Violética, la flórica cantórica chilénica: 50 años de su partida

Escribeǀ Roberto Bayot[1]


Hace varias décadas, durante una velada que tenía como anfitriones a Pablo Neruda y Delia del Carril[2] en su vivienda santiaguina, se encontraba una mujer que después de esa noche descubrió que los esfuerzos emprendidos hasta el momento para difundir su trabajo, le iban a costar más de lo que creía. En cierto modo, nunca llegaría a ver realmente las magnitudes que provocó su legado artístico, aunque siempre lo trabajó con la seguridad de quien intuye que la trascendencia llegaría algún día. Ni siquiera la introducción que dedicó a los presentes su hermano Nicanor[3], el ya reconocido antipoeta, logró convencerlos de la calidad que se escondía en aquel austero espectáculo. El público se mostró escéptico ante lo desconocido, distante ante las emociones desalojadas por los rasgueos de la guitarra y la voz de Violeta Parra.

Alguien que años después ante la incomprensión de sus coterráneos, que desoían sus múltiples méritos artísticos, decidió descerrajarse la sien para terminar de una vez con su mundo, sólo acompañada por la misma guitarra que cargaba. Apenas siendo una quinceañera, la primera vez que visitó la capital dijo llena de esperanzas: «yo me mantengo sola con la guitarra»[4]. Precisamente, junto a aquella compañera que la había escoltado toda la vida cayó recostada su cabeza aún humeante; se empezaba a salpicar un eco que hasta hoy retumba con una claridad confusa en el vientre del instrumento y en el material donde se imprime.

Esa podría ser una excusa, dirían algunos: victimizar a Violeta Parra para separarle un puesto en el podio de la inmortalidad, donde alguna vez le construiremos una estatua y la contemplaremos orgullosos por haber aportado con nuestros respectivos impuestos a la reproducción de su imagen, como se proyectó alguna vez en la Plaza de armas de Santiago de Chile, pero debería ser esculpida en base a los sentimientos que nos heredó. Ni de piedra, de greda o de alambres, sería como una jaula seguramente hubiera reclamado enojada, sino tal vez es suficiente sólo con un jardín de violetas, algo sencillo y directo, que rescate los elementos retratados en algunas personas, como lo hizo infinitud de veces sobre la cabeza de sus amigos en sus arpilleras, su versión abstracta de la belleza del alma que los chilenos no hallaron cuando se las mostraba en vida.

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Violeta mientras teje una arpillera. Fuente.

Violeta, como empezaremos a llamarla ahora y como todos la conocen en Chile, no sólo se quitó la vida por sentirse incomprendida, en parte sí y en parte no. Gilbert Favre[5], su última pareja y de quién estuvo ligada con más intensidad, el hombre que la comprendió en su íntima esencia y en su feroz instinto creativo un día decidió abandonarla poco después de que ambos arribaron a Chile desde Europa. Esa fue la herida que se reprodujo en su sien. Por el contrario, la falta de amor se pudo haber subsanado con amor y fue en ese momento cuando la gente que conocía sus canciones falló irremediablemente, dejándola sola en lo que ella creyó el fracaso de La carpa musical en La Reina, de toda su obra musical y en definitiva de su vida.

La carpa, ubicada en un sector despoblado de Santiago que años después se convertiría en un barrio residencial, fue un proyecto al que Violeta dedicó todas sus fuerzas para difundir su obra y levantar su autoestima durante su último año de vida. Sin embargo, ella que siempre fue una mujer exigente en todo, matriarcal a punta tropiezos llegó a un punto en que se cansó de esperar a un público que le dio la espalda.

«Hoy hay que intrusear en su vida, escarbarla profundamente, darle varias vueltas en su tumba, interrogar sus huesos y decir que estamos arrepentidos»[6], escribió Alfonso Alcalde en la primera de tantas biografías que se han escrito sobre Violeta. Este autor no sólo escribió sobre ella, también fue influido por su búsqueda en las voces anónimas de los habitantes en zonas rurales que poseían juntos la voz colectiva de un país: en su poemario épico El panorama ante nosotros (1969) adoptó el rigor de las investigaciones que hizo Violeta para la recopilación de sus canciones populares.

