discursos vacíos, como aquella «vocecita socialdemócrata» que naufraga ante la burocracia de cemento de los Servicios Sociales.
Tras cada palabra late la biografía del autor: filólogo convertido en trabajador social, fundador de una librería donde los libros son tablones en naufragios. Su compromiso impregna cada sílaba, transformando el dolor ajeno en arte militante. Como en el lamento por el gato agonizante, lamido por la culpa de la «a / limentación / mala de supermer / cado», un epitafio que susurra «adiós / gato me gustó darnos / calor estos años perdón / por la comida / y por la pobreza». La ternura acaba convertida en crimen social, la complicidad del que alimenta con basura porque solo puede ofrecer migajas, el calor compartido como último acto de resistencia. El gato no muere por enfermedad: muere por capitalismo, por el pecado original de la miseria que contamina hasta el último gesto de amor.
En Perro fantasma, Murcia se convierte en una metáfora de cualquier sociedad excluyente, ciudades que no valoran lo que tienen en muchas ocasiones porque se subestiman a sí mismas. José Daniel Espejo convierte y transforma el dolor y el duelo por la muerte de dos compañeros artistas (Paco Miranda y Juan Navarro) en una acusación política contra la ciudad que los expulsó. Una elegía quebrada que se eleva ante la imposibilidad de perdonar a un sistema que obliga a sus artistas a «agarrarse a los bordes» para no caer. La memoria de sus amigos no lo consuela: le «cae como ácido», y esa culpa colectiva —«mi ciudad me los debe»— se endurece en una «piedra de odio» imborrable. Aquí, la poesía no es sanadora, sino que se convierte en un arma cargada contra el olvido.
La poesía de José Daniel Espejo en Perro fantasma es un campo de batalla para la lucha de clases. Es una poesía militante pero sin adscripción más allá que la pertenencia al bando de los marginados, desgraciados; el bando de los de abajo. Hay una admisión de la derrota según tu cartilla de nacimiento.
que pena cuando pienso en
qué poco aprendí en el colegio:
las letras los números a hacer el pino
y que yo iba a perder la partida
perder la partida
Las cartas están echadas cuando nacemos y son repartidas por un crupier que sabe bien quién juega en la mesa. Que cada uno arme su jugada y estrategia con lo que le toca y que se apoye en sus propias manos amañadas. Alguno, en los mismos barrios, «los feos», incluso recibirá alguna carta de menos. Tened en cuenta que la banca siempre gana. Aún así, hay un mensaje de dignidad en la derrota en esta poesía.
pero aquí estas sábanas esta vida vacía
esta casa oscura del polígono esta calor
del verano de murcia y esta cama sucia
son mías
Perro fantasma es un latido rebelde, una crítica social a un sistema podrido que envenena todo lo que toca. Su triunfo está en ser poesía pura —no panfleto— que forja la rabia en lucidez, obligándonos a mirar la jauría de fantasmas que creamos. Y en ese perro invisible, todos reconocemos las vidas que decidimos no ver.
La lucha de clases es un tema que está presente en esta obra. No solo la refleja: la desnuda con precisión descarnada. No es una teoría abstracta, sino un mecanismo concreto de deshumanización y exclusión proyectado en el tiempo.
estas personas que ahora
todo lo poseen y todo lo gobiernan
miran el reloj: aún pueden permitirse
ser educados dar ejemplo hablar de es
fuerzo y prosperidad y probable
mente morir en sus camas:
pero sus hijos no / a sus hijos
les enseñan otras técnicas
y en esos planes ya no aparecemos
sino como problema
«Estas personas que ahora todo lo poseen y todo lo gobiernan» y un «nosotros» tácito (los excluidos, los que no poseen ni gobiernan nada). La clave está en el detalle del reloj: morir en paz como lujo temporal, un privilegio de su generación; «pero sus hijos no / a sus hijos / les enseñan otras técnicas». Esa «otras técnicas» simplemente son las de perpetuación del poder mediante la violencia simbólica (o física siempre llegado el caso). La inclusión en los planes de esos «guapos» (permítanme la licencia) frente a los «feos» no es como sujetos, sino como problema, algo que tienen que gestionar.
Este poema señalado captura la esencia de la lucha de clases en el capitalismo tardío: ya no se trata solo de explotación económica, sino de un proyecto de desaparición simbólica. Los poderosos no necesitan negociar con los débiles; educan a sus hijos para que los vean como obstáculos, no como seres humanos. Todos estos yonquis, abuelas, enfermos, desahuciados, son el resultado de un sistema que ya los ha condenado al margen incluso en su imaginario futuro.
no estoy perdida porque mi vida
transcurra en lugares de tránsito (autobús—
hipermercado—cercanías—extrarradio)
sino porque no sé a qué se parece
la sensación de haber llegado / soy buena
como cajera (quince tickets por hora
de media) porque amo escapar del presente
Los márgenes no son una metáfora: son la autopista, el hipermercado, el vagón de cercanías, el extrarradio. José Daniel Espejo capta la esencia de los «no lugares», esos espacios de tránsito impersonal que niegan la identidad y la comunidad convirtiéndolos en el territorio natural de los invisibles.
La voz poética, encarnada esta vez por una mujer, no solo habita estos espacios; está definida por ellos. La marginalidad acaba siendo una condición interior y la incapacidad de imaginar un destino final, un hogar, un punto de reposo. La vida se reduce a un presente perpetuo del que hay que escapar. En un mundo hiperproductivo, ese en el que estamos, encontramos la contradicción dentro de este poema: la productividad no es un valor, sino una táctica de fuga. Cada ticket es un segundo que la aleja de sí misma, convirtiéndola en un engranaje de la misma máquina que la condena a la periferia. El poema muestra así la paradoja brutal del capitalismo: explota a los marginados para sostener el sistema que los margina, mientras ellos usan ese mismo trabajo para huir de la conciencia de su exclusión.
Perro fantasma es, por tanto, ese libro que nos sitúa en esos márgenes del sistema, con una poesía cruda, junto a aquellos que los habitan; nos sitúa en los no lugares, con las no personas, el cojo, las drogas, el alcohol, las ciudades muertas y que matan los fracasados de nacimiento, la mayoría. José Daniel Espejo no sitúa sus versos junto a ellos, sino que son versos que nacen de ellos mismos, de una cochambrosa habitación en un polígono, de una cama vieja y roída que es la única posesión del hambre, de la propia mugre. Pero también nos hace aguzar la mirada y, de vez en cuando, en el río cargado de inmundicia, bebe una garza, majestuosa, hundiendo sus patas en el agua, pero irguiéndose sobre ella.