A partir de su muerte, su «fama» se multiplicó exponencialmente gracias a su imagen emblemática de artista extremadamente sensible y multifacética, que situó sus canciones en el epicentro de la música latinoamericana en la segunda mitad del siglo XX. Violeta tuvo todo en contra, un destino que parecía no iba a tener mayores matices en su escritura: una infancia en la pobreza, la necesidad de trabajar para contribuir a la subsistencia de sus ocho hermanos ante la muerte de su padre, un matrimonio, la maternidad a temprana edad y el fracaso de esa relación. Todas estas circunstancias hacían presagiar la dificultad de torcer su destino, menos aún el desarrollo de sus capacidades artísticas. A esos factores se suma el hecho  que vivió una época en que todavía para la sociedad el protagonismo de una mujer, con el relieve que ella obtuvo, era visto con reticencia. En cierta medida emuló a su admirada Gabriela Mistral[7], que fue más reconocida en el extranjero que en Chile.

Poco después de su muerte se inició una discusión que se mantiene hasta hoy, si considerarla como poeta o simplemente como folclorista. No es vano, es la fundadora junto a su hermano Nicanor, de una familia plagada de artistas connotados que durante estas cinco décadas no han cesado de contribuir a difundir su legado[8], al igual que otras iniciativas con las que se ha reconocido los alcances de su personalidad y obra[9].

La paleontóloga de versos cantados

A inicios de la década del cincuenta, tras una estancia en la Universidad de Oxford, su hermano Nicanor exploraba las distintas tradiciones de la poesía popular del siglo XIX, con las que daría sustento a sus Poemas y antipoemas[10], mientras que su hermana por primera vez escuchaba palabras como «cuartetas» o «décimas», que pronto detonarían en su obstinación por profundizar en sus alcances dentro del mundo rural chileno. Él siempre le había insistido en que se dedicara a tiempo completo a sus composiciones, en que su trabajo como cantante en bares y ferias, donde interpretaba boleros, valses, zarzuelas o flamencos sólo desperdiciaban su talento, en ese momento ella le mostró los cuadernos que había ido acumulando, a la par de sus desdichas personales.

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Violeta Parra junto a su hermano Nicanor. Fuente.

Ese instante de revelación selló uno de los mayores aportes que ha recibido la cultura popular y el folclor en Chile, en sus décimas cuenta cómo sucedió: «Muda, triste y pensativa/ Ayer me dejó mi hermano/ Cuando me hablo de un fulano/ Famoso en la poesía/ Fue grande mi sorpresa mía/ Cuando me dijo: Violeta/ Ya que conocíh la treta/ De la versá popular/ Princípiame a relatar/ Tus penurias a lo puertah»[11]. Más adelante, reconoce la importancia fundacional del consejo de Nicanor: «Pero pensándolo bien/ Y haciendo juicio a mi hermano/ Tomé la pluma en la mano/ Y fui llenando el pape/ Luego vine a comprender/ Que la escritura da calma/ Pa’ los tormentos del alma/ Y en la mía ya hay sobrante/ Hoy cantaré lo bastante/ Para dar el grito al alma».

Casi de inmediato Violeta empezó un peregrinaje que la mantuvo meses viajando a lo largo de la geografía chilena. Un trabajo obseso de paleontóloga de versos, en el que contaba con muy pocas coordenadas para empezar a indagar. Cada persona con que se cruzaba en la calle podía tener alguna pista con la que hallar restos zurcidos de versos o fragmentos de canciones que sólo entonaban en su aislamiento, el nombre de algún pueblito, una dirección, un familiar en el desierto nortino o el bosque sureño, el dato de un cantor en un fundo aislado o de un jubilado en una choza de greda donde no existían caminos para reconstruir una tradición que sobrevivía agónica en sus memorias. El proyecto revolucionó su vida al punto que al poco tiempo de haberlo iniciado aseguró que «la vida comienza a los treinta y cinco años»[12].

Tal empresa recopiladora se plasmó en canciones que han calado en la historia de la música chilena como Rin del angelito (acerca de los velatorios rurales a los niños recién nacidos) o Al centro de la injusticia (sobre la marcada desigualdad social en Chile). En aquel periodo rescató instrumentos como el guitarrón[13], fundamental para los payadores, que estaban casi extintos en la región. Al igual que promovió diversas tradiciones del folclor como parabienes, velorios, tonadas, refalosas, lamentos, sirillas, hasta los llegados con la migración europea como la mazurca polaca o indígenas en el caso del huayno y el guillatún. El escritor peruano, José María Arguedas[14], reconoció en ella ser «lo más chileno de lo más chileno que yo tengo la posibilidad de sentir; sin embargo, es al mismo tiempo, lo más universal que he conocido en Chile»[15].

En una entrevista de la radio de la Universidad de Concepción que data de 1958, divulgaba sus invenciones poéticas, ya independizadas de su investigación, que a diferencia de sus décimas autobiográficas permanecen inéditas «En el folclore yo he encontrado una décimas que hablaban del uno al diez. De ahí la idea que dio a mí de hacer del uno al cien o al mil, porque después voy a seguir con las milésimas. Entonces, hasta el diez teníamos que existe. Pero esto de las centésimas es totalmente mía, con la insinuación de Nicanor»[16]. Incluso nombró las «millonésimas», con las que pensaba dar vida a un proyecto infinito. En aquella ocasión leyó sus centésimas, compuestas por versos octosílabos, eneasílabos o decasílabos. Como su nombre lo indica sumaban cien, los años que ella esperaba vivir. Pero una casualidad sorprende al encontrar el verso en que se ubica la edad de su suicidio y a la que nunca llegó: «Cuarenta y nueve delirio/ Cincuenta de tú interés».

La artista polifacética

Durante su participación en la Fiesta de la juventud en Varsovia le llega la noticia de la muerte su hija de nueve meses, que había enfermado súbitamente en Chile. Violeta bloquea el dolor radicándose en Paris para dedicarse completamente al trabajo. En momentos en que La bamba era la canción latinoamericana de moda en el mundo, Violeta grabó bajo el sello francés Chants du Monde[17], el vinilo con las investigaciones que hizo en Chile, añadidas a sus primeras letras de denuncia social.

El cineasta y artista Alejandro Jodorowsky, con el que Violeta compartió una amistad en París, creía que ella desperdiciaba su trabajo al entregarlo gratuitamente a los franceses, aunque una vez obtuvo de ella una respuesta que no olvidó nunca «No soy tonta, sé que me explotan. Sin embargo, lo hago con gusto: Francia es un museo. Conservarán para siempre estas canciones. Así habré salvado gran parte del folclore chileno. Para el bien de la música de mi país, no me importa trabajar gratis. Es más, me enorgullece. Las cosas sagradas deben existir fuera del poder del dinero»[18]. Y el tiempo le dio la razón: los registros en Europa conservaron material hasta que fue difundido en Chile sólo con la revaloración de su obra.

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Arpillera Contra la guerra (1963). Fuente.

En 1956 vuelve a Chile para difundir su trabajo en el sello recién creado EMI Odeón, que editó las siete producciones de bajo costo dadas a conocer durante su vida. Es necesario mencionar que las condiciones impuestas en los contratos que firmó eran denigrantes, ya que sólo recibía un 1,5% del total de las regalías por las ventas de su material. Los esfuerzos en sus investigaciones generan reconocimiento, como el que le dio la Universidad de Concepción al encargarle la dirección del Museo Nacional del arte folclórico chileno, proyecto que funcionó por pocos meses.

El anhelo por seguir evolucionando su personalidad artística, la llevan a experimentar en otros registros como las arpilleras, la pintura, la cerámica y la escultura. La incursión en todos los formatos que adoptó para expresar su arte quedó amalgamado poéticamente en la letra de la canción popularizada con la voz de su hija Isabel Parra: «Y mis manos son lo único que tengo/ Y mis manos son mi amor y mi sustento»”[19].

En este punto de su historia aparece el músico suizo Gilbert Favre, a quien conoció mientras recorría Chile en busca de sonidos autóctonos andinos. Después de una gira musical juntos decidieron viajar como pareja a Francia, donde el temperamento dominante de Violeta empezará a desembocar en una relación tormentosa, entre París y Ginebra. Esta intermitencia entre la inestabilidad afectiva y el inminente quiebre coincide con su reconocimiento definitivo en Francia al ser la primera artista latinoamericana en montar una exposición individual en el Musée du Louvre, llamada Tapices de Violeta Parra.

Lo que bien podía pasar como un sueño o una broma, para esta mujer de aspecto humilde y de estatura baja, vestida con atuendos confeccionados a punta de retazos, que tanto odiaba los trámites, en una tarde logró concretar el préstamo de dos pisos del museo, según el testimonio de su hijo Ángel Parra: «Cuando ella hizo la exposición en el Louvre, recuerdo haber ido con las cosas debajo de los brazos, pusimos todo tirado delante del escritorio del director del museo, y el tipo quedó convencido inmediatamente cuando vio toda esa obra por el suelo, entre fascinado y aterrado»[20].

A aquella exposición de abril de 1965 asistió Madaleine Brumagne, documentalista belga que estaba de paso por París, quien quedó deslumbrada con los tapices y con la respuesta de Violeta al comentárselo: «‘Entonces haré algo para ti. Voy a cantar todas mis arpilleras’. Ella tomó la guitarra, y frente a cada tapiz, ella comenzó a cantar todas las canciones relacionadas. Yo me puse a llorar. Era de una belleza total. Al rato de esa conversación, y llegada la hora de comer le pregunto: ¿Dónde vas a comer? Y ella con mirada muy directa y profunda me dice: ‘No tengo hambre’. Y le digo: ¿Por qué? Me dice: ‘Yo ya me comí tu alma’»[21]. De ese encuentro surgió el único registro audiovisual que se conserva aún de ella, el documental suizo Violeta Parra, bordadora chilena, fundamental para las producciones de otros realizadores.

El arte de despedirse

De regreso en Chile destinó sus energías en reemprender su difusión de la cultura popular chilena, pero la falta de oportunidades, su tozudez y el quiebre definitivo con Favre fueron truncando todo en pocos meses. En sus cartas, subsiste una hiriente verdad en que reconocía los errores que radicalizaron su soledad: «La vanidad separa a la gente. Todos se pelean por tener un sitio de honor. Se separa la familia, los amantes, los amigos, todos se separan por querer tomar una estrella con la mano. Y se pierde lo mejor de la vida en ese afán»[22].

Un año después de triunfar en París grabó su disco Últimas composiciones (1966) [23], que varias encuestas lo ubicaron como el mejor de la música chilena del siglo XX. El calvario que le produjo el desamor de Gilbert Favre nuclea en sus composiciones más recordadas: De cuerpo entero, Maldigo del alto cielo, Run Run se fue pa´l norte, Volver a los diecisiete y principalmente Gracias a la vida. Este tema es considerada por unanimidad la canción más universal que ha escrito un chileno. Sin embargo, su popularidad no se reflejó entre la audiencia del programa televisivo El gran chileno del siglo de TVN, que en el 2008 la ubicaron en el décimo lugar entre diez personalidades más relevantes de su historia.

Como ya mencionamos, hay un largo debate sobre si es o no justo considerarla como una poeta, ya que el asunto no se ha zanjado del todo. En 1993 la publicación de la antología Poesía chilena de hoy, a cargo de Erwin Díaz, reabrió el tema al incluirla entre Lihn, Anguita, Hahn, Zurita, Rojas o su hermano Nicanor. «Sus poemas surgen de otra tradición que el resto de los textos antologados. Poesía oral más que escrita, no sé si anterior o posterior a la escritura, introduce su diferencia en esta antología, remece, estremece a los otros textos, les sustrae sus pretensiones excluyentes, totalizadoras, superiores, nos coloca en contacto con la tierra y otras dimensiones de la vida»[24], escribe el poeta Federico Schopf, en el prólogo del citado texto.

Mientras que el músico y poeta Mauricio Redolés la consideró como la primera rockera en Chile, al poseer un discurso tan contestatario y rebelde, pese a tener fuentes muy lejanas que se desarrollaban paralelamente en el mundo anglosajón en los sesenta y al influir en una banda como Los Jaivas. Por su lado, el entrevistador cultural Cristián Warnken la definió como «una artesana del idioma y al mismo tiempo tenía la libertad para agarrarlo y darle un sello absolutamente personal, ella es la perfecta síntesis de una poetisa genial pero que está profundamente enraizada en una tradición»[25].

Su formación íntegramente autodidacta, forjada a punta de valentía y curiosidad, pero al mismo tiempo rebosante de tristeza la empujaban a profundos estados depresivos en la etapa final de su vida, que cobran un valor sustancial en la síntesis de lo mejor de su obra, donde amplifica los recursos semánticos. En Maldigo del alto cielo, todo los recuerdos de una vida son profanados «porque mi alma está de luto», maldice a los símbolos patrios, a un paisaje, a las sensaciones, a todos los vivos y muertos, a los antepasados, al universo entero, a Dios y su omnipresencia que perdió la veracidad de su sentido; finalmente menciona al causante de tanta invocación de odio: «maldigo el vocablo amor/ con toda su porquería,/ cuánto será mi dolor»[26]. Más adelante, ya desatada la maldición arrebatada a todo, confirma que detrás hay un sólo responsable de su incalculable amargura: «le pongo mi maldición/ en griego y en español/ por culpa de un traicionero,/ cuánto será mi dolor».

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La cantautora durante un recital en la Pampa argentina (1961). Fuente.

Las circunstancias fueron determinantes al emplear los subtextos que entrañaban las letras de sus canciones, sólo funcionaban simbióticas con los padecimientos que la atormentaban. Violeta acababa de abrir La Carpa folclórica en La Reina[27], pese a la alejada ubicación tuvo acogida. Sin embargo, eso perdió importancia ante el súbito viaje de Gilbert Favre a Bolivia, quien eligió otro horizonte acorralado por el protagonismo que tenía Violeta en Chile, desesperada fue ella en su búsqueda sin mucho éxito, de lo que dejó registro: «Run-Run se fue pa’l Norte/ qué le vamos a hacer,/ así es la vida entonces,/ espinas de Israel,/ amor crucificado,/ corona del desdén,/ los clavos del martirio,/ el vinagre y la hiel/ ay ay ay de mí»[28].

El recurso onomatopéyico utilizado al final de esa letra, un año antes había aparecido en una composición parisina con la misma fundamentación lamentosa en las estrofas, en las que ahora se torna repetitiva la congoja: «Qué he sacado con la luna, ayayay/ que los dos miramos juntos, ayayay/.Qué he sacado con los nombres ayayay,/ estampados en el muro, ayayay./Como cambia el calendario, ayayay cambia todo en este mundo ayayay ay ay ay, ay ay»[29].

Aquí el dolor es cotidiano y a la vez insostenible, de una intimidad dramática que se fundamentan en la simpleza y la profundidad de algo que lo corroe todo, como es el tiempo, que avanza planteando cuestionamientos metafísicos.

Con una sola mirada basta como dosis letal para quedar desarmados ante el hechizo, es lo que nos dice Violeta Parra en Volver a los diecisiete. Por la temática lírica, que se contrapone a otras letras, más bien desesperanzadoras, lleva a pensar que pertenece a la etapa del retorno provisional de Favre a Santiago. Un virtual rejuvenecimiento con el que interrumpe el paso del tiempo, transportándola al encantamiento de una adolescente sintetiza su estado de vulnerabilidad: «Volver a los diecisiete/ después de vivir un siglo/ es como descifrar signos/ sin ser sabio competente,/ volver a ser de repente/ tan frágil como un segundo,/ volver a sentir profundo/ como un niño frente a Dios,/ eso es lo que siento yo/ en este instante fecundo».

A través de las canciones anteriores no existe una disposición explícita de representar su suicidio o memento morí (recuerda que morirás), más bien éste se sustituye por una melancolía crónica, que sublima hasta la canción con mayor resonancia de su repertorio, como es Gracias a la vida, testimonio con el que se anuncia su irremediable despedida: «Gracias a la vida que me ha dado tanto/ Me ha dado la risa y me ha dado el llanto./ Así yo distingo dicha de quebranto,/ los dos materiales que forman mi canto,/ y el canto de ustedes que es el mismo canto/ y el canto de todos, que es mi propio canto».

Un acto de expiación, que al cabo de unos meses se convertirá en su testamento. Violeta intentó suicidarse en enero de 1966 cortándose los antebrazos, pero fue inmediatamente socorrida y hospitalizada. Un parasuicidio, desde el punto de vista de la psicología clínica. En la convalecencia de su habitación fue escrita la letra de Gracias a la vida, meses después, ya recuperada físicamente grabó su legendario disco. Un día su hermana Hilda le preguntó el origen del título y le respondió con la serenidad de un destino asumido «porque son las últimas».

En el documental suizo, consultada sobre qué medio artístico elegiría entre todos los que había cultivado contestó «Yo elegiría quedarme con la gente. Son ellos los que me motivan a hacer todas estas cosas»[30]. No le importaba el arte, comparado con el acto de humanizar a sus semejantes, y es ahí donde se ha quedado su contagiosa voz y el disparo determinante de su pistola, en el sinfónico eco perdido del viento. Hoy debemos volver a escucharla.

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[1] El título de este artículo es un juego de palabras similar al empleado por Violeta Parra en el título y letra de la canción Mazúrquica modérnica (1966). Este texto fue escrito a fines de 2008 y se le han incorporado ligeras modificaciones para su publicación.

[2] Pintora argentina, segunda esposa de Pablo Neruda.

[3] Nicanor Parra. Físico, matemático y antipoeta. Creador totémico para las generaciones de poetas chilenos a partir de la segunda mitad del siglo XX. Premio Cervantes de literatura en el 2011.

[4] Sáez, Fernando, La vida intranquila. Violeta Parra. Biografia esencial, 2007. LOM.

[5] Músico suizo, pareja durante cinco años de Violeta Parra. Casi dos décadas más joven que ella.

[6] Alcalde, Alfonso, Gente de carne y hueso, 1971. Editorial Universitaria.

[7] Poetisa chilena, ganadora del premio Nobel de literatura en 1945.

[8]   Su hijo Ángel Parra editó los álbumes en homenaje Violeta Parra, texto y música (1997) y Violeta se fue a los cielos (2006), del que hizo una versión biográfica homónima en libro. El año pasado se editó Poesía de Violeta Parra por la Editorial de la Universidad de Valparaíso y hace pocos días salió la recopilación de entrevistas Violeta Parra en sus palabras bajo el sello Catalonia. Además en el 2014 se creó la Fundación Museo Violeta Parra con sede en Santiago de Chile.

[9] El cineasta Andrés Wood filmó Violeta se fue a los cielos (2011), un biopic sobre la compositora.

[10] Libro con el que Nicanor Parra fundó la antipoesía y en el cual parodió a Gabriela Mistral, Pablo Neruda y Vicente Huidobro.

[11] Parra, Violeta, Décimas, autobiografía en versos, 2006. Editorial Sudamericana.

[12] Sáez, Fernando, La vida intranquila. Violeta Parra. Biografia esencial, 2007. LOM.

[13] Instrumento musical de 25 cuerdas, posiblemente originario del siglo XVII. Redescubierto por Violeta Parra en sus investigaciones del folclor chileno. Fundamental para la ejecución de décimas y cuartetas.

[14] Escritor e investigador folclórico peruano.

[15] Alcalde, Alfonso, Toda Violeta Parra, 1974. Ediciones De la Flor.

[16] www.archivochile.com/Cultura_Arte_Educacion/vp/d/vpde0008.pdf

[17] Sello discográfico francés que editó la mayoría de los long play de Violeta Parra en ese país.

[18] Alejandro Jodorowsky, El maestro y las magas, 2006. Editorial Grijalvo.

[19] Canción escrita por Violeta Parra, aunque nunca la interpretó.

[20] Vera, Luis, Violeta Chilensis (documental), 2003.

[21] Vera, Luis, Viola Chilensis (documental), 2003.

[22] http://www.archivochile.com/Cultura_Arte_Educacion/html/cultart_vp.html

[23] Último disco de Violeta Parra en vida.

[24] Díaz, Erwin, Poesía chilena de hoy, 1993. Editorial Documentas.

[25] Vera, Luis, Viola Chilensis (documental), 2003.

[26] Parra, Violeta, Violeta del pueblo, , 2004. Editorial Visor.

[27] Carpa folclórica, el estilo de una peña, que Violeta Parra fundó en la comuna santiaguina de La Reina.

[28] Parra, Violeta, Violeta del pueblo, 2004. Editorial Visor.

[29] Parra, Violeta, Violeta del pueblo, 2004. Editorial Visor.

[30] Vera, Luis, Viola Chilensis (documental), 2003.

